viernes, diciembre 28, 2007

ganas

por mi vieja (o sea mi gallina superiora) y por mi viejo soy de la izquierda chilena, soy de los pobres organizados, ellos cantaban y luchaban y los mataron a todos, hijos de puta. los mataron uno a uno sin más, como si no fueran cantores populares, como si no cantaran junto con las estrellas, como si no lucharan, los mataron a sangre fría como si no fueran nada. para seguir tengo que ser como el ejecutor de víctor jara. eso tengo que ser, la guerra es muy humana y muy inhumana, para que mi corazón sea libre tengo que cortarle la cabeza a violeta parra, y no morirme de pena.

jueves, diciembre 27, 2007

hola todos

me despierto y lo que me cuesta de levantarme es tener que meterme en un disfráz tan ajustado. pero al subir el cierre que recorre toda la columna vertebral, veo que de cada vértebra emerge una cola de pez, de manera que me voy como nadando en dirección a la puerta para salir. Y avanzo en cámara lenta, con mis colas de pez danzando y repartiendo burbujas en cada punto en que se quiebra la escalera, o faltan peldaños y de abajo se sienten unos alaridos oscuros que dan risa. Muerto de la risa llego por fin al final de la escalera donde me espera mi conserje con una sonrisa, el conserje desprovisto de teléfono en el edificio donde nadie va de visita. Y apreto un botón que da la corriente y se desatan unos mecanismos misteriosos que terminan haciendo sonar una reja. Y así es como salgo a la calle con cara de trueno, como nicanor parra y roberto parra juntos. Y me decido primero a dónde ir, cada decisión es tan fácil como elegir si ir a la derecha o a la izquierda. Pero en este acto tan sutil, mi cuerpo gira y los peces dan coletazos azulosos y violetas en el aire, y uno de los peces abre los ojos en mi pecho, y son dos ojos conocidos pero extraños, como los ojos de nicanor parra, a quien, precisamente, desconozco en persona pero he leido sus versos, de manera que tengo derecho a reconocerlo en un sueño. Víctima del ahogo o de la ignorancia, el pez no puede ver a través de la camisa y me abro los botones como un latin lover centroamericano, y busco las oficinas de cencosud en providencia, adonde he llegado tras doblar muchas veces a la derecha o a la izquierda. Siempre a mi izquierda está el edificio nuevo milenio, en la esquina de la concepción con la concepción (?), en cuyas oficinas depositan sus instalaciones los ejecutivos de cencosud, a los cuales me quiero comer vivitos y coleando, a la parrila y con caracoles avanzando alrededor, caracoles fakires que puedan resistir el calor de la hoguera. Ya veo en el espejo del ascensor que mi simbiosis con varios peces me está cambiando y tengo la cara de los peces de porcelana que estaban en la cornisa de la chimenea de la casa de mi abuelo. Comparto el ascensor con un joven que abraza unos files, unas carpetas cafés, y mira levemente hacia el suelo. Su dolor es gigantesco y se baja para dejarme el ascensor sólo para mí. Entonces escarbo mi nariz, sólo porque tengo la oportunidad, y sintonizo en los botones de la derecha, presionando el 1, el 4 y el 6, la canción de violeta parra que hace tiempo vengo cantando. Se escuchan bombas explotar en los pisos a medida que sube el ascensor, y en el cielo del mismo se prende una ampolleta roja con las letras A M O R. Y suena una chicharra. Y se abren las puertas del ascensor.
Y se descubre la pez más hermosa que jamás haya visto.
De pronto estoy esperando en una fila que se abra una ventanilla para que podamos penetrar en una escotilla y luego de atravesar un túnel orgásmico llegar por fin al cine. La espera es tediosa y a mi lado hay un oficinista con cuerpo de oficinista y cabeza de pez. Orino ahí mismo, como si no existieran los baños ni la posibilidad de ser amonestado por tal acción. La fila avanza y hay personas adelante y detrás mío. Lo único que me importaría sería que apareciera una puta en algún punto de la fila, y con esa fijación los recorro a todos. Salgo de una puerta y tengo muchas puertas para elegir, en un pasillo. Sé por sueños anteriores que las de la izquierda ya las he probado todas, y así es como decido, con algún grado de increíble temor, abrir una puerta de la derecha en donde, desde unas literas, se encuentran cantando las sirenas su canto de atrapamiento. Antes de cerrar los ojos, una voz me dijo que me cuidara de todos los cantos sumamente hermosos, y de mi cuerpo salen tiritas como de papel de volantín que se quieren ir para adentro de la habitación.
En una habitación cúbica está el mono que activa el mecanismo para que suene la reja que abre la puerta de mi edificio. Simpatizo con él. En una ventana de su desktop está el video de vigilancia que protagoniza mi feliz conserje, sin otra responsabilidad que observar la grieta del suelo como si fuera el horizonte. Me atraviesan atardeceres en calles y plazas, y pensamientos sombríos y poéticos venideros, y los siento venirse.
Una de las claves de la brujería es el no-hacer (voy a pasar un poquito de materia) y consiste en no hacer las rutinas. Por ejemplo, mirar un árbol consiste en mirar solamente las ramas y las hojas, por eso mi recomendación consiste en mirar en vez de eso las sombras de las ramas en el cemento, y los espacios entre las hojas. Descubrirán que hay un mundo nuevo y una mirada nueva sobre todas las cosas de este mundo. Ya deja de ser el mundo poblado de los objetos que conocemos y se transforma en un mundo de luz y sombra, en donde cada mirada va dirigida hacia lo más profundo, y el cristalino está en su órbita máxima a cada rato. Es una forma muy especial de felicidad, que nace del cuerpo y no de la mente.
Lo otro: nuestra forma de interactuar con nuestros semejantes es muy rara. El conocimiento de cualquier cosa es algo que sólo dura unos pocos segundos. El conocimiento está atado a una mañana o a una tarde, y no se puede sacar de allí. Yo no podría escribir ahora qué tiene de tan rara nuestra conducta con nuestros semejantes, porque era el otro día que lo sabía.

jueves, diciembre 20, 2007

pink floyd!

otra cosa es que decir pink floyd me cala los huesos. es como decir algo transversal a mi vida, como un completemento de mi doble, como mirar a la vez muchos gusanos relucientes, vida.

martes, diciembre 18, 2007

Sólo tengo frases

No tengo tiempo de pensar en ternura, de pensar en los 18 ó 15 años y sentir todo lo que sentía en ese instante porque, sí, mi mente se transporta. Ha desarrollado esa capacidad luego de leer algunas frases escritas por gente de esa edad, por gente que se siente así, como en la berma de un juego y la realidad, como una nueva teoría del conocimiento y la realidad. Reality.

