viernes, diciembre 07, 2007

SO FAR

Así con la cosa, hoy decidí que tenía que caminar muchísimo para llegar a mi destino que era un árbol, y con esa idea me fui desde teatinos hasta varas, tengo dos ampoas en la planta pero estoy bien, uno se acostumbra. Pero resulta que cuando venía de vuelta en plaza italia me empezó a doler la ampoa del lado externo y me saqué el zapato para ver, y descubrí que los autos pasaban por encima de mí sin atropellarme. Ante lo cual decidí tirarle mi zapato a una vieja en toda la cabeza y se le salió la peluca. Me fui a sentar a una banca verde recién pintada y se me acercó una especie de travesti. Decidí darle una oportunidad y esperé que me joteara, una media hora habré esperado con los ojos dando vueltas por todo el paisaje, en espera de que el travesti dijera algo o evidenciara algo, y luego se me acercó y me dijo al oído que él era la vieja que yo acababa de atropellar. Pensé en sentirme pal pico pero luego recordé que yo no recordaba exactamente así el episodio. Además, ya era tarde y tenía que volver a la pega porque todo esto transcurría en la inefable hora de almuerzo, la hora que pueden ser dos. Por suerte había dejado mi bicicleta abandonada ahí hace dos días y la recuperé desatando el nudo de zapato que le había hecho con el cordón de uno de los zapatos de mi otro par. Abordé la bici y le dije al piloto que en la esquina venía una curva fuerte hacia la izquierda. El piloto, que era un yo en sueños, me dijo que se me estaba olvidando algo clave y que mejor no me riera tanto, que se me había olvidado mi angelito en una banca del parque, y yo le pregunté ¿ese travesti?, y despertamos los dos en la pega. Justo a tiempo para que apareciera mi jefe por detrás con su clásica broma de asustarme. Hice como que me asustaba porque hay que chuparle un poco la corneta al jefe pero la pura puntita y sólo por eso, no me asusté en serio, juran que soy miedoso.

El resto de la jornada laboral pasó sin pena ni gloria salvo por el accidente de la serpiente que estaba encerrada en uno de mis cajones (mi único cajón) y que la revolvió hasta que abrí el cajón. Al rato llegó mi jefe derramando sangre de una costilla: su culebra marín. Mi jefe no me dice marín, me llama por mi nombre de pila que es manuel creo, pera esa vez me dijo marín. Usted la tenía, le dije y la fui a soltar a la ventana. Yo no sé cómo caen las culebras, es imposible que caigan parás. Pero después me fui a sentar a mi puesto y había empezado el protector de pantalla, y el protector de pantalla juraba que yo me iba a ir en una volá estelar, pero no me pasó nada a pesar que esa mañana me había tomado unas pastillas que tiene mi abuelita y que son pal bajón.

Habré estado en la pega un par de horas más nomás y luego me fui a mi casa caminando en equilibrio por la tirita de cemento que separa los pastos del pavimento. Gran weá. Unos niños me imitaban y todos hacían trampa y yo igual, afirmándonos de las gentes que nos miraban maravillados y yo sin querer me afirmé de la peluca de una vieja y se la saqué. Cuando llegué a la casa me fue a visitar mi amigo el socio y se había comprado un bisoñé a lo adolf hitler, que le quedaba a toda raja. Se lo pedí un rato para ir a ponérselo a una vieja en la esquina y la vieja me ahullentó con unos ladridos como de perro. Volví y le devolví el bisoñé al socio que me había observado todo el rato por el balcón. Nos compramos unas hamburguesas en el super y dimos su rut y nos comimos las hambur que se demoraron como una hora en hacerse en la parrilla ultra lenta. Después comimos viendo partidos. Al rato me di cuenta que había porotos hechos y les dimos el bajo también. El socio se despidió en la puerta con una sonrisa de oreja a oreja: hasta la próxima.

