jueves, octubre 26, 2006
Genaro
da lo mismo lo que diga o haga o piense o incluso piense, puedo pensar en conejos o en liebres o en peces inmortales, da lo mismo siempre pienso lo mismo, es una cuestión que se puede suprimir y despachar con dirección al sur, en cuatro tiempos, embalo unas cajas las llevo al bus y listo, ningún problema después me vuelvo silbando. Ven?, no hay ninguna dificultad en todo esto es como un sedante, un mosquito, un estornudo, un como brmmmm a la distancia, no se sabe qué es eso.
me declaro completamente incompetente en los asuntos del mundo cósmico, cómico perdón. Se me revuelven las tripas de sólo pensar en un pescado frito con papitas cocidas huméandose cada vez más, cada vez más tenue, casi imperceptible, como un minuto dentro del día. Se me caen los pelos de la nariz de sólo enterarme que me estoy resfriando, que voy a pasar una semana o mes sonándome los mocos, tan obvio, tan directa la descripción del acto de sonarse, tan exacto todo. Sí o no, o funcionan o no funcionan las antenas, qué quiere que le diga jefe.
ahora en serio. este mundo, que es el mundo de la razón, es un mundo completo. Nada se sale o cae fuera de él, de manera que podemos experimentarlo todo sin miedo y sin pensar en otros mundos. De los otros mundos, el guerrero sólo puede saber que existen, pero desde su razón no puede hallarlos.
además, dado que su cuerpo ya conoce los otros mundos, es absurdo que no quiera volver a ellos ahhhhh tanta cosa, me voy a ver lost
miércoles, octubre 25, 2006
hasta morir
lunes, octubre 23, 2006
...
sábado, octubre 21, 2006
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jueves, octubre 19, 2006
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miércoles, octubre 18, 2006
K.A.F.K.A
M. llegó a las 3 y cuarto del almuerzo de vuelta al trabajo. Le gustaba tomarse horas largas para almorzar. Al llegar, le pusieron de manifiesto que menos mal que había llegado por fin, que se alegraban, puesto que tenían la reunión de las tres, nada más ni nada menos que con los gerentes del piso, unos personajes bastante simpatiquillos.
M. se quedó observando las líneas del piso, que se movían a causa de que había almorzado con vino, y luego levantó los ojos para ver la mueca fruncida de su compañera de banco en el trabajo frente al computador. Al sentir su mirada, ella le sonrió, y M. pudo finalmente incorporarse a la tensión previa a todo el asunto de la reunión. Había muchos papeles que imprimir y la impresora no tenía tinta. Esos papeles eran clave para la demostración de un hecho particular ante los gerentes, pero con todo, se barajaba prescindir de los papeles, sin más. Lo discutían, como si fuera una decisión que no iban a tomar jamás, entre la compañera de banco de M., y otro personaje medio ambulante que había llegado hace pocas semanas a la oficina, pero que estaba trabajando en el mismo proyecto que M. y su compañera desde hace muchísimo tiempo, y por lo tanto estaba muy bien enterado de todo. Lo curioso fue que, al llegar, este personaje no se había puesto en contacto directo con ellos sobre el asunto, y se limitaba a capear las horas jugando solitario, como un verdadero anacoreta –pero no, porque cuando se levantaba de su silla, lo hacía para desenvolverse de un modo encantador, encontrando parecidos entre toda la gente que circulaba por allí, y las caricaturas, aunque algunas de esas caricaturas eran de una generación anterior a la que compartían M. y su compañera, y por lo tanto no entendían el chiste. Pero además este personajillo mantenía la calma y escuchaba con los ojos abiertos las disquisiciones de la compañera de M., además poniendo una sonrisa en los labios, cosa que M. prefería no hacer. Pero de todas formas, M. escuchaba alegremente a su compañera cuando no le quedaba otra, cuando caminaban por el pasillo rumbo a la salida o cuando ésta metía conversa de tarde en tarde.