No tengo tiempo de pensar en esas dulces cosas que sin duda me afectarían en las costillas, y en la garganta, y yo sentiría un escalofrío y dulce pena por haber dejado escapar esos años, por no volver a ser un adolescente que tiene que estudiar, que tiene que pasar años y mañanas frías en una atmósfera difusa. No podría abandonarme a todos esos pensamientos y sensaciones porque, de partida, no terminaría nunca y perdería esta tarde, y segundo, porque ya hay quienes lo sienten por mí, ¿no es así? Es inútil utilizar el propio corazón y el ser de uno para autogestionarse sentimientos, sentimientos que son tan dulces, a pesar de que sean tan dulces como jugar a la pelota un sábado, con todos mis amigos. Es inútil e injusto. No sé qué más decir.

Siento nostalgia.....


lunes, diciembre 10, 2007

MEDITATION

En realidad, un escritor sufre porque tiene tiempo libre que llenar, me imagino yo, por eso escribe porque no tiene amigos o polola o trabajo voluntario o remunerado que hacer. me imagino yo, por eso escribe porque no tiene amigos o polola o trabajo voluntario o remunerado que hacer. Y le cuesta escribir, más encima, porque tiene que inventar algo que le dé en el gusto, a él, y eso no es fácil, porque uno muchas veces es mucho más imbécil de lo que cree y eso se ve en las letras, por eso la rutina típica de un escritor es llegar a su casa y escribir algo y que no le guste, y luego escribir muchos textos y que ninguno le guste. Y empieza a poner especial cuidado en poner los puntos seguidos y las comas, y piensa cada frase antes de escribirla, con la esperanza de que su pobre manejo del idioma no quede tan a la evidencia. Y a veces ve si repitió una palabra que dijo más arriba, sólo por inseguridad, y cada cierto rato se para a releer el párrafo que ya lleva escrito y cuando hace eso es fatal, porque toda la obra se desmorona, o mejor dicho pende de un hilo, es el momento de tambaleo general de la obra, cuando baja sus ojos por lo que ya lleva escrito y si todo va bien, sigue. Cuando el escritor (amateur, por cierto) lee su obra mientras la escribe, como retroalimentándose, es como uno de esos lectores fanáticos, que buscan o encuentran con cuidado algo entre esas palabras lesas. El escritor profesional posee mucho vocabulario y eso le permite disimular su estupidez intrínseca, logrando un mejor resultado que el amateur que además de tonto, el loco hasta escribe mal. Porque seguramente si no es escritor tampoco será un gran orador por lo tanto no es agradable leer su prosa, es como más o menos lo mismo que escucharlo. Aunque es distinto, porque cuando él habla se censura solo de tan mal que lo hace y uno generalmente escucha balbuceos de su boca, frases que no se completan o que no fluyen, en cambio el papel se las deja pasar todas y es un agrado para él por fin poder vaciar su mente, porque nadie lo escucha salvo el papel. Y debiera dedicarse a eso mejor, a escribir como terapia más que a tratar de hacer algo bueno, y dejar que su mente se vacíe y no cortarla, no censurarla sino que permitir que ella se exprese porque eso le sería útil, más que tratar de tener un libro en las librerías y que alguien lo lea. Le sería útil para su proceso completo, para ser mejor persona, porque a las finales uno quiere eso y lo de escritor es más como una obsesión, como un anhelo de la persona, y no algo que uno necesite para nada. La mente necesita decirse las cosas, y si no se las dice a las otras personas, se las tiene que decir a sí misma. Nadie la va a acallar, es como el pueblo, es decir por un asunto de cómo son las cosas en esta vida la mente tiene que decir las cosas como sea, una alternativa es encontrar en tus semejantes algunas orejas que se presten para el juego ridículo de la mente propia, otra es dialogar con uno mismo pero no la recomiendo porque es muy poco conciente y se disfraza de pensamiento, o de razonamiento que lo que hace es obedecer a una lógica y no acceder a un instinto de liberación. Y la otra es agarrar un computador o hasta un papel y decirse las cosas, o hablar lo que uno no alcanzó a hablar en el fin de semana. Eso es más honesto, los escritores no son honestos, son sumamente deshonestos, aunque el lector igual tiene la culpa porque cae en su juego, pero no es nada malo esto sino una forma de comunicación, la gente que lee como que sabe escuchar y compra también la pose del escritor que cuenta una historia, pero la verdad es que es un escritor que se despoja de su mente para vivir mejor. Otra cosa de por qué los textos son tan fomes es por esto mismo, porque el que los escribe no le basta con un poquito sino que necesita decir mucho, necesita que no lo corten tan luego, que lo escuchen harto rato aunque no tenga mucho que decir y se de vueltas siempre en la misma idea, ustedes se han fijado que esto pasa en los textos. Lo que encuentro terrible es ser novelista porque uno está obligando a la mente a hablar de algo en específico, y todos los días tiene que hablar de eso, aunque en realidad no es tan terrible porque el tema de la novela es uno que al escritor le gusta y que disfruta al comunicar, por lo tanto no es terrible sino al contrario. Pero de todas formas es como coercionarse a hablar de algo, pero está bien igual. Hay gente que hace de la literatura su trabajo y si es trabajo se intelectualiza más y se dedica mucho más tiempo. Por otro lado, a veces la gente hasta como que se ilumina escribiendo, y en el texto quizás se ve hasta un proceso en que el autor fue creciendo cuando lo escribió, y es muy notable, porque las horas que el autor dedicó a escribir un párrafo fueron muy totales y de tocar una pieza distinta, de conocer un nuevo espacio un nuevo pedazo del tablero y de tocar una pieza nueva desconocida, y eso es lo bonito de la literatura, porque en la literatura hay cosas calculadas pero también hay poemas que dan cuenta de una iluminación del autor para que se le ocurriera, o bukowski, que escribía curao y en sus textos a veces se reflejan esos pensamientos tan dulces que aparecen en una borrachera, porque el loco lleva la infección alcohólica a las letras y uno leyendo se contacta con él y se siente un poco borracho también, lo que pasa es que uno no lo sabe. Lo mejor que puede lograr uno yo creo es cuando a veces relee lo que lleva escrito y se encuentra con cosas que no se acuerda que dijo, magia pura y escalofrío porque eso significa que la mente estuvo por un instante sola, por su cuenta, y que al autor logró separarse de su mente por un instante y eso es iluminación aunque el lector no lo sepa. Aunque a las finales, el lector sabe todo lo que pasa aunque no sabe que lo sabe y se falsea a sí mismo para caer en la ilusión novelesca, la del weón que está leyendo un libro. Por eso lo que uno tiene que hacer para escribir es lo más fácil, no preocuparse de nada y dejar que fluya, y en una de esas llega a ser como pablo neruda que se dejaba ver en sus versos, y el weón era un guerrero sudaca, o nicanor parra que cada verso que escribe es para reírse del anterior porque el loco tiene puras ganas de reírse solo y eso hace en sus poemas, reírse solo y uno se ríe con él. He amado a esos dos weones. Al final, cuando cree que lo que lleva hecho es más o menos interesante se prepara para cortarlo y para darle a su texto un carácter casi mítico, y releerlo después unas cuatro veces y encontrarlo bacán, y ahí comienza la peor parte porque uno quiere a su texto, y no lo deja solo por un instante, y lo acompaña y lo lee para que el pobre no esté solito, y hay que cuidarlo un buen rato y uno pierde segundos valiosos que podría estar usando por último comiendo, y uno pierde también energía o tiempo que podría estar usando para fluir y pasar a otra cosa, que no sea el texto, y uno se queda atado en sus texto acompañándolo y venerándolo. Y es difícil salir de eso, casi imposible es terminar un texto y dejarlo botado, a su suerte, uno necesita escucharlo un tiempito más. Porque la mente es así, necesita que la escuchen y cree que lo que ella dice vale algo. No puede ser de otra forma, si el mundo en que vivimos está gobernado por la poderosa mente. Entonces uno hace a la vez de emisor y receptor, como loquito.