LA PRÓXIMA

Calculo que eran las dos de la mañana cuando sonó el teléfono fijo de la casa. Me dio paja levantarme a contestar, o quizás fue que dije que nada en este mundo es demasiado importante, ni siquiera mi sueño. El teléfono siguió sonando a intervalos regulares que daban cuenta de una sola llamada ultra larga. Y así, toda la noche. No me explicaba cómo podía ser aquello y sólo se me ocurría que el sujeto cortaba para reintentar inmediatamente, dando la impresión de que varias llamadas eran una sola. Al final, tipo 7 de la mañana cuando me levanté decidí ir a contestar. Colgaron. Ya llamarán otra vez, pensé yo, y dudé si depositar nuevamente el auricular en su sitio. Intuía que apenas lo hiciera el bicho iba a sonar. A pesar de esto, cuando lo hizo me sobresalté. Contesté “qué pasa”.

Después de afeitarme me fui al colegio, y cuando cerré la puerta otra vez el teléfono maldito. Al llegar a la casa a medio día estaba sonando también. A pesar de todo este jugo, todavía no lograrme comunicarme con mi editor, que tenía que darme algunas noticias sobre el destino de este libro y para eso me llamaba. Pero no sé para qué insistía tanto. Ya me había dicho en la mañana algunas cosas. Me había dicho, entre varias cosas, que el libro tenía 779 páginas, a lo que yo había contestado algo como “muy bien”. Mi relación con mi editor era de lo más espantosa, nos hablábamos como si acabáramos de conocernos en todo momento. Esa vez, cuando llegué a la noche y el teléfono seguía sonando, lo despedí. Parece que no me entendió muy bien, pero yo decidí llamarlo de vuelta y decirle claramente su nueva situación. No me importaban su señora e hijos puesto que yo llevaba un mes nomás con ese editor, no se había creado el lazo de afecto. Me acosté dispuesto a pasar una noche agradable de sueño.

Cuando desperté estaba mi editor en mis narices. “Qué horror”, creo que le dije. Apenas me desperté del todo pude ver a la familia del editor en pleno en mi pieza, incluida la guagua y una señora con poto de suegra. Potona la vieja, estaba sentada en un piso que tengo yo para tocar el piano, que vendí hace poco, y se le caían las charchas en 360 grados a la redonda. La vieja era la que sostenía el cabro chico. La guagua me miraba con expresión de seriedad. Parecía que nunca había visto a un weón como yo, durmiendo con un gorro como de viejo pascuero. Me saqué el gorro porque era mi gran secreto y lo guardé sin ningún disimulo debajo de mi almohada. Según el editor, habían venido a penarme porque los había dejado sin una parte del ingreso. Al parecer, yo constuía un pequeño porcentaje del ingreso de esa familia a pesar que nunca le pagué un peso al editor, claro que ese argumento no me servía para defenderme, a lo más era para una nota cómica. Fui a hacer mis ejercicios matutinos y la familia del editor me acompañaba como si yo fuera un sujeto de estudio. Tomé desayuno con la expresión ausente y con la gente de mi editor sentada a la mesa, escrutándome en silencio. Luego salí por la puerta y los dejé encerrados, cerrando la puerta por fuera.

Era tan raro todo lo que me había pasado que decidí caminar en silencio hacia mi trabajo, con las ampollas prácticamente recuperadas. Me interesaba esta labor alternativa de escritor siendo que mi trabajo era meramente matemático, me parecía a nicanor parra y eso me hacía feliz. Caminar en silencio significaba acallar también mis pensamientos y aspirar a la libertad más total, y más relampagueante. En algún momento de esa jornada pensé que tenía la capacidad de despertar en ese momento. Me comí una pita con choclo y otras cosas, salza como de yogurt y como de chancho en piedra encima, chorreando por mis pantalones abajo sin que yo me diera cuenta hasta muy tarde, en algún lugar de huérfanos. Luego me comí un mote con huesillos chico. Era feliz.