La reunión con los gerentes del piso se aproximaba a pasos agigantados –ya eran las 3 cinco, ya que en esa oficina el tiempo corría al revés de lo usual, salvo a ciertas horas de la mañana y de la tarde en que corría al derecho. Sin embargo, muchas veces había que malgastar el tiempo en desandar el camino en reversa que se había tomado durante las horas previas, de manera que las horas a veces se duplicaban. Era una situación tensa y extravagante, aunque luego de unos días ya no le daban importancia, además que todo volvía al total cero. En este caso, la reunión tendría lugar dentro de cinco minutos, sin posibilidad de postergarse, pero sin la certeza clara, tampoco, de que la reunión estuviese fijada. Posiblemente los gerentes del piso no tenían idea de la reunión, o tal vez ya estaban sentados en los sillones de la sala de reuniones. El hecho de que la reunión posiblemente no tuviese lugar, contribuía mansamente a alegrar los ánimos de los tres participantes del lado de M., y M. ya empezaba a planear su estrategia para pasar desapercibido durante las dos horas o quince minutos que podía durar la reunión. Es decir, en vez de prepararse como Dios manda, se preparaba para salir del paso, o tal vez para él era más importante el hecho de lograr desenvolverse de manera elegante, sin decir nada o sin decir demasiado. Acaso lo consideraba una hazaña mayor que hacer bien su trabajo. Acaso no le servía para su ego personal la felicitación o el insulto de un superior a él en el organigrama, como le servía para su espíritu el hecho de ser un testigo sin prejuicios. De este modo, su plan para desenvolverse consistiría en una actitud, más que en un discurso, que era la opción que tomaban la mayoría de los mortales. Pero M. no tenía tampoco la certeza de que ningún mortal operara así. Con frecuencia, estos eran temas imposibles de tratar, por demasiado abstractos o demasiado poco decorosos. Un par de veces M. había hecho la prueba de pisar este terreno en una conversación; en realidad, un terreno ni siquiera similar, sino que M. simplemente le preguntaba a una persona si ella especulaba a veces de un modo tan arbitrario, como el que M. estaba tomando en ésta y otras oportunidades. Pero M. no podía recordar una sola respuesta en este sentido, porque inmediatamente, una vez formulada la pregunta, perdía la curiosidad y sin darse cuenta derivaba en otros temas.
Juntaron un montón de papeles y se fueron a la reunión. En el camino, guardaron silencio por un rato pero luego mágicamente se desarrolló la conversación, el hecho es que llegaron al salón de reuniones muertos de la risa. Allí estaban sentados los tres gerentes de piso, antes de que los tres participantes del lado de M. entraran, en silencio total. Al entrar M. y sus amigos, se produjo un choque que nubló el ambiente, pero sólo por unos segundos. Los gerentes alzaron los gestos, disimulando el escrupuloso silencio que estaban manteniendo en forma descarada, o que por lo menos habían mantenido un segundo antes que entraran M. y los otros. M. pensó que esos gerentes eran unos pobres diablos, y que sus vidas eran sin sentido, pero prácticamente no estuvo conciente de haber pensado esto, puesto que de inmediato se dirigió a una pequeña mesa que había en un rincón, con bolsitas de té de todos colores, y un termo más gordo que alto. Quería un té. No tenía mucho tiempo para prepararse uno bueno, porque la reunión o por lo menos el ambiente de la reunión ya estaba tomando forma, con la compañera de M. y el otro personaje sentados, o una sentada y el otro a punto de sentarse, con las rodillas ya dobladas. Pero M. siguió, seleccionó suavemente el té, lo despojó de su envoltorio y lo dispuso en una de las tantas tazas. Acto seguido, acercó la taza al termo y presionó el botón rojo, sin mover el aparato de su posición firme en la mesa, y un chorro caliente salió destiñendo la bolsita de un modo poco menos que maravilloso, aunque trivial. Era un conocimiento que M. había adquirido en las pocas reuniones a las que había asistido, casi como una maniobra de supervivencia. Le gustaba aplicarla. Se giró con su taza, sin entusiasmo ya casi por su té, habiendo olvidado ya echarle azúcar –ya era demasiado tarde, y se sentó a la mesa como si se dispusiera a tomar once. Alguna vez pensó que su comportamiento estaba siendo mal visto, y que vería represalias, veladas, pero represalias al fin, al llegar a tomar asiento con los otros y su té humeante entre las manos. No, todos, incluido los gerentes, y sus dos compañeros, lo habían esperado, como si su ridícula ceremonia se tratase de un asunto fundamental, acaso un aspecto de lo laboral. Quiso reír desaforadamente, pero se dio cuenta a tiempo de que nada obtendría con sufrir un ataque de risa. La reunión, o el ambiente de la reunión, ya estaba planteado.