viernes, diciembre 07, 2007

SO FAR

Así con la cosa, hoy decidí que tenía que caminar muchísimo para llegar a mi destino que era un árbol, y con esa idea me fui desde teatinos hasta varas, tengo dos ampoas en la planta pero estoy bien, uno se acostumbra. Pero resulta que cuando venía de vuelta en plaza italia me empezó a doler la ampoa del lado externo y me saqué el zapato para ver, y descubrí que los autos pasaban por encima de mí sin atropellarme. Ante lo cual decidí tirarle mi zapato a una vieja en toda la cabeza y se le salió la peluca. Me fui a sentar a una banca verde recién pintada y se me acercó una especie de travesti. Decidí darle una oportunidad y esperé que me joteara, una media hora habré esperado con los ojos dando vueltas por todo el paisaje, en espera de que el travesti dijera algo o evidenciara algo, y luego se me acercó y me dijo al oído que él era la vieja que yo acababa de atropellar. Pensé en sentirme pal pico pero luego recordé que yo no recordaba exactamente así el episodio. Además, ya era tarde y tenía que volver a la pega porque todo esto transcurría en la inefable hora de almuerzo, la hora que pueden ser dos. Por suerte había dejado mi bicicleta abandonada ahí hace dos días y la recuperé desatando el nudo de zapato que le había hecho con el cordón de uno de los zapatos de mi otro par. Abordé la bici y le dije al piloto que en la esquina venía una curva fuerte hacia la izquierda. El piloto, que era un yo en sueños, me dijo que se me estaba olvidando algo clave y que mejor no me riera tanto, que se me había olvidado mi angelito en una banca del parque, y yo le pregunté ¿ese travesti?, y despertamos los dos en la pega. Justo a tiempo para que apareciera mi jefe por detrás con su clásica broma de asustarme. Hice como que me asustaba porque hay que chuparle un poco la corneta al jefe pero la pura puntita y sólo por eso, no me asusté en serio, juran que soy miedoso.

El resto de la jornada laboral pasó sin pena ni gloria salvo por el accidente de la serpiente que estaba encerrada en uno de mis cajones (mi único cajón) y que la revolvió hasta que abrí el cajón. Al rato llegó mi jefe derramando sangre de una costilla: su culebra marín. Mi jefe no me dice marín, me llama por mi nombre de pila que es manuel creo, pera esa vez me dijo marín. Usted la tenía, le dije y la fui a soltar a la ventana. Yo no sé cómo caen las culebras, es imposible que caigan parás. Pero después me fui a sentar a mi puesto y había empezado el protector de pantalla, y el protector de pantalla juraba que yo me iba a ir en una volá estelar, pero no me pasó nada a pesar que esa mañana me había tomado unas pastillas que tiene mi abuelita y que son pal bajón.

Habré estado en la pega un par de horas más nomás y luego me fui a mi casa caminando en equilibrio por la tirita de cemento que separa los pastos del pavimento. Gran weá. Unos niños me imitaban y todos hacían trampa y yo igual, afirmándonos de las gentes que nos miraban maravillados y yo sin querer me afirmé de la peluca de una vieja y se la saqué. Cuando llegué a la casa me fue a visitar mi amigo el socio y se había comprado un bisoñé a lo adolf hitler, que le quedaba a toda raja. Se lo pedí un rato para ir a ponérselo a una vieja en la esquina y la vieja me ahullentó con unos ladridos como de perro. Volví y le devolví el bisoñé al socio que me había observado todo el rato por el balcón. Nos compramos unas hamburguesas en el super y dimos su rut y nos comimos las hambur que se demoraron como una hora en hacerse en la parrilla ultra lenta. Después comimos viendo partidos. Al rato me di cuenta que había porotos hechos y les dimos el bajo también. El socio se despidió en la puerta con una sonrisa de oreja a oreja: hasta la próxima.

LA PRÓXIMA

Calculo que eran las dos de la mañana cuando sonó el teléfono fijo de la casa. Me dio paja levantarme a contestar, o quizás fue que dije que nada en este mundo es demasiado importante, ni siquiera mi sueño. El teléfono siguió sonando a intervalos regulares que daban cuenta de una sola llamada ultra larga. Y así, toda la noche. No me explicaba cómo podía ser aquello y sólo se me ocurría que el sujeto cortaba para reintentar inmediatamente, dando la impresión de que varias llamadas eran una sola. Al final, tipo 7 de la mañana cuando me levanté decidí ir a contestar. Colgaron. Ya llamarán otra vez, pensé yo, y dudé si depositar nuevamente el auricular en su sitio. Intuía que apenas lo hiciera el bicho iba a sonar. A pesar de esto, cuando lo hizo me sobresalté. Contesté “qué pasa”.

Después de afeitarme me fui al colegio, y cuando cerré la puerta otra vez el teléfono maldito. Al llegar a la casa a medio día estaba sonando también. A pesar de todo este jugo, todavía no lograrme comunicarme con mi editor, que tenía que darme algunas noticias sobre el destino de este libro y para eso me llamaba. Pero no sé para qué insistía tanto. Ya me había dicho en la mañana algunas cosas. Me había dicho, entre varias cosas, que el libro tenía 779 páginas, a lo que yo había contestado algo como “muy bien”. Mi relación con mi editor era de lo más espantosa, nos hablábamos como si acabáramos de conocernos en todo momento. Esa vez, cuando llegué a la noche y el teléfono seguía sonando, lo despedí. Parece que no me entendió muy bien, pero yo decidí llamarlo de vuelta y decirle claramente su nueva situación. No me importaban su señora e hijos puesto que yo llevaba un mes nomás con ese editor, no se había creado el lazo de afecto. Me acosté dispuesto a pasar una noche agradable de sueño.

