Habíamos parado en una bencinera camino a no sé dónde, a donde el diablo perdió el ponche. Yo tenía sed y me acerqué al local de bebidas y garnituras. Afuera había un refri con puras locuras como sprite light (luz de sprite) y yo saqué una y me dirigí al counter. De repente teníamos que seguir...
Estábamos en una casa como la de los Parra y yo estaba encerrado ahí con Claudia Di Girólamo. Estábamos actuando para una telenovela que era a esas alturas nuestras vidas. El problema que tenía Claudia era que iba a llegar su pinche real, entonces, para que no hubiera problema, él tenía que pensar que yo era gay. Para eso Claudia me quería hacer tomar una ducha y que cuando él llegara yo justo fuera saliendo de la ducha. Era absurdo. Además, yo tenía que hacerle muchas preguntas sobre su trabajo, en fin sentirme interesado. Absurdo.
Me fui a recorrer el Central Park. No quería pasar muy cerca de nadie y a los que venían en dirección contraria los esquivaba en demasía. Uno de ellos me reclamó pero yo le sonreí. Luego me encontré con mi hermano y subimos por una escalera mecánica rumbo a un cine. Cuando íbamos en la escalera nos empezaron a pasar la última de Batman directo en nuestros cerebros, en forma de alucinaciones que se formaban en el espacio que nos rodeaba. Fue la subida en escalera mecánica más difícil de mi vida. Bane me partió la columna vertebral. La gracia era que yo le pegaba combos en la cara pero apenas lo movía. Fue bueno sentir todo eso, la impotencia ante un enemigo invencible.
Luego fuimos a una suerte de zoológico con Adanoswky a grabar una película con Pedro Ruminot. Estaba esa bola de madera que mi amiga María me hizo transportar una vez en una pseudo obra de teatro. La pelota servía aquí como mecanismo para tomar las decisiones más importantes del mundo. Se la hacía girar y era como una tómbola, en donde se detenía estaba la respuesta. Pero la bola estaba malfuncionando después de algún tiempo y había que reemplazarla por otra. Los actuales jefes no querían seguirse encargando del asunto y le achacaban la pega a una nueva generación. Parece que eso significaba que Pedro Ruminot y compañía se tenían que retirar del zoológico, e hicieron un fuerte con piezas de utilería, como para simular una resistencia. Era todo un juego, lo hacían cantando.
En fin, con Adanowsky nos fuimos bajando por ese cerro. Eran las nueve y veinte y nosotros habíamos llegado a las seis y treinta. Todo era de la mañana. En menos de tres horas, calculábamos con Adanowsky, habíamos grabado todo lo que nos faltaba de película, que era más de la mitad. Nos parecía una buena marca. En algún momento Adanowsky y yo nos fusionamos y yo paso a ser Adanowsky y él pasa a ser una voz en mi cerebro. Me cuelgo de un acantilado para soltarme. Es algo que se hace como parte de un parque de diversiones que también hay allí. Estoy colgando del acantilado, escuchando los problemas e impresiones de la vida de Adanowsky. Me trago dos marhsmellows que tengo en la boca hace rato antes de dejarme caer en el vacío. Para mantener mi cuerpo en posición vertical voy pataleando un poco en el aire. Es una caída de unos cuatro mil metros hasta el agua.
Despierto. Cómo chucha soñé tanta huevá.
Estábamos en una casa como la de los Parra y yo estaba encerrado ahí con Claudia Di Girólamo. Estábamos actuando para una telenovela que era a esas alturas nuestras vidas. El problema que tenía Claudia era que iba a llegar su pinche real, entonces, para que no hubiera problema, él tenía que pensar que yo era gay. Para eso Claudia me quería hacer tomar una ducha y que cuando él llegara yo justo fuera saliendo de la ducha. Era absurdo. Además, yo tenía que hacerle muchas preguntas sobre su trabajo, en fin sentirme interesado. Absurdo.
Me fui a recorrer el Central Park. No quería pasar muy cerca de nadie y a los que venían en dirección contraria los esquivaba en demasía. Uno de ellos me reclamó pero yo le sonreí. Luego me encontré con mi hermano y subimos por una escalera mecánica rumbo a un cine. Cuando íbamos en la escalera nos empezaron a pasar la última de Batman directo en nuestros cerebros, en forma de alucinaciones que se formaban en el espacio que nos rodeaba. Fue la subida en escalera mecánica más difícil de mi vida. Bane me partió la columna vertebral. La gracia era que yo le pegaba combos en la cara pero apenas lo movía. Fue bueno sentir todo eso, la impotencia ante un enemigo invencible.
Luego fuimos a una suerte de zoológico con Adanoswky a grabar una película con Pedro Ruminot. Estaba esa bola de madera que mi amiga María me hizo transportar una vez en una pseudo obra de teatro. La pelota servía aquí como mecanismo para tomar las decisiones más importantes del mundo. Se la hacía girar y era como una tómbola, en donde se detenía estaba la respuesta. Pero la bola estaba malfuncionando después de algún tiempo y había que reemplazarla por otra. Los actuales jefes no querían seguirse encargando del asunto y le achacaban la pega a una nueva generación. Parece que eso significaba que Pedro Ruminot y compañía se tenían que retirar del zoológico, e hicieron un fuerte con piezas de utilería, como para simular una resistencia. Era todo un juego, lo hacían cantando.
En fin, con Adanowsky nos fuimos bajando por ese cerro. Eran las nueve y veinte y nosotros habíamos llegado a las seis y treinta. Todo era de la mañana. En menos de tres horas, calculábamos con Adanowsky, habíamos grabado todo lo que nos faltaba de película, que era más de la mitad. Nos parecía una buena marca. En algún momento Adanowsky y yo nos fusionamos y yo paso a ser Adanowsky y él pasa a ser una voz en mi cerebro. Me cuelgo de un acantilado para soltarme. Es algo que se hace como parte de un parque de diversiones que también hay allí. Estoy colgando del acantilado, escuchando los problemas e impresiones de la vida de Adanowsky. Me trago dos marhsmellows que tengo en la boca hace rato antes de dejarme caer en el vacío. Para mantener mi cuerpo en posición vertical voy pataleando un poco en el aire. Es una caída de unos cuatro mil metros hasta el agua.
Despierto. Cómo chucha soñé tanta huevá.