En seguida los gerentes dijeron “qué nos cuentan”, y luego de un breve titubeo, el personaje ambulante tomó la palabra. Dijo “todo bien”. A lo que los gerentes contestaron con unas sonrisas al unísono. Y luego la compañera de M., casi como tirando una talla, dijo “sin novedad”. Y los gerentes explotaron en unas carcajadas. A M. no le gustaba el humor de su compañera, siempre experimentaba una cierta incomodidad, pero le gustaba poder reírse de otra cosa cuando su compañera tiraba un chiste que la mayoría aceptaba. Lograba relajarse por un segundo, para luego ipso facto recuperar la tensión. Esta vez fue diferente puesto que M. no se rió, ni de ella ni de nada. Y el silencio que siguió después no era su culpa, ni la de nadie. Reinó la más preciosa paz. Pasaron dos o tres ángeles, y luego uno de los gerentes dijo como para sí “todo está bien”, aunque claramente lo estábamos escuchando todos. Era como una frase retórica, para seguir conversando. Nadie sabía, ni siquiera sospechaba, de qué se estaba conversando. Había tema, pero todavía no se sacaba ni un elemento al tapete. Y todos los elementos estaban puestos. A todo esto, M. ya sospechaba que los gerentes en absoluto habían esperado esa intromisión, y que simplemente estaban descansando en esa sala de reuniones, como tantas otras veces lo hacían, y, es más, incluso se rumoreaba fuerte en los pasillos que lo hacían, y era la manera de rematar algún chiste. Y aunque tal versión de los hechos concordaba con la posibilidad de que no hubiese, en efecto, fijada ninguna reunión, ya estábamos metidos hasta los cayos en una reunión que tenía su propio impulso. Y a lo mejor, hasta era una reunión perfectamente fijada y planificada, con pizarra, aunque no había una pizarra en la sala, posiblemente se la habían llevado porque en las oficinas siempre desaparece la utilería sin que nadie sepa, en la hora de almuerzo, o en los turnos de noche, inexistentes por lo demás, y alguien había necesitado, obviamente sin ninguna necesidad real sino que inventada, llevarse la pizarra de la sala de reuniones, una reunión con pizarra y pauta.
Y entonces aquí viene la gracia del asunto. Su té. Humeante como estaba, y sin la conversación rodando en la mesa, el té de M. se convirtió en el foco de atención de todo el personal, más rápido de lo que M. hubiera podido desear. Todos miraban su taza con un aire indiferente, como si no les preocupara en lo más mínimo, pero al mismo tiempo como si en eso se les fuera la vida. Sobre todo era curiosa la mirada de uno de los gerentes, el que estaba sentado en la cabecera de la mesa, de espaldas a las celosías semi-corridas, de suerte que una extraña luz le iluminaba el semblante, que estaba a punto de quedarse dormido. Daba para pensar que, algunos minutos antes de que llegaran M. y sus amigos, si es que de hecho estaban los gerentes ahí sólo descansando y no esperando que llegaran ellos para la reunión, para esta reunión, que efectivamente se había quedado dormido un par de segundos, más de un par de ocasiones, mientras esperaba o descansaba en esa silla. La comodidad de la silla era favorable a eso, pero tampoco se podía permitir que un gerente de piso durmiera o dormitara sentado en una silla. Para eso estaban otras situaciones, como el final de un asado en la casa, o una noche sirviendo de guardia en el garito, pero no las horas de oficina y de reunión, o tal vez, precisamente, esas horas eran las más propicias. Quizás nunca era tan deseado un sueño como en las circunstancias de una reunión que se demora en empezar, o que tal vez no empezará nunca. Allí se desea profundamente el sueño más que en ninguna otra situación. Entonces el gerente, sin más, se había dejado llevar, y había dormitado. Tal vez era la atmósfera lo que lo hacía verse así, alumbrado irregularmente por esa celosía a medio correr. Era difícil decir. M. se vio obligado a tomar un sorbo de su té, pero sólo acercó la taza hasta el borde de sus labios y la alejó. Todos lo observaron, era evidente que no los había engañado. Lo hizo de nuevo, como si tratara de convencerlos de que estaba tomando. Pero como efecto secundario, resultó que un vaho de vapor llegó hasta sus sinus, y como que resucitó. El vino, en efecto, le había causado algún efecto, y M. había sido testigo de ese efecto cuando caminaba rumbo a la oficina tipo 3 de la tarde. Ahora, en la reunión de las 3, recién se recuperaba. El reloj debería haber avanzado hasta las 3:03, no más. Sin embargo el reloj análogo que reposaba en la pared, decía otra cosa. Parecía a punto de caerse, de resbalar por la pared. De hacerlo, golpearía con un ruido sordo sobre el piso. En medio del silencio reinante, sería una delicia escuchar un ruido así, para luego seguir en silencio, pensó M.. Un ruido como de estropeamiento súbito de un artefacto. Como la relojería explotando y muriendo definitivamente en el piso, con un ruido seco.
lunes, octubre 16, 2006
yéndose de la casa:
para saltar por la ventana del segundo piso tengo que cambiar de sueño 4 veces.