Cuando desperté estaba mi editor en mis narices. “Qué horror”, creo que le dije. Apenas me desperté del todo pude ver a la familia del editor en pleno en mi pieza, incluida la guagua y una señora con poto de suegra. Potona la vieja, estaba sentada en un piso que tengo yo para tocar el piano, que vendí hace poco, y se le caían las charchas en 360 grados a la redonda. La vieja era la que sostenía el cabro chico. La guagua me miraba con expresión de seriedad. Parecía que nunca había visto a un weón como yo, durmiendo con un gorro como de viejo pascuero. Me saqué el gorro porque era mi gran secreto y lo guardé sin ningún disimulo debajo de mi almohada. Según el editor, habían venido a penarme porque los había dejado sin una parte del ingreso. Al parecer, yo constuía un pequeño porcentaje del ingreso de esa familia a pesar que nunca le pagué un peso al editor, claro que ese argumento no me servía para defenderme, a lo más era para una nota cómica. Fui a hacer mis ejercicios matutinos y la familia del editor me acompañaba como si yo fuera un sujeto de estudio. Tomé desayuno con la expresión ausente y con la gente de mi editor sentada a la mesa, escrutándome en silencio. Luego salí por la puerta y los dejé encerrados, cerrando la puerta por fuera.

Era tan raro todo lo que me había pasado que decidí caminar en silencio hacia mi trabajo, con las ampollas prácticamente recuperadas. Me interesaba esta labor alternativa de escritor siendo que mi trabajo era meramente matemático, me parecía a nicanor parra y eso me hacía feliz. Caminar en silencio significaba acallar también mis pensamientos y aspirar a la libertad más total, y más relampagueante. En algún momento de esa jornada pensé que tenía la capacidad de despertar en ese momento. Me comí una pita con choclo y otras cosas, salza como de yogurt y como de chancho en piedra encima, chorreando por mis pantalones abajo sin que yo me diera cuenta hasta muy tarde, en algún lugar de huérfanos. Luego me comí un mote con huesillos chico. Era feliz.

jueves, diciembre 06, 2007

EL ÑAPI

Llegó el piña a pedir alojamiento. Estaba parado en el espacio al otro lado de la puerta y lo miré por el ojo mágico, yo estaba justo en esos días opacos, de no querer recibir a la gente, pero el piña era mi gran amigo, con eso me puse a sopesar las alternativas y finalmente le abrí, sin poner cara de sorpresa ni nada sino simplemente recibiendo al piña, permitiéndole que pusiera los pies arriba de la mesa, que se sintiera a sus anchas en el sillón mientras me contaba sus cuitas, yo soy la persona menos indicada para escuchar cuitas del piña porque su modo de hablar tiene una inflexión que me da risa, sana risa del corazón y mientras el piña me miraba con la pera gelatinosa, yo lo miraba de vuelta con una cara de vieja que no se puede aguantar la risa en la iglesia. En eso el piña estira una pierna, a lo mejor por un acto reflejo y me pega seco en las bolas que no sé por qué yo las había puesto cerca de la mesa, inconcientemente, y me retorcí de dolor unos minutos en el suelo y después desde el suelo me puse a mirar al piña a la cara, realmente tenía cabeza de piña y sólo yo me daba cuenta. La alocución o monólogo del piña se basaba simplemente en que lo habían echado de la casa, pero entretanto, con su talento narrativo, le ponía anécdotas de partidos de fútbol y de otras cosas hasta que fueron las 1 de la mañana, el piña llevaba casi una hora hablando sin parar y yo mirándolo sin parar.

Al otro día fuimos a sodimac porque el piña necesitaba maceteros y otras cosas, como un doble enchufe y cosas eléctricas que ahí se fue enterando que existían. Al final pasamos por la caja y había uno de estos viejos con un carro de supermercado y adentro del carro unos palos largos que sobresalían como cuatro metros afuera del carro y se iban a perder por el techo alto de sodimac. Nos asombró, pero más todavía fue el hecho que de la nada apareció un pendejo bajando por el palo, aparentemente el hijo del weón. El caso es que el weón pagó y en seguida nos tocaba a nosotros con el piña, yo no había comprado nada, pero el piña tenía que responder por toda su parafernalia en el sector eléctrico probando enchufes y poniendo caras de imaginación, como si con esas caras fuera a descubrir si tal o cual enchufe le servía o no.

A mí la visita del piña, para serles sincero, me tenía hasta las masas pero se debía a un hecho anterior, en el trabajo. El piña me arreglaba la jornada con sus actividades y su manera tan estúpida de ver el proceso mismo de tener que ir a sodimac. En la casa dejamos las bolsas encima de la mesa y nos fuimos en direcciones alternativas, como para sacarnos de encima todo el viaje y la compra. En la casa había harto espacio y el piña podía leer y poner su música mientras yo hacía yoga en la pieza, lo cual terminó en una lesión en mi espalda. Me acerqué a mi profe la siguiente vez y le confesé que me dolía un glúteo, a lo que las personas que estaban alrededor respondieron con unas miradas de preocupación. Una de ellas era la mina que me gustaba pero yo no podía pololear con ella ni aunque ella quisiese, por culpa de mi asociación con las artes oscuras.

Lord Voldemort estaba en un rincón del bosque. Con una pierna apoyada encima de la rama baja de un árbol hacía una flexión que llegaba casi hasta el suelo, dando muestras de su elasticidad. Apenas llegué me dijo que fuera a buscar mi bicicleta para que me fuera a una dirección super arriba, y me fui pedalenado por calles concurridas por autos y ciclistas en contra, cada vez que prácticamente chocaba con uno, y no me quiero imaginar cómo será el choque de dos bicicletas, el otro me echaba una puteada que se difuminaba en la velocidad del ambiente y yo no alcanzaba ni a absorberla. Me absorbían las canciones del pen-drive y pasé por hartas partes en las que había vivido antiguamente o en las que me había tocado esperar micro varios días seguidos, y como que me sabía de memoria todavía las micros salvo que algunas habían cambiado el recorrido y se iban por una parte totalmente distinta, y yo las abordaba imaginariamente y dejaba bajar a las viejas con sus coches de guagua, y dejaba que subieran los pendejos y después imaginariamente me iba defendiéndome de los frenazos, y llegaba hasta la parte del recorrido que había cambiado y me imaginaba totalmente perdido.

