martes, diciembre 04, 2007

OKTOBAFEST

Mi cabeza estaba ocupada en unos peces que se movían buscando salir, como si mi cabeza fuese la pecera y los peces unos pensamientos cansados de sí. Finalmente salieron y se fueron alejando por el aire en dirección a la puerta. Al cabo de unos segundos se escuchó un portazo. Suspiré tranquilo. Al fin se habían ido esos mugrientos apestosos, hijos de mil madres, dando un portazo de aquellos, tan de aquellos que me desperté.

Fui para la cocina abrí el refrigerador todo como parte del mismo acto de magia. Era como uno de esos refrigeradores de Tom y Jerry, un paraíso del glotón y me puse a devorar, cuento corto al final salí a la calle comiéndome un pan con varios tipos de queso. Iba avanzando y dando mordizcos al pan sin preocuparme de otra cosa, hasta que se me terminó y me di cuenta lo pesado que era. Toda mi merienda había sido bastante preocupante desde el punto de vista que yo estaba a dieta desde el lunes, pero me había salido de la dieta sin una razón aparente. No sé cómo fui a dar esa misma noche a un banquete en el que seguí comiendo como cerdo. Al llegar a la casa noté que tenía un principio de cola como de tirabuzón. Me asusté y salí corriendo en dirección al patio interior de mi edificio. Ahí es mal visto que uno se pasee a cualquier hora porque pisa las plantas, no me acuerdo quién me dijo. Peor era entonces tomarse unas chelas aprovechando el pastito rico y la hora de sol. Pero como era de noche, no sé cómo sin embargo había sol. Vi unos grupos como de woodstock avanzando por el pasillo que yo tanto frecuentaba trayendo mallas de bolsas, de la feria. Me puse ahí en un sector con mis chelas a darme la gran vida, de repente me encontré reposando en una hamaca, hasta que llegó el probable dueño y nos miramos a los ojos. Lo que yo pensé que iba a ser un momento de tensión no lo fue tanto y el dueño o probable dueño se fue a desenvolver unos panes que había traído en unas servilletas. Yo me quedé balanceándome y poco a poco me quedé dormido. Cuando desperté, unos niños se habían agolpado junto conmigo en la hamaca. Me hice amigo, uno se llamaba martín y el otro josé como mis sobrinos. Sospeché que la coincidencia se debía a que probablemente yo me hallaba en un sueño y entonces todo eso era un sueño, el rinoceronte pigmeo también. Era amigo de nosotros y uno de los niños lo montó y se fue pallá jugando donkykón, lo cual fue demasiado impactante.

Como andaba proactivo aproveché de manguerearme con la manguera con la que mi tío riega el jardín. Al ratito pasó mi tío y me contó que estaba perdiendo agua en otra manguera que tenía en el otro patio. Yo hasta entonces no tenía noticia de que hubiera otro patio y me dijo que sí, que incluso en ese patio vivía el chavo y que el otro patio era el oficial. Me sentí perdido por un instante, como que toda mi vida había vivido engañado pero no, yo llevaba en ese edificio no más que dos meses. Decidí que con mayor razón me iba a cambiar, que me iba a buscar una casita en la florida donde hacer mis cosas tranquilo, donde pensar. Mi tío se cagó de la risa cuando empezó a decirme una especie de revelación: había un tercer patio.


EL TERCER PATIO

Me llevaron al tercer patio con los ojos cerrados y me empezaron a interrogar. No sabían que yo sabía ver con los ojos cerrados y que en el fondo yo era un cieguito porque nunca miraba los objetos sino que miraba todo de lado. Me preguntaban cosas como qué había estudiado y dónde había estudiado, por qué no me dedicaba a otra cosa y qué hacía trabajando en ese computador piñiñiento, estas últimas no eran en verdad preguntas sino que se me increpaba duramente, a pesar que estábamos como en un localcillo tomándonos unas chelas. Había tomado caleta de chela ese día que, al parecer, no iba a terminar nunca. No estaba cansado pero sí tenía ganas de dormir, pero no específicamente de dormir sino ganas de estar acostado y de vivir esos minutos que están antes de dormir. Me sorprendí mucho, más de la cuenta quizás cuando descubrí que esa misma sensación me pasaba mucho de chico. Salí a la calle a mear y me encontré con el letrero del local, que se meneaba al ritmo del viento de esa hora. Las hojas volaban en torno a él como si estuviésemos en el mismísimo espacio exterior, una cosa fuera de toda norma. Alguna vez conocí a una persona con el nombre Norma cuando era chico de nuevo pero después nunca más, o sea que me quedé con ese nombre como un nombre natural, de los primeros que uno se aprende, divagaba. El cartel decía clarito: “el tercer patio”.