Esta es una técnica que imbenté yo para escaparse de la casa. Primero tengo que haber llegado a la ventana del segundo piso. Allí puede estar bartolomeo. Ahora tengo que querer saltar. Ahora tiene que ocurrírseme cómo saltar. Para saltar por la ventana del segundo piso tengo que cambiar de sueños 4 veces. O 3. Ahora me explico: cuando uno sueña, en los sueños, no importa para dónde vaya la fuerza gravitatoria. Puede ir para cualquier lado que uno quiera. Entonces para cambiar el sentido de la fuerza gravitatoria, uno tiene que girar la cabezota en cualquier sentido. Esto, en el plano de sentimientos personales, equivale a un cambio de sueños. Ahora tengo que doblar la cabeza para la derecha y saltar. En vez de caer a piso, caigo pa' la izquierda. Como satélite en órbita. Me voy pa'l horizonte. Ahora me empiezo a alejar de la ventana. Allí está bartolomeo medio preocupado. Ahora, para bajar, tengo que girar la cabeza de modo que la fuerza gravitatoria vaya pa'bajo de nuevo. Ahora empiezo a caer normal rumbo al patio, en donde están mi perro con mi hermano chico esperando que yo aterrize. Van 2 cambios de sueños. Y ahora, cuando estoy a punto de aterrizar, cambio de sueño pa' empezar a caer pa'l la'o de nuevo. Caigo un poquito pa'l la'o y luego cambio de nuevo de sueño para caer pa'bajo y aterrizo chanchito en el pasto con mis zapatillas bacanes. Como si hubiera saltado de 1 metro. Loco, ¿nó?
sábado, octubre 14, 2006
como soñar
caleta de años pensé que los otros podían tener la razón
qué la van a tener
Ahora digo en un blog las cosas que nunca pude decir, y escribo comentarios en otros blogs, diciendo las cosas que nunca me atreví a decir. Gracias a este blogcillo, me escucho. Sé que sé y supe. Aparezco por allí escribiendo risas, palabras de haliento (como si yo tuviera alguna certeza), ideas locas, copias de los manuales de brujo. Trato de tú a tú a algunas personas que no conozco físicamente, o que conozco a penas. ¿Cómo es posible? Sólo con una parte de mi ser que no tiene dificultades en pensar y hablar. Soy lo que sueño en este blog. Todas éstas son ideas vagas, esperanzas tal vez, pero a ratos me da por pensar que sí estoy haciendo algo, que todo no es una ilusión. Que las metas más estrafalarias llegan a ser sobrias si se airean convenientemente. Me da también por pensar que todos son así, que en cada cabeza vuela un mundo, al igual que en la mía. Que podemos hablar de mundo a mundo. Ya me cansé de detenerme a escuchar, de discutir, de todo, en cada uno de nosotros hay una puerta a lo desconocido. Nadie me quita de la cabeza eso. Así que nuestra interacción como seres humanos tiene que ser una carrera de naves espaciales. También termino siempre hablando de estas cosas, haciendo metáforas espaciales, y hablando del ser humano. Todo lo que yo quería era constatar mi capacidad de hacer comentarios verdaderos en los blogs de los otros. Pero la idea es como soñar.
miércoles, octubre 11, 2006
2006: Aquí comienza una era.
Claves creativas número dos:
Brujería: el arte de equilibrar la vida y la muerte.
Ahorro de energía: que la mente no se dé cuenta de que vive y piensa. Suprimir los momentos de tensión. En la conversación, no esperar ni dar el turno.
Antipoesía: Nicanor Parra: encontrar el punto donde la poesía occidental (bicho raro) equivocó el camino. Manuel Marín: encontrar el punto donde yo (bicho real) equivoqué el camino. Se junta con el bicho de la recapitulación. Mi antipoesía será a partir de lo que es mi poesía actual. ¿Por qué me aburre leer mis poesías? Cuando chico yo escribía bien. Recuperar esa escritura juvenil, espontánea. Imaginar cuál es mi energía original.