Así fue como llegué y estacioné la bici donde sabía, todo donde sabía. A través de un resabio onírico supe que debía esperar en una cuneta con las piernas para la calle, en un sector bellamente decorado y era más aburrido que estar sin hacer nada, había un par de columpios vacíos y unas hojas secas en el pavimento, listas para ser aplastadas. Pasaban cabros chicos en skate y señoras con sus perros y nada me sacaba de mi cruenta meditación, mientras esperaba la gloriosa venida de nuestro señor jesucristo. No había ni un flyte en kilómetros a la redonda, y se respiraba una atmósfera de árboles y queque, queque, eso era lo más extravagante. Me puse a pensar acaloradamente en qué posibilidad había de que una nana estuviese cocinando un queque por ahí, a mi alrededor habían casas bien repartidas y unos cercos con perros deambulando en su interior, podía sentir su resoplar en mi oreja, y más de alguna vez estuve a punto de pensar que uno de esos fox-terri de vieja que habían pasado antes había venido a olisquearme, pero no abrí los ojos, conciente de que de hacerlo todo podía desaparecer, y podía encontrarme con el piña de vuelta en mi casa. Me pregunté qué estaría haciendo el piña pero por algo supuse que no había pasado ni un segundo desde el momento en que saqué mi bicicleta por la ventana para irme donde Voldemort. A todo esto, Voldemort debía estar pasándolo la raja o por lo menos gestionando algo, a mí me tenían con la vista fija en el computador, y sin poder abrir los ojos, como en la pega.

Por cristo, con él y en él, a ti Dios padre omnipotente el poder y la gloria por siempre jesús. Repetía ese mantra mientras me ahogaba con respiraciones entrecortadas, en eso siento que me pegan un palazo en la oreja pero por casualidad, sin apartar la vista de una lata de atún abierta y desechada en pleno suburbio recibí una segunda palada llena de tierra en la cara. Esta vez no me tocó la pala pero la tierra tenía gusanos. Abrí los ojos y estaba cara a cara con Lord Voldemort.

VOLDEMORT

Me dijo que lo siguiera y llegamos a un pórtico en donde nos abrió un weón grande, pero con una cabeza ínfima. No entendía la razón de que hubiera una persona así. Parecía un robot de combate. Nos fuimos paseando por varias piezas y saludando a gente desconocida pero de lejos, como con un gesto inocuo, hasta el comedor. Estaba puesta la mesa y entraba gran cantidad de luz porque todo estaba rodeado con ventanales. Destaparon los platos, que estaban como con esa cúpula que les ponen y debajo aparecieron unas carnes mongolianas de la muerte, casi se movían. Le pregunté con los ojos a Voldemort si se podía empezar y él me respondió con una mirada llena de intensidad. Al mirarlo noté que la lámpara que colgaba en el centro mismo de la mesa se estaba empezando a caer. El estruendo fue total, probablemente se escuchara en toda la casa, y en el segundo y tercer piso, y abrió un boquete en el centro de la mesa por el que desapareció también el mantel y gran parte de las alcuzas que estaban encima del mantel. Con Voldemort nos miramos y nos acercamos a mirar por el agujero, en seguida estábamos rodeados de otros habitantes o residentes temporales de la casa que también miraban. Abajo había un subterráneo y una mesa con un cuerpo gelatinoso, glucoso pero humano, como esos que salen precisamente en los atlas del cuerpo humano. Era una cosa medio asquerosa que nadie se atrevía a comentar, menos aún queríamos con Voldemort, y por supuesto también los otros, tener algo que ver con ese asunto. De repente se apagó la luz en el sótano y hubo tranquilidad por unos segundos. Al cabo de esos segundos se comenzaron a escuchar unos pasos que subían por las escaleras desde abajo, y desde el primer paso que se oyó volvió el terror a las caras de todos nosotros.

Entre los curiosos también estaba el piña. Nos sorprendimos bastante de vernos y se nos olvidó un poco lo que pasaba con los pasos. Luego los pasos llegaron hasta el primer piso, se abrió una puerta y después se cerró, y luego se escuchó medio ahogado el sonido de un weón witreando. Witreaba a más no poder, y el sonido era claramente audible por nosotros. Nos empezamos a cagar de la risa. Le dije al piña que fuéramos al living a que me contara un poco cómo había llegado hasta esa casa y nos sentamos en un sillón super inflado, pero poco iluminado. Ahí el piña comenzó con su relato pero con su vicio de meter anécdotas de penales casi no se esclarecía nada del asunto, y que el penal lo tenía que tirar pacheco, y que pacheco estaba lesionado, y con Voldemort no vamos a decir que no disfrutábamos inmensamente el discurso del piña y después le trajimos un podio y un atril para que el weón siguiera, y nos conseguimos unas palomitas y lo escuchábamos comiendo palomitas. Todo se puso tan irreal que las palomitas luego eran palomas verdaderas que salían volando por las ventanas que se formaban en la pared justo al momento en que el pájaro estaba próximo a chocar contra la pared. Y se iban en gran aluvión hacia el infinito y hacia lo eterno, condecorando el cielo del atardecer. En esa dirección quedaba mi casa y tarde o temprano yo tenía que volver. Eran como las siete, la hora clásica en que uno tiene que volver cuando tiene que volver y no se puede quedar. Me allegué hasta el candado de mi bicicleta y desaté la cadena con las manos. La música del pen-drive sonaba incesante en mis orejas y poco a poco me fui olvidando de esa tarde. Tenía ganas de escribir unos versos complicados.

miércoles, diciembre 05, 2007

REAVER

El camino a la libertad está hecho de silencio, y no es broma, por eso escribir tiene una ventaja respecto a hablar, una ventaja como de media nariz de gusano troglodita. Los gusanos trogloditas son orugas que viven en otro planeta y alcanzan a medir como el porte de dos autos chicos, sin cola, puestos uno delante de otro como remolcándose, y son bichos muy nobles. La ternura es lo de ellos, se acercan y se dan besos en la parte de adelante que es lo que más se le podría llamar boca, y luego giran y se van a 1 por hora porque son lentos. La vegetación es selvática, hay lianas por las que se desplazan unos monos de gran madurez o sabiduría, algo así como los humanos de acá pero sin lenguaje hablado. Como siempre tienen grandes asuntos, el movimiento de lianas es rápido y continuo y los monos las atraviesan con expresión de nobleza en sus caras, llevando la misiva correspondiente al mono que tenga que escucharla.

Los gusanos además disparan bombitas azules con las cuales defienden su planeta, pero lo hacen más por instinto que por un afán de violencia y de rechazar al otro. La belleza de estas bombas es peculiar, y al mismo tiempo extrema, porque recorren el paisaje oscuro de ese planeta y van a dar millas más lejos, volando como pájaros al atardecer, y si uno consigue una roca alta desde la cual mirar las copas de la selva se pueden ver las bombitas azules emergiendo de algún punto y yendo a volar lejos hacia el otro confín del planeta, hacia su objetivo como un avión que se va volando y que al rato desaparece. Y si se tiene suerte, el objetivo está un poco antes del horizonte y se escucha el tronazo de la detonación, y los pájaros se conmueven y emergen finas voces, de pájaro, acusando el impacto y volando en lontananza sin mayor dirección. Y se ilumina un pedazo de horizonte con un tintinear azul, como de estrella pero en pleno día, y uno se percata que ya hay unas pocas estrellas en el cielo de ese planeta maravilloso. Y uno no quiere despertar, porque a pesar que no conoce a nadie en ese mundo se está tranquilo y uno observa las luces que acá no existen, porque tiene el tiempo que acá no existe. Los gusanos trogloditas tienen el tiempo de una estrella. Se dice que la conciencia de ese mundo está dominada, en el sentido que ocupan un alto porcentaje, por los gusanos trogloditas y entonces se entiende que haya tanta lucha y tanta belleza junta, porque los gusanos esos son incomparables.