Como que encuentro charcha mear en la calle sólo porque se congrega el olor, y todos te copian, me interné en el bosque y me puse a mear una pandereta que separaba un segmento del bosque del otro. Al ratito llegaron los copiones. Uno de ellos me empezó a conversar mientras meábamos un grafiti de letras rojas. Otra vez yo había hecho un stencil de pinochet en una muralla sólo para mearlo cuando tenía mucho tiempo y llegaba medio cufifo noche por medio. Vivía con mi vieja y era chistoso verme volver curao tratando de contener toda la risa ebria desde cuadras antes, cuando no era tan necesario. Mi mamá sabía que yo era un pobre weón y me lo perdonaba, porque seguramente yo iba a cambiar, o quizás ella no veía muy objetivamente el asunto. No podíamos entender con mi nuevo amigo qué porción del bosque podía estar al otro lado de la pandereta. Le hice patita para que el weón pudiera mirar y sin decirme nada decidió saltar al otro litreli. Luego se fue y yo no supe cómo gritarle porque no me sabía su nombre ni mi nombre, así que simplemente me puse a gritar amigo, amigo. De repente, entre los silencios que seguían a cada grito examiné lo que estaba haciendo y me dio pena. Luego me volví caminando para la ciudad y me intrigaba mucho lo que podía haber del otro lado de la pandereta. Parecía una metáfora de la felicidad o una cruel metáfora del muro de berlín. En el local seguían los cabros hablando de pega y se habían puesto los cascos de las motos y parecían un montón de abejorros carreteando. Me uní a ellos pero fue imposible interactuar o siquiera decir algo sin casco. Fui al mesón a pedir una máscara y me pasaron una máscara de uno de los jedis que salen en las películas nuevas. Ahí pasé piola.

Cuando volví a mi casa estaban los pájaros cantando. Recreé el mismo carrete que había tenido en mi mente pero ahora con como protagonistas los pájaros, uno de ellos era el más feliz y dicharachero y cantaba más que los otros, y más melodioso, otro cantaba vez por medio nomás y era más amargo, y cantaba justo a continuación del feliz y así me fui quedando dormido, porque al cabo de un tiempo uno pierde el control de la conciencia. Es raro porque de lo último que uno se acuerda uno se acuerda bien, o tal vez hay un momento en que uno sabe que es casi imposible quedarse dormido y cosas así, con la almohada. Durante todo el día había visto sombras de ramas de árboles y ahora las veía de nuevo con los ojos cerrados. Me causaban una gran felicidad, a pesar que yo soy solito y no tengo mucha afinidad con no sé quién.

Bueno el local, quedaba cerca de mi casa y los copetes eran buenos, no se gastaba una fortuna y se podía ir a tirar la talla, tuve ganas de ir la próxima vez con amigas. Pero eso dependía totalmente de ellas.


QUIEN-TÚ-SABES

Al otro día tuve mi reunión semanal con quien-tú-sabes, también conocido como “ya tú sabe” o Lord Voldemort. Tratamos varios puntos y yo los fui anotando todos en la agenda que me había hecho comprarme. Era una agenda del 2007 toda pelá en los bordes, y con recortes de una niña muy tierna de la cual yo decía, pero por orden de Lord Voldemort, estar enamorado hasta las patricias. Así, otro día una mina me había preguntado en el parque, mientras estábamos haciendo yoga con las patas para arriba, si yo estaba pololeando y yo le decía que no, pero que estaba enamorado hasta las patricias. Porque Lord Voldemort era como mi tío y no me dejaba pololear. Yo era como coné o como los sobrinos del pato donald, no tenía papá y mi tío me mandaba. A pesar que yo tenía tiernos 27 años, pero Lord Voldemort me aseguraba que yo podía rejuvenecer, y yo quería. Estábamos en el 2018 y había sido un año frío, decían las viejas.

Bueno con ese ardid para no pololear yo podía dedicarme enteramente a las maniobras de brujería que Lord Voldemort decía enseñarme. Me confesaba bajo los efectos de pastillas que las había aprendido en un libro muy misterioso y yo un día caché que era el Harry Potter que tenía encima de la mesa, pero era el Harry Potter 9, por eso yo le creía un poco, porque a mí me convence todo lo que no existe, soy como al revés igual que sedetsu. En ese Harry Potter se supone que la cosa se pone seria y que explican más de Voldemort, yo no sé yo sinceramente me quedé en el 4.