Yoga: equilibrio entre el cuerpo energético y el cuerpo físico.
Otros equilibrios: equilibrio entre humildad y elegancia. Entre lo conocido y lo desconocido. Entre el acecho y el ensueño.
A veces: a veces, un guerrero se permite gastos de energía. Gastar energía es romper uno de los tantos equilibrios. Lo hace para dar jugo.
Acecho: reconocer una realidad. Fijar el punto de encaje. Estar aquí. Ser esclavo del espíritu.
Ensueño: quedarse dormido intencionalmente. Esto se hace quedándose dormido normalmente, pensando cualquier cosa. En determinado momento, se invoca una energía misteriosa pero conocida, para darle personalidad a un pensamiento azaroso, casi onírico. Es posible, se ha hecho muchas veces. Sólo se necesita energía.
Hacer poesía: estudiar el verso endecasílabo. Contar las sílabas con los dedos de la mano, golpeando el muslo o la mesa. Buscar expresiones jugosas y recordarlas. Recapitular y volver al vocabulario antiguo que se usó alguna vez. O bien, hablar de momentos antiguos con la voz de hoy.
Hacer yoga: estirar la columna. Pensar que el cuerpo energético es la columna, desde el cóccix hasta la coronilla, y el resto todo descartable. Respiración abdominal. Torciones. Pensar que uno es un ser inorgánico. Ver la esencia inorgánica del mundo. Relajar el pecho, el abdomen y la garganta. Y relajar todos los músculos del cuerpo. Ser feliz. Criatura rodeada por el infinito. Mover los ojos suavemente.
Hacer brujería: es lo máximo. No se puede poner en palabras.
martes, octubre 10, 2006
IV MEDIO
Saben que a veces, al pasar por afuera del colegio, con un polerón que no es la típica chomba azul sino un polerón azulito, con los nombres de mis compañeros y compañeras, jugando con una bombita de agua, con el sol de abril (*), me dan ganas de quedarme para siempre en este colegio.
Más adelante voy a saber que esta mañana, en realidad yo nunca la olvidé. Fue una de las mejores de mi tiempo. Solamente por haber estado jugando súper, cuaderno pón en los pasillos del colegio, escapando de los inspectores. ¿Solamente por eso?
sábado, octubre 07, 2006
FREEDOM
Prácticamente no tenía la posibilidad de pensar. Inmediatamente había que hacer algo. Barrer los rincones, establecer un pacto secreto con las arañas. Acomodar los cojines, para que todo pareciera una tienda de campaña. Yo no entendía la razón de tales cambios. Pero el Gran Visir no dejaba espacio a comentarios.
Trasplantar una planta. Hacer tallarines. Todas eran funciones que yo no dominaba en lo más mínimo. Pero me entregaba a ellas como una cenicienta. A veces, incluso, se vio amenazada mi virilidad. Episodios que no vale la pena recordar. Pero me conformo con una palabra de aliento. Hay que reírse de esas situaciones.
No descargaba mis sufrimientos ni en la lectura. A pesar que tenía en mi velador un ejemplar de las mil y una noches. Mi velador que era un costal de pulgas. A veces, sospecho que yo imaginaba gran parte de mi realidad. Pero, evidentemente, sólo a ratos podía hacer tal cosa. El resto del tiempo, la dureza de mi faena me caía como un saco de papas en el hombro. Tardes, noches y mañanas bajo el cielo, con una picota atravesando la estancia. O machacando piedras. Todos los trabajos malintencionados del campo. Recaían sobre mí. Yo era una especie de niño de mano a todo trapo.
Lo más interesante de todo es que, pasado cierto umbral, yo ya no experimentaba fatiga. Me comía un plato de porotos sin chistar. Devorar la comida era una cosa automática. Obviamente, tenía la sensación de ser alguien más. Desarrollaba, a la hora del almuerzo, la capacidad de observar a mi cuerpo. Como si no me perteneciera. Práctica que sigo llevando hasta el día de hoy. Es una de las pocas cosas que todavía me divierte.
