jueves, diciembre 06, 2007

EL ÑAPI

Llegó el piña a pedir alojamiento. Estaba parado en el espacio al otro lado de la puerta y lo miré por el ojo mágico, yo estaba justo en esos días opacos, de no querer recibir a la gente, pero el piña era mi gran amigo, con eso me puse a sopesar las alternativas y finalmente le abrí, sin poner cara de sorpresa ni nada sino simplemente recibiendo al piña, permitiéndole que pusiera los pies arriba de la mesa, que se sintiera a sus anchas en el sillón mientras me contaba sus cuitas, yo soy la persona menos indicada para escuchar cuitas del piña porque su modo de hablar tiene una inflexión que me da risa, sana risa del corazón y mientras el piña me miraba con la pera gelatinosa, yo lo miraba de vuelta con una cara de vieja que no se puede aguantar la risa en la iglesia. En eso el piña estira una pierna, a lo mejor por un acto reflejo y me pega seco en las bolas que no sé por qué yo las había puesto cerca de la mesa, inconcientemente, y me retorcí de dolor unos minutos en el suelo y después desde el suelo me puse a mirar al piña a la cara, realmente tenía cabeza de piña y sólo yo me daba cuenta. La alocución o monólogo del piña se basaba simplemente en que lo habían echado de la casa, pero entretanto, con su talento narrativo, le ponía anécdotas de partidos de fútbol y de otras cosas hasta que fueron las 1 de la mañana, el piña llevaba casi una hora hablando sin parar y yo mirándolo sin parar.

Al otro día fuimos a sodimac porque el piña necesitaba maceteros y otras cosas, como un doble enchufe y cosas eléctricas que ahí se fue enterando que existían. Al final pasamos por la caja y había uno de estos viejos con un carro de supermercado y adentro del carro unos palos largos que sobresalían como cuatro metros afuera del carro y se iban a perder por el techo alto de sodimac. Nos asombró, pero más todavía fue el hecho que de la nada apareció un pendejo bajando por el palo, aparentemente el hijo del weón. El caso es que el weón pagó y en seguida nos tocaba a nosotros con el piña, yo no había comprado nada, pero el piña tenía que responder por toda su parafernalia en el sector eléctrico probando enchufes y poniendo caras de imaginación, como si con esas caras fuera a descubrir si tal o cual enchufe le servía o no.

A mí la visita del piña, para serles sincero, me tenía hasta las masas pero se debía a un hecho anterior, en el trabajo. El piña me arreglaba la jornada con sus actividades y su manera tan estúpida de ver el proceso mismo de tener que ir a sodimac. En la casa dejamos las bolsas encima de la mesa y nos fuimos en direcciones alternativas, como para sacarnos de encima todo el viaje y la compra. En la casa había harto espacio y el piña podía leer y poner su música mientras yo hacía yoga en la pieza, lo cual terminó en una lesión en mi espalda. Me acerqué a mi profe la siguiente vez y le confesé que me dolía un glúteo, a lo que las personas que estaban alrededor respondieron con unas miradas de preocupación. Una de ellas era la mina que me gustaba pero yo no podía pololear con ella ni aunque ella quisiese, por culpa de mi asociación con las artes oscuras.

Lord Voldemort estaba en un rincón del bosque. Con una pierna apoyada encima de la rama baja de un árbol hacía una flexión que llegaba casi hasta el suelo, dando muestras de su elasticidad. Apenas llegué me dijo que fuera a buscar mi bicicleta para que me fuera a una dirección super arriba, y me fui pedalenado por calles concurridas por autos y ciclistas en contra, cada vez que prácticamente chocaba con uno, y no me quiero imaginar cómo será el choque de dos bicicletas, el otro me echaba una puteada que se difuminaba en la velocidad del ambiente y yo no alcanzaba ni a absorberla. Me absorbían las canciones del pen-drive y pasé por hartas partes en las que había vivido antiguamente o en las que me había tocado esperar micro varios días seguidos, y como que me sabía de memoria todavía las micros salvo que algunas habían cambiado el recorrido y se iban por una parte totalmente distinta, y yo las abordaba imaginariamente y dejaba bajar a las viejas con sus coches de guagua, y dejaba que subieran los pendejos y después imaginariamente me iba defendiéndome de los frenazos, y llegaba hasta la parte del recorrido que había cambiado y me imaginaba totalmente perdido.