Una vez yo caí de suerte en ese sendero que lleva al corazón de una jungla pero otra vez fue la que salí del bosque y estaba como en un edificio hecho de pura naturaleza, con terrazas que eran de piedra y con destellos de vegetación entre las rocas, un lugar perfecto para vivir. Y me acuerdo que me acosté en un pedazo de caverna en donde entraba justo mi cuerpo y a los dos lados veía un precipicio que ya no podía ser más inmenso, y me daba vértigo y luego me abandonaba a dormir ahí mientras se desataban unos terribles acontecimientos. En primer lugar, un ataque aéreo estaba preparado contra un país fronterizo que era casualmente el único país con frontera levantada en ese planeta. Yo no podía hacer más que dormir mientras los aviones se acercaban a su objetivo que quedaba como a dos kilómetros del lugar de mi caverna, en un territorio ya bastante peligroso donde yo podía ser sorprendido y desafiado a mango. Luego no supe qué pasó con las sondas exploradoras y con los aviones que iban a detonar un maleficio y una guerra. Al poco tiempo volví a esa caverna y vi de nuevo los aviones alejarse hacia mi izquierda, listos para su misión que era el ataque que yo había dejado de lado por descansar y vivir en esas piedras. Me había enamorado de ese paraje, a pesar que no iba a poder hablar con nadie en mil millones de años, o en lo que durara mi existencia. Sin embargo, y esto era lo maravilloso, yo podía obtener información direcamente de mi observación del amplio paisaje y saber los detalles de cómo iba la guerra, cuyos detalles a nadie podía contarle pero los sabía, y me los contaba a mí mismo que estaba durmiendo y soñando con toda esa cuchufleta, y el yo que soñaba sabía de los entretelones por el yo que vivía en esa caverna al borde del más gigante precipicio y forever.

Por otro lado yo trataba de buscarme un bonito lugar donde vivir en la capital, o en alguna otra ciudad del mundo cualquiera que ésta fuese, y concentraba gran parte de mi energía en buscar opciones como irme con mi viejo a francia o pasarme a inglaterra o comprarle el depto a mi tío o comprarme otro depto más nuevo o en la calle libertad, y recorría la calle libertad con ese tipo de pensamientos que mi mente necesitaba pensar y yo la dejaba por unas cuantas horas al día. El resto de las horas me preocupaba de ver subrepticia y sorpresivamente las sombras de los árboles en el suelo y de unificar las enseñanzas impartidas por Lord Voldemort. En los tiempos de gran intensidad de pensamiento las enseñanzas no parecían meras estupideces sino que cobraban un sentido que no era sólo intelectual, sino práctico.

martes, diciembre 04, 2007

OKTOBAFEST

Mi cabeza estaba ocupada en unos peces que se movían buscando salir, como si mi cabeza fuese la pecera y los peces unos pensamientos cansados de sí. Finalmente salieron y se fueron alejando por el aire en dirección a la puerta. Al cabo de unos segundos se escuchó un portazo. Suspiré tranquilo. Al fin se habían ido esos mugrientos apestosos, hijos de mil madres, dando un portazo de aquellos, tan de aquellos que me desperté.

Fui para la cocina abrí el refrigerador todo como parte del mismo acto de magia. Era como uno de esos refrigeradores de Tom y Jerry, un paraíso del glotón y me puse a devorar, cuento corto al final salí a la calle comiéndome un pan con varios tipos de queso. Iba avanzando y dando mordizcos al pan sin preocuparme de otra cosa, hasta que se me terminó y me di cuenta lo pesado que era. Toda mi merienda había sido bastante preocupante desde el punto de vista que yo estaba a dieta desde el lunes, pero me había salido de la dieta sin una razón aparente. No sé cómo fui a dar esa misma noche a un banquete en el que seguí comiendo como cerdo. Al llegar a la casa noté que tenía un principio de cola como de tirabuzón. Me asusté y salí corriendo en dirección al patio interior de mi edificio. Ahí es mal visto que uno se pasee a cualquier hora porque pisa las plantas, no me acuerdo quién me dijo. Peor era entonces tomarse unas chelas aprovechando el pastito rico y la hora de sol. Pero como era de noche, no sé cómo sin embargo había sol. Vi unos grupos como de woodstock avanzando por el pasillo que yo tanto frecuentaba trayendo mallas de bolsas, de la feria. Me puse ahí en un sector con mis chelas a darme la gran vida, de repente me encontré reposando en una hamaca, hasta que llegó el probable dueño y nos miramos a los ojos. Lo que yo pensé que iba a ser un momento de tensión no lo fue tanto y el dueño o probable dueño se fue a desenvolver unos panes que había traído en unas servilletas. Yo me quedé balanceándome y poco a poco me quedé dormido. Cuando desperté, unos niños se habían agolpado junto conmigo en la hamaca. Me hice amigo, uno se llamaba martín y el otro josé como mis sobrinos. Sospeché que la coincidencia se debía a que probablemente yo me hallaba en un sueño y entonces todo eso era un sueño, el rinoceronte pigmeo también. Era amigo de nosotros y uno de los niños lo montó y se fue pallá jugando donkykón, lo cual fue demasiado impactante.

Como andaba proactivo aproveché de manguerearme con la manguera con la que mi tío riega el jardín. Al ratito pasó mi tío y me contó que estaba perdiendo agua en otra manguera que tenía en el otro patio. Yo hasta entonces no tenía noticia de que hubiera otro patio y me dijo que sí, que incluso en ese patio vivía el chavo y que el otro patio era el oficial. Me sentí perdido por un instante, como que toda mi vida había vivido engañado pero no, yo llevaba en ese edificio no más que dos meses. Decidí que con mayor razón me iba a cambiar, que me iba a buscar una casita en la florida donde hacer mis cosas tranquilo, donde pensar. Mi tío se cagó de la risa cuando empezó a decirme una especie de revelación: había un tercer patio.