El Gran Visir se aparecía pistola en mano. Obligaba a lavar unas ropas, estropajos prácticamente, en una batea de cuatro por cuatro. El agua se iba a los rincones, el agua escaseaba. Obviamente sin detergente de ningún tipo. Mientras el Gran Visir vigilaba las estrellas, yo cantaba. Mi espíritu se doblegó de tal forma, que salió de mi cuerpo. Yo ya no vivía mi vida. Era una especie de cantor popular. Perseguido por la dictadura. Mientras mi cuerpo sudaba, o se debatía en espasmos de dolor, yo cantaba a gritos.
Un día normal para mí era levantarme y hacer la cama. Luego salir disparado ante los gritos del Gran Visir, que venían de afuera. Había que levantar una yunta de bueyes. Había que vigilar el horizonte desde una torre de piedra. Había que matar a una mosca. Cero posibilidad de expresarme, o de penetrar en mi interior. De aquí para allá todo el rato. Yo que toda mi vida había sido un vago.
Epílogo: Ahora que sé la verdad, me detengo a escribir estas líneas. Antes, hace un par de minutos, me conformaba con andar a la deriva, pasando mi escoba. Mi escoba que es una hoja de palmera. Sigo siendo un esclavo de este mundo. Pero el Gran Visir ha desaparecido. Ya no está en la comarca. Ha debido borrarse del mapa, como el invierno. Empieza un nuevo ciclo para este servidor de la sombra. Todos estos años ha vivido en la esclavitud. Ya sabe que esta vida es más o menos eso. ¿Vida? Muerte. El espíritu nos sobrepasa. Prácticamente no tenemos acceso.
viernes, octubre 06, 2006
Cortázar, yo, el Che, la UltraVioleta, tirando de la cuerda todos juntos.
Estoy mirando la foto del guerrero águila, que puede verse a la derecha. Claro que debería llamarse guerrero gallina, pero qué más da. Qué más da llamarse de una u otra manera, qué más da ser una u otra persona.
Estoy sentado aquí para desentrañar el misterio de Rayuela. Pero en verdad, estoy aquí sentado por varias razones. Voy a empezar a enumerar las primeras. Más adelante en la noche trataré de dedicarme a la Rayuela. Como ven, todavía hay cosas que están por verse.
Primero, porque el futuro es lo único que tenemos, y porque yo me quiero quedar sentado aquí escribiendo mientras que pase la noche. Que pase al lado mío, porque fíjense que yo estoy aquí sentado frente al infinito. Alrededor mío lo que hay es abismo, no son mesas ni sillas. Es abismo puro y simplecito. ¿Tendrá fondo? Allá él.
Segundo, porque al decir que estoy aquí, sentado, estoy ocupando la cláusula de las cláusulas. Después de decir una cosa así, no me extraña que baje la muerte y alumbre todo esto. Soy Manuel Marín. ¿Es ésta una quemante declaración?
En otras palabras, estoy volando solito. Soy como el pájaro que se quedó en la retaguardia. Pero no por flojo ni por feo. Lo que pasa es que es muy tímido, y le da pena canturrear frente a los otros. Desafina constantemente. Es una lástima que tan amable pajarillo no tenga voz para regalar al cielo. Y como corolario resulta que más encima tiene que configurar todo el espacio él solito. Tiene que decir: estoy aquí, aleteando. Si no lo hace, se desparraman los cielos, el sol cae como piedra sobre el horizonte y lo incendia (meteorito del crepúsculo), y nuestro singular pájaro se queda dormido. Se durmió el pajarito. Ya no lo levantamos con nada. Casi con nada. El mundo, hermanos, ha desaparecido.
Tercera razón, me hallo desesperado. Francamente, no se me ocurre nada más que hacer. Este es el último recurso para que no se desmorone mi castillo de naipes. Y es un agrado estar aquí sin otra preocupación que castigar al papel (siglo XX). Saben, el texto está pasando a segundo plano. Aquí hay algo más que la labor del escritor. Mirar por la ventana o al vacío es algo ya reiterativo. Escuchar la canción es otro tanto. ¿Qué pasa por la mente de este editor? No se preocupa de dar grandes textos a sus lectores. Está sentado aquí como arma de defensa contra el infinito.
Yo voy a preguntar: ¿de quién somos esclavos? Porque entre firmar pacto con el diablo, y firmarlo con unos duendecillos de aquí de la tierra, yo prefiero firmar pacto con el diablo. Me aburrí, voy a firmar pacto con el diablo. Por supuesto que estoy bromeando. Es sólo una manera tácita de decirlo.