No podía pololear, eso me tenía chato o mejor dicho me llenaba de angustia porque yo quería tener una especie de telenovela ocurriendo con mi vida y adentro de mi mente. Lor d Voldemort me explicaba con mucha sabiduría que eso era innecesario y que yo podia dedicar mi mente a componer otra historia, o a cosas que carecían absolutamente de historia y que eran misteriosas. Pamplinas, pamplinas.

Lo otro que me faltaba por entender era cómo había hecho para venderme una agenda usada y de niña, seguramente de su hermana chica que tenía que estar alisándose el pelo, no tengo nada contra los alisadores de cabello sino que sinceramente pensaba que eso podía estar haciendo su hermana. Parece, sólo parece que yo no le había pagado al final la agenda como una forma de venganza, o que se la había pagado en el cine cuando habíamos ido a ver Kill Bill 9, la venganza del supremo, o que se la había pagado con parte de la entrada porque era dos por uno porque era el cumpleaños de Lord Voldemort. Era el 17 de abril de 1999.

Después vino el gran terremoto del 2008 y después saltamos de pasadita al 2018, las autoridades dijeron que los diez años de salto eran una medida para el ahorro de energía, salió en las noticias y con esa noticia despidieron el noticiario y se cerró el canal, después en el canal 7 estaba la guerra de puntitos y cuando uno pasaba por ahí sentía la batahola y sentía que había un descanso en todo este mundo, y que era fácil descubrirlo más o menos por casualidad.

En esa época yo visitaba un pórtico que era el de la casa de mi abuelita con madera y entrada hasta una salita de estar, con mesas. Yo podía estar toda la tarde ahí y no aparecía nadie ni por la escalera ni por las puertas que estaban todas cerradas y daban a lugares misteriosos y cósmicos como la cocina. Otra vez llegué a la cocina pero por otro lado, como por neptuno, porque estaba buscando el camino de vuelta hacia la tierra pero yo decía el camino de vuelta a no sé dónde, y el único camino era por dentro de las casas de los vecinos y así yo iba pasando por un asadito familiar con carbón y tíos, y por patios abandonados con puros perros brígidos y así hasta que de repente me encontré en la cocina de mi abuelita. Me ofreció pancitos y cosas y yo le dije extrañamente que no y me encerré a leer el Harry Potter 1, que en ese tiempo ya era el 1 porque habían salido el 1 y el 2, y mi abuelita me llamaba y me decía que cuándo yo iba a ir a comer, y en la cocina se escuchaban voces. Y se me fue la tarde y al otro día me tenía que levantar temprano, pero temprano tipo 6.

Tenía un compromiso meramente americano que era conquistar las torres del paine con mi hermano, tanto weveo, ahora mi hermano está en europa y yo me voy a ir pallá luego y las torres del paine no se mueven, menos se mueve nuestro verano en las torres del paine y yo no sé adónde van todas esas cosas, pero bueno se pasa bien igual. Las zapatillas que me puse esa mañana pisaban como agua y me estaban esperando al pie de la cama para levantarme. Al mirar debajo de la cama se veía mucha luz del otro lado porque las cortinas eran cortas y entraba una luz de sol blanco, que se colaba por debajo de la cama y luego bajamos a tomar desayuno con mi viejo también y mi viejo se lo comió todo, mientras el viejo dueño de casa miraba la tele en un sillón verde dándonos la espalda y conversando con mi viejo que hablaba puras weás y alababa las mermeladas de la señora, y yo porque era chico estaba todo trastornado con la idea de las torres del paine y grababa en mi mente el momento en que salíamos a la calle, con las mochilas y la ciudad que yo no conocía, que había estado una noche pero que tenía que albergarme porque yo era un héroe en posición de salir a rodear unas torres solamente para que el mundo siguiera su curso fenomenal y hermoso. La mañana y el frío me golpeaban en la calle y yo avanzaba por las calles en calidad de héroe, no de transeúnte. Y miraba las vitrinas percibiendo levemente mi reflejo y dándome cuenta que yo no iba para ninguna parte, sino en un viaje que no terminaba nunca. Y mi hermano también iba en las mismas pero no nos comunicábamos, no hablábamos, estábamos vueltos locos pero en silencio, concientes de lo que estábamos a punto de hacer. No había nadie en las calles, puro viento y llegamos como a una bahía al final de una calle condecorada con tiendas de mochilas para gringos y para comer, y como que se veía una punta de tierra al otro lado entre la neblina, y mi viejo decía cosas que yo ya no recuerdo porque nunca las escuché.