EL TERCER PATIO

Me llevaron al tercer patio con los ojos cerrados y me empezaron a interrogar. No sabían que yo sabía ver con los ojos cerrados y que en el fondo yo era un cieguito porque nunca miraba los objetos sino que miraba todo de lado. Me preguntaban cosas como qué había estudiado y dónde había estudiado, por qué no me dedicaba a otra cosa y qué hacía trabajando en ese computador piñiñiento, estas últimas no eran en verdad preguntas sino que se me increpaba duramente, a pesar que estábamos como en un localcillo tomándonos unas chelas. Había tomado caleta de chela ese día que, al parecer, no iba a terminar nunca. No estaba cansado pero sí tenía ganas de dormir, pero no específicamente de dormir sino ganas de estar acostado y de vivir esos minutos que están antes de dormir. Me sorprendí mucho, más de la cuenta quizás cuando descubrí que esa misma sensación me pasaba mucho de chico. Salí a la calle a mear y me encontré con el letrero del local, que se meneaba al ritmo del viento de esa hora. Las hojas volaban en torno a él como si estuviésemos en el mismísimo espacio exterior, una cosa fuera de toda norma. Alguna vez conocí a una persona con el nombre Norma cuando era chico de nuevo pero después nunca más, o sea que me quedé con ese nombre como un nombre natural, de los primeros que uno se aprende, divagaba. El cartel decía clarito: “el tercer patio”.

Como que encuentro charcha mear en la calle sólo porque se congrega el olor, y todos te copian, me interné en el bosque y me puse a mear una pandereta que separaba un segmento del bosque del otro. Al ratito llegaron los copiones. Uno de ellos me empezó a conversar mientras meábamos un grafiti de letras rojas. Otra vez yo había hecho un stencil de pinochet en una muralla sólo para mearlo cuando tenía mucho tiempo y llegaba medio cufifo noche por medio. Vivía con mi vieja y era chistoso verme volver curao tratando de contener toda la risa ebria desde cuadras antes, cuando no era tan necesario. Mi mamá sabía que yo era un pobre weón y me lo perdonaba, porque seguramente yo iba a cambiar, o quizás ella no veía muy objetivamente el asunto. No podíamos entender con mi nuevo amigo qué porción del bosque podía estar al otro lado de la pandereta. Le hice patita para que el weón pudiera mirar y sin decirme nada decidió saltar al otro litreli. Luego se fue y yo no supe cómo gritarle porque no me sabía su nombre ni mi nombre, así que simplemente me puse a gritar amigo, amigo. De repente, entre los silencios que seguían a cada grito examiné lo que estaba haciendo y me dio pena. Luego me volví caminando para la ciudad y me intrigaba mucho lo que podía haber del otro lado de la pandereta. Parecía una metáfora de la felicidad o una cruel metáfora del muro de berlín. En el local seguían los cabros hablando de pega y se habían puesto los cascos de las motos y parecían un montón de abejorros carreteando. Me uní a ellos pero fue imposible interactuar o siquiera decir algo sin casco. Fui al mesón a pedir una máscara y me pasaron una máscara de uno de los jedis que salen en las películas nuevas. Ahí pasé piola.

Cuando volví a mi casa estaban los pájaros cantando. Recreé el mismo carrete que había tenido en mi mente pero ahora con como protagonistas los pájaros, uno de ellos era el más feliz y dicharachero y cantaba más que los otros, y más melodioso, otro cantaba vez por medio nomás y era más amargo, y cantaba justo a continuación del feliz y así me fui quedando dormido, porque al cabo de un tiempo uno pierde el control de la conciencia. Es raro porque de lo último que uno se acuerda uno se acuerda bien, o tal vez hay un momento en que uno sabe que es casi imposible quedarse dormido y cosas así, con la almohada. Durante todo el día había visto sombras de ramas de árboles y ahora las veía de nuevo con los ojos cerrados. Me causaban una gran felicidad, a pesar que yo soy solito y no tengo mucha afinidad con no sé quién.

Bueno el local, quedaba cerca de mi casa y los copetes eran buenos, no se gastaba una fortuna y se podía ir a tirar la talla, tuve ganas de ir la próxima vez con amigas. Pero eso dependía totalmente de ellas.


QUIEN-TÚ-SABES

Al otro día tuve mi reunión semanal con quien-tú-sabes, también conocido como “ya tú sabe” o Lord Voldemort. Tratamos varios puntos y yo los fui anotando todos en la agenda que me había hecho comprarme. Era una agenda del 2007 toda pelá en los bordes, y con recortes de una niña muy tierna de la cual yo decía, pero por orden de Lord Voldemort, estar enamorado hasta las patricias. Así, otro día una mina me había preguntado en el parque, mientras estábamos haciendo yoga con las patas para arriba, si yo estaba pololeando y yo le decía que no, pero que estaba enamorado hasta las patricias. Porque Lord Voldemort era como mi tío y no me dejaba pololear. Yo era como coné o como los sobrinos del pato donald, no tenía papá y mi tío me mandaba. A pesar que yo tenía tiernos 27 años, pero Lord Voldemort me aseguraba que yo podía rejuvenecer, y yo quería. Estábamos en el 2018 y había sido un año frío, decían las viejas.

Bueno con ese ardid para no pololear yo podía dedicarme enteramente a las maniobras de brujería que Lord Voldemort decía enseñarme. Me confesaba bajo los efectos de pastillas que las había aprendido en un libro muy misterioso y yo un día caché que era el Harry Potter que tenía encima de la mesa, pero era el Harry Potter 9, por eso yo le creía un poco, porque a mí me convence todo lo que no existe, soy como al revés igual que sedetsu. En ese Harry Potter se supone que la cosa se pone seria y que explican más de Voldemort, yo no sé yo sinceramente me quedé en el 4.

No podía pololear, eso me tenía chato o mejor dicho me llenaba de angustia porque yo quería tener una especie de telenovela ocurriendo con mi vida y adentro de mi mente. Lor d Voldemort me explicaba con mucha sabiduría que eso era innecesario y que yo podia dedicar mi mente a componer otra historia, o a cosas que carecían absolutamente de historia y que eran misteriosas. Pamplinas, pamplinas.

Lo otro que me faltaba por entender era cómo había hecho para venderme una agenda usada y de niña, seguramente de su hermana chica que tenía que estar alisándose el pelo, no tengo nada contra los alisadores de cabello sino que sinceramente pensaba que eso podía estar haciendo su hermana. Parece, sólo parece que yo no le había pagado al final la agenda como una forma de venganza, o que se la había pagado en el cine cuando habíamos ido a ver Kill Bill 9, la venganza del supremo, o que se la había pagado con parte de la entrada porque era dos por uno porque era el cumpleaños de Lord Voldemort. Era el 17 de abril de 1999.

Después vino el gran terremoto del 2008 y después saltamos de pasadita al 2018, las autoridades dijeron que los diez años de salto eran una medida para el ahorro de energía, salió en las noticias y con esa noticia despidieron el noticiario y se cerró el canal, después en el canal 7 estaba la guerra de puntitos y cuando uno pasaba por ahí sentía la batahola y sentía que había un descanso en todo este mundo, y que era fácil descubrirlo más o menos por casualidad.