Saben, nunca hay equilibrio. Cuando nos queremos ir, nos faltan ganas de quedarnos. Y cuando queremos quedarnos, nos faltan ganas de dejarnos ir. Yo tengo planeado equilibrar este asunto. Cuando esté gozando al máximo la vida, voy a tener ganas de puro matarme, como ahora. Y cuando me quiera puro morir, voy a plantarme con más fuerza que nunca en esta tierra, por vivir. Si es preciso me voy a enterrar, hasta las pelotas, en la arena. Hay que cambiarle el significado a la expresión “hasta las pelotas”.
Desde allí voy a poder contemplar el mar, y las olas, cómo me van cubriendo el espinazo. Voy a sentir que vengo de regalo con el mar. Que soy un producto marino, uno más. Y así, cuando esté con el agua hasta el cogote, voy a decir: calabaza, calabaza, cada uno pa' su casa. Y voy a volver a la matriz originaria, al mar que fue mi cuna. Ya ha sido mucho tiempo de hacerle la desconocida al mar. Tengo que volver a él como Dios manda. Como Poseidón manda.
Saben, es imposible que la teoría darwiniana sea válida. Todo tiene que haber ocurrido por mandato de Dios. Yo he escuchado que hay lo que se llaman los saltos evolutivos. El eslabón perdido es un mito. Lo que sucede es que una mona soñó que era mujer una vez. Desde entonces hemos vivido en este sueño que se llama humanidad. Yo también me voy a pegar mi salto evolutivo. Voy a soñar que soy un cóndor. Con esto me voy a saltar unos quince mil millones de años. Una cosita no menor.
Lo he dicho todo. Es hora de empezar a pensar nuevamente. Y dijimos que íbamos a pensar en Rayuela. Pero pensemos en Rayuela todos juntos. Hoy fui a ver un documental que se llama Cortázar. Pero Cortázar es, como se vio en la película, sólo un hombre más. Uno más que trató de hacer la revolución por sí solo. Yo sin ustedes no soy nada. No puedo completar un solo pensamiento sin pensar en el infinito que son ustedes. Mentira. El infinito no son ustedes realmente.
Cortázar quería esto: que el lector tuviera opciones al leer, ojalá y si es posible tantas como tuvo el escritor al escribir el libro. Chanfle. Difícil misión. Como ven, se rajó con una clave creativa. Yo pensaba que el documental entero iba a ser un curso sobre cómo escribir un libro de la calaña de Rayuela. No, Cortázar sigue siendo un misterio, al igual que los gatos. Pero entonces yo voy a tener que hacer memoria de lo que sentí cuando leía ese tremendo libraco.
Como a ustedes, a mí se me terminó partiendo en pedazos de tanto que me cambiaba de capítulo. Es que lo leía en la micro y así no se puede.
Pero veamos. Así se hablaba Oliveira a sí mismo. Pero veamos. ¿Cuál sigue siendo el misterio de Rayuela? Que Cortázar estaba en un particular estado mental cuando lo escribía. Y que nosotros estábamos en un estado mental así-por-ser cuando lo leíamos. Y eso podría resumirlo todo.
Escribir. En escribir se corre el peligro de que cuando uno lee, todo lo que se ha dicho parecen puras metáforas. Parece que no fuera sangre derramada. Error. Todo lo que se lee debe ser tomado en forma literal. De verdad un mono soñó con nosotros. De verdad yo me planto con mis dos pies aquí para que no desaparezca el mundo. De verdad estoy aquí. ¿O acaso podría ser de otra manera?
jueves, octubre 05, 2006
Hola
Voy a ser el que caminó por la casa. El que anduvo corriendo las cortinas, el que se mojó la cara. Sí, es verdad, el que se mojó la cara con leche del plato del gato. El plato del gato dice miau. ¿Dice miau? Pero el plato del gato no habla. Solamente dice escrito en una parte del borde la palabra miau.
Cuando lo vi me resultó muy extraño. Tuve que releerlo para darme cuenta cabalmente de que ésa era la palabra. Pero más extraño era que yo me hubiera mojado los ojos con esa leche, y que me hubiera despertado por decirlo así.
Estaba sumamente confundido. Yo no suelo arrastrarme por el piso. Se me hacía amenazante la figura del gato, negro, con los ojos como platos, etcétera. Me lo imaginaba observándome desde debajo de una silla, enfurruñado entremedio de las patas de la silla. Me reí en ese momento. Me puse de pie y caminé rumbo a mi cama.
