al fin me encuentro
con mi destino sudamericano
J. L. Borges
Juro no escribir nunca más un verso
Juro no resolver más ecuaciones
Nicanor Parra Sandoval
1
Hay que ver lo que es viajar. Meter los calcetines dentro de una bolsa blanca y después dentro de una maleta roja, que combina con las pulseras y con la luz de la pieza que hace dormir. Luego apagar la luz, cerrar la puerta y que todo vuelva a la normalidad mientras uno camina hacia la puerta. Ver la lavadora dentro del baño, la pieza de Carlitos apestando a olvido y entonces las cosas encima de la mesa, las cosas que eran clásicas compañeras y ahora que abandonaba el país –abandonar el país era la frase más chistosa– se quedarían para siempre y no las volvería a tocar nunca. Cerrar la puerta y escuchar el portazo clásico de todas las mañanas por última vez, bajar la escalera con la maleta complicada por las ruedas y tomarla con ambas manos y llegar a la acera donde hay árboles y viento. Detener un taxi y que el taxi aminore la velocidad y quede un poco pasado de donde está uno, uno tiene que caminar y abrir la puerta negra y meter adentro la maleta como si quisiera guardarla en un clóset y olvidarse de ella. Y meterse uno y sentarse y esperar dos segundos antes de hablar con el taxista, que haya suspenso. Suspenso antes de decir “al aeropuerto”, y no decir nada más durante el viaje, irse mirando por la ventana las calles movedizas y la gente interesante y repitiendo mentalmente las palabras “al aeropuerto, al aeropuerto”, y luego en una curva cualquiera “abandonar el país” y enmascarar una sonrisa, y contener la risa. Nada ha cambiado porque abandone el país, las calles siguen siendo las mismas y hasta los pensamientos siguen siendo los mismos, las miradas siguen siendo las mismas.
En el aeropuerto hay luces y calma y espacio y gente, pero sobre todo hay calma. Se acerca a un mesoncito de tantos y habla con una señorita en plan de conquista, conquista que no prospera. La señorita está bastante bien y es agradable manipular la maleta enfrente de ella aunque a ella no le preocupe. El peso de la maleta está indicado en letras rojas diminutas como la luz de la pieza, como las pulseras y eso se va olvidando. Las pulseras caen en un basurero lleno de vasos de plástico y la muñeca se siente libre, una caricia fantasma recorre la piel.
En el avión hay un ruido constante y pensamientos que no van a ningún sitio. En un punto, se ve la cordillera desde arriba. Hay una serie de adminículos como cucharas, cuchillos y tenedores de plástico blanco. En el avión se ríe de lo mínimo que es su espacio y de lo ridículo que es su plan. Encuentra –no se sabe cómo no la vio antes– la almohada envuelta en un forro de plástico y la utiliza para dormir. No sueña, sólo duerme superficialmente y las horas se vuelven difusas. El tiempo pierde la forma.
Aterriza en Creta y baja por las escaleras del avión, pisando con cuidado los peldaños metálicos. Se siente feliz y desorientado cuando llega al suelo y se pone a caminar en dirección a un edificio blanco. Creta, o el cielo de Creta le parecen hermosos.
Mientras tanto una ardilla jugueteaba con una cuchara de cristal.
2
Una chica le sonríe desde una mesa vecina. Luego parece ponerse a leer y parece no incomodarle su presencia. Detrás de ella hay una vista de Creta, de las casas y edificios de Creta. El viento sacude los quitasoles. La sombra de uno de los quitasoles cae sobre el piso de cerámicos rojos.
3
Es sólo un jardín interior. Flores, azucenas, claveles.