En esa época yo visitaba un pórtico que era el de la casa de mi abuelita con madera y entrada hasta una salita de estar, con mesas. Yo podía estar toda la tarde ahí y no aparecía nadie ni por la escalera ni por las puertas que estaban todas cerradas y daban a lugares misteriosos y cósmicos como la cocina. Otra vez llegué a la cocina pero por otro lado, como por neptuno, porque estaba buscando el camino de vuelta hacia la tierra pero yo decía el camino de vuelta a no sé dónde, y el único camino era por dentro de las casas de los vecinos y así yo iba pasando por un asadito familiar con carbón y tíos, y por patios abandonados con puros perros brígidos y así hasta que de repente me encontré en la cocina de mi abuelita. Me ofreció pancitos y cosas y yo le dije extrañamente que no y me encerré a leer el Harry Potter 1, que en ese tiempo ya era el 1 porque habían salido el 1 y el 2, y mi abuelita me llamaba y me decía que cuándo yo iba a ir a comer, y en la cocina se escuchaban voces. Y se me fue la tarde y al otro día me tenía que levantar temprano, pero temprano tipo 6.

Tenía un compromiso meramente americano que era conquistar las torres del paine con mi hermano, tanto weveo, ahora mi hermano está en europa y yo me voy a ir pallá luego y las torres del paine no se mueven, menos se mueve nuestro verano en las torres del paine y yo no sé adónde van todas esas cosas, pero bueno se pasa bien igual. Las zapatillas que me puse esa mañana pisaban como agua y me estaban esperando al pie de la cama para levantarme. Al mirar debajo de la cama se veía mucha luz del otro lado porque las cortinas eran cortas y entraba una luz de sol blanco, que se colaba por debajo de la cama y luego bajamos a tomar desayuno con mi viejo también y mi viejo se lo comió todo, mientras el viejo dueño de casa miraba la tele en un sillón verde dándonos la espalda y conversando con mi viejo que hablaba puras weás y alababa las mermeladas de la señora, y yo porque era chico estaba todo trastornado con la idea de las torres del paine y grababa en mi mente el momento en que salíamos a la calle, con las mochilas y la ciudad que yo no conocía, que había estado una noche pero que tenía que albergarme porque yo era un héroe en posición de salir a rodear unas torres solamente para que el mundo siguiera su curso fenomenal y hermoso. La mañana y el frío me golpeaban en la calle y yo avanzaba por las calles en calidad de héroe, no de transeúnte. Y miraba las vitrinas percibiendo levemente mi reflejo y dándome cuenta que yo no iba para ninguna parte, sino en un viaje que no terminaba nunca. Y mi hermano también iba en las mismas pero no nos comunicábamos, no hablábamos, estábamos vueltos locos pero en silencio, concientes de lo que estábamos a punto de hacer. No había nadie en las calles, puro viento y llegamos como a una bahía al final de una calle condecorada con tiendas de mochilas para gringos y para comer, y como que se veía una punta de tierra al otro lado entre la neblina, y mi viejo decía cosas que yo ya no recuerdo porque nunca las escuché.

lunes, diciembre 03, 2007

ahí sipo wn

Devolviendo los polerones y la ropa que debía, me encontré con una carta que había escrito yo mismo tiempo atrás. Estaba dirigida a mí mismo. En ella se me notificaba de la posibilidad de que hubiera devuelto mi polerón favorito, por error. Comencé la búsqueda sistemática en los cajones. No encontraba nada, sólo encontraba nuevas cartas de mí mismo, con advertencias e instrucciones absurdas. No encontraba mi ropa. Me quería vestir, estaba en pelota y no encontraba nada.

Me di la vuelta completa en torno a mi eje vertical para saber, o buscando saber por qué había quedado en pelota, pero sólo por curiosidad. La otra era que me hubiera despertado sin querer en un mundo de sueños, o para decirlo en un lenguaje poético, que me hubiera despertado soñando. Quise saber cuántos años tenía, en qué época de mi vida me encontraba, para saber si esa cama que estaba mirando correspondía a mi cama en la fecha actual. Correspondía. Yo tenía 17 años, estaba en cuarto medio y en la pieza de al lado estaba durmiendo mi hermano con otro loco que se llama carloberg. En camas separadas por si acaso.

Fui pallá a comprobar que estaban durmiendo y los desperté. Parecía sueño la weá pero yo me conformaba con prender la luz, y hacer cosas típicas de estar despierto como despertar a los otros y encenderles la luz. Justo cuando me estaban funcionando todas las validaciones desperté de verdad. Fue bacán estar de vuelta, fue como decir: “ahí sí po weon”, pero me sentí muy chanta.

CONTINUARÁ

sábado, diciembre 01, 2007

en el entendido del tiempo subjetivo cabros

Estaba buscando la calle Alarife Gamboa cuando de repente volví en mí. Por desgracia, yo me estaba bañanado en el sector 4 de reñaka, en una casa de un tío mío pero no exactamente, porque habíamos bajado a la playa y en donde me bañaba era en el mar. Casi diría “océano pacífico”, porque todo lo que veía era una ola gigantesca congelada a pocos centímetros de mi cara. Para más remate, mi único recuerdo era el de la misma ola formándose en lontanaza y una sensación casi placentera en el ombligo. Alarife Gamboa quedaba pasando Santa Isabel, era una acalle chiquitita y allí tenía que llegar yo.

Cuando desperté estaba en la orilla y parecía que me hubiesen pegado con scotch a la arena. El scotch debía ser de marca finlandesa porque yo no podía mover ninguna parte del cráneo y estaba como pegado comiendo arena. Sentí que la arena se internaba varios centímetros adentro de mi garganta y me reí para adentro. Es que era muy ridícula la situación, con mi tío totalmente ausente de la acción, probablemente de vuelta ya en el departamento con mi tía. Una que otra estrella loca me acompañaba en el firmamento, porque yo me veía desde afuera y cachaba que estaba la vía láctea en pleno contemplándome. Tan lindo era eso de las playas, que las estrellas te contemplaban adonde quiera que fueses.

No mejoraba mi situación imaginarme a Pablo Neruda en las rocas de isla negra culiándose a la tal Matilde creo que se llamaba. Estaba con algún daño físico o mental, o tal vez mi energía se había descargado en algún profundo planeta de sueños al cual no volvería jamás. A lo mejor me arrimaba de nuevo en el instante fatal y entonces lo recordaba todo, lo bonito era que mi presente instante, de molimiento compunguoso en la arena, no era, hermanos míos. No era el fatal. Agarré mi dedo de la mano izquierda y escribí unas frases en la arena, sin mirarlas. Escribí la palabra perdón, sabiendo que era sarcástico.

La moraleja de esta historia es compleja y simple a la vez, lo cual la vuelve más compleja sin querer queriendo. El caso es que como estuve varios meses, en el entendido del tiempo subjetivo, mirando unos minúsculos granos de arena, entre dos playas atiborradas de gente en el vacío sector 4, y dándole a esos granos la categoría de planeta nuevo porque simplemente no me quedaba otra, aprendí algo. En un comentario se los revelo la próxima porque ahora empieza mi mudanza. Un comentario en este mismo Post.