Me quería acostar en la misma posición en la que estaba durmiendo. Me puse como de espaldas, pero tres cuartos. Y me van a creer que, por varios minutos, no supe para qué lado voltearme. Claro, si yo no tenía cómo diablos saber cómo diablos estaba durmiendo yo en el otro lado.
El caso es que me puse como a sentir suavemente. Me tincaba un lado. Pero el queso es que no podía descartar plenamente el otro. Así me fui girando de a poquitito, achuntándole por supoto, hasta que desperté brígidamente. Me habían faltado como veinte centímetros de giro para quedar igual igual. Y ya les voy a decir yo que eso no era poco. No era nada poco.
Aquí la cosa no termina. Porque ahora se me ocurrió decir: soy el que caminó por la casa, soy el que se mojó la cara, y en seguida me vienen como unos calosfríos así. Me viene como un miedito en la watita. Soy un brujo de la nueva escuela. No tengo tiempo para jueguitos de espanto, no tengo tiempo para absolutamente nada.
martes, octubre 03, 2006
Me quedo con lo positivo de la experiencia
Pelar habas no es, si se quiere, una cosa común, algo sobrenatural hay ahí. Me acuerdo que estábamos a la sombra de un árbol, ulmo o lo que sea, la única sombra de la pampa. Era un sitio gigantesco con cerco, perro, zanjón, agua y un árbol. Yo me habría convertido en cualquiera de las seis cosas. Sin embargo estaba pelando habas. La cosa se hacía insoportable si no conversabas, y yo tenía al Saúl ahí para hablar de las cosas divinas.
A las seis terminaba el turno y había que partir con bombos y petacas a la hacienda. Se llamaba la hacienda porque quedaba lejos. Y me acuerdo que yo me fui a la delantera, porque estaba decidido a cantárselas claras al patrón. Iba a poder conocer al patrón. Era una mano que acariciaba el lomo del gato. Y el Saúl, quedándose en la retaguardia, parecía estuatua de cera. Y yo lo miraba cada tanto dándome una vuelta completa. Y ahí tenía que caminar un rato para atrás, para captar la mirada del Saúl. Era una mirada que no decía nada. A salvo bajo la sombra del gigantesco ulmo.
En la copa del ulmo había un detalle de luz fantástico. Yo no me podía cansar de mirarlo. Al ratito dejé el saco con las habas ahí al ladito y me senté en el suelo a mirar el espectáculo. ¿Han visto alguna vez una maravilla que no se extingue nunca? Porque fíjense que yo miraba para el lado, para el horizonte infinito de la pampa, y me quedaba pensando largo rato. ¿Y qué tiene eso de sobrenatural? Que cuando volvía a mirar la copa del ulmo, el misterio estaba. O sea, no se quitaba nunca de mis ojos. Me reí, pues, qué más iba a hacer.
Con todo ya se me había olvidado lo del cuento del patrón y la mano que mece la cuna. Me estaba guardando para un regreso de lo más recogedor. Se me erizaban los pelos, así. Yo creía que una parte de mí, no les voy a decir cuál, estaba acostada en un campo de hierbas, mordiendo un pastito y mirándole las bragas a las nubes. Y puta que era cierto. Al instante sentí la percepción dividida. Por un lado veía el ulmo con sus flores de colores en las copas, y por otro las bragas de las nubes. Me decidí por una. Y se me erizaron los pelos así.
No es muy agradable la sensación de despertar de un sueño en otro sueño, pero qué más da.
lunes, octubre 02, 2006
Varias poesías
Vagar por el infinito
es semejante a vivir en este mundo
tomando puras decisiones triviales
pero a la velocidad de la luz
y no pensar nunca más en ellas.
AL REVÉS
La vida en este mundo
tiene como elemento fundamental
la decisión
mientras que la vida en el infinito
es un fluir constante...
Mezclando las dos cosas
sacamos la manera correcta de vivir:
tomar decisiones relampagueantes
y que nuestra vida se nos vaya en eso
condición: nunca arrepentirse.
SER LIVIANO COMO UNA PLUMA
es tomar decisiones
en que se juegue el propio ser
y no volver a pensar en ellas
Esto tiene correlatos cósmicos
tanto en este mundo
como en el de fuego
En este mundo
ser liviano como una pluma
es tomar una decisión
e inmediatamente tomar otra
y no parar jamás
En el mundo de fuego
ser liviano como una pluma
es hacer la posición invertida
en medio de un huracán de rayos.