Así fue como llegué y estacioné la bici donde sabía, todo donde sabía. A través de un resabio onírico supe que debía esperar en una cuneta con las piernas para la calle, en un sector bellamente decorado y era más aburrido que estar sin hacer nada, había un par de columpios vacíos y unas hojas secas en el pavimento, listas para ser aplastadas. Pasaban cabros chicos en skate y señoras con sus perros y nada me sacaba de mi cruenta meditación, mientras esperaba la gloriosa venida de nuestro señor jesucristo. No había ni un flyte en kilómetros a la redonda, y se respiraba una atmósfera de árboles y queque, queque, eso era lo más extravagante. Me puse a pensar acaloradamente en qué posibilidad había de que una nana estuviese cocinando un queque por ahí, a mi alrededor habían casas bien repartidas y unos cercos con perros deambulando en su interior, podía sentir su resoplar en mi oreja, y más de alguna vez estuve a punto de pensar que uno de esos fox-terri de vieja que habían pasado antes había venido a olisquearme, pero no abrí los ojos, conciente de que de hacerlo todo podía desaparecer, y podía encontrarme con el piña de vuelta en mi casa. Me pregunté qué estaría haciendo el piña pero por algo supuse que no había pasado ni un segundo desde el momento en que saqué mi bicicleta por la ventana para irme donde Voldemort. A todo esto, Voldemort debía estar pasándolo la raja o por lo menos gestionando algo, a mí me tenían con la vista fija en el computador, y sin poder abrir los ojos, como en la pega.

Por cristo, con él y en él, a ti Dios padre omnipotente el poder y la gloria por siempre jesús. Repetía ese mantra mientras me ahogaba con respiraciones entrecortadas, en eso siento que me pegan un palazo en la oreja pero por casualidad, sin apartar la vista de una lata de atún abierta y desechada en pleno suburbio recibí una segunda palada llena de tierra en la cara. Esta vez no me tocó la pala pero la tierra tenía gusanos. Abrí los ojos y estaba cara a cara con Lord Voldemort.

VOLDEMORT

Me dijo que lo siguiera y llegamos a un pórtico en donde nos abrió un weón grande, pero con una cabeza ínfima. No entendía la razón de que hubiera una persona así. Parecía un robot de combate. Nos fuimos paseando por varias piezas y saludando a gente desconocida pero de lejos, como con un gesto inocuo, hasta el comedor. Estaba puesta la mesa y entraba gran cantidad de luz porque todo estaba rodeado con ventanales. Destaparon los platos, que estaban como con esa cúpula que les ponen y debajo aparecieron unas carnes mongolianas de la muerte, casi se movían. Le pregunté con los ojos a Voldemort si se podía empezar y él me respondió con una mirada llena de intensidad. Al mirarlo noté que la lámpara que colgaba en el centro mismo de la mesa se estaba empezando a caer. El estruendo fue total, probablemente se escuchara en toda la casa, y en el segundo y tercer piso, y abrió un boquete en el centro de la mesa por el que desapareció también el mantel y gran parte de las alcuzas que estaban encima del mantel. Con Voldemort nos miramos y nos acercamos a mirar por el agujero, en seguida estábamos rodeados de otros habitantes o residentes temporales de la casa que también miraban. Abajo había un subterráneo y una mesa con un cuerpo gelatinoso, glucoso pero humano, como esos que salen precisamente en los atlas del cuerpo humano. Era una cosa medio asquerosa que nadie se atrevía a comentar, menos aún queríamos con Voldemort, y por supuesto también los otros, tener algo que ver con ese asunto. De repente se apagó la luz en el sótano y hubo tranquilidad por unos segundos. Al cabo de esos segundos se comenzaron a escuchar unos pasos que subían por las escaleras desde abajo, y desde el primer paso que se oyó volvió el terror a las caras de todos nosotros.

Entre los curiosos también estaba el piña. Nos sorprendimos bastante de vernos y se nos olvidó un poco lo que pasaba con los pasos. Luego los pasos llegaron hasta el primer piso, se abrió una puerta y después se cerró, y luego se escuchó medio ahogado el sonido de un weón witreando. Witreaba a más no poder, y el sonido era claramente audible por nosotros. Nos empezamos a cagar de la risa. Le dije al piña que fuéramos al living a que me contara un poco cómo había llegado hasta esa casa y nos sentamos en un sillón super inflado, pero poco iluminado. Ahí el piña comenzó con su relato pero con su vicio de meter anécdotas de penales casi no se esclarecía nada del asunto, y que el penal lo tenía que tirar pacheco, y que pacheco estaba lesionado, y con Voldemort no vamos a decir que no disfrutábamos inmensamente el discurso del piña y después le trajimos un podio y un atril para que el weón siguiera, y nos conseguimos unas palomitas y lo escuchábamos comiendo palomitas. Todo se puso tan irreal que las palomitas luego eran palomas verdaderas que salían volando por las ventanas que se formaban en la pared justo al momento en que el pájaro estaba próximo a chocar contra la pared. Y se iban en gran aluvión hacia el infinito y hacia lo eterno, condecorando el cielo del atardecer. En esa dirección quedaba mi casa y tarde o temprano yo tenía que volver. Eran como las siete, la hora clásica en que uno tiene que volver cuando tiene que volver y no se puede quedar. Me allegué hasta el candado de mi bicicleta y desaté la cadena con las manos. La música del pen-drive sonaba incesante en mis orejas y poco a poco me fui olvidando de esa tarde. Tenía ganas de escribir unos versos complicados.