Otra vez tengo que dejar el departamento y partir al aeropuerto. Esta vez estã de visita Gon, quien me ayuda a hacer los últimos preparativos. Gon vino con Stefanía y ella tiene prisa por partir, porque no quiere perder el avión. Yo me acabo de despertar, y resulta que es exactamente la hora en que, la víspera, habíamos acordado partir. Pero yo no tengo lista mi mochila (ninguna de mis DOS mochilas).
Me comprometo a hacerlo todo rápido, en menos de dos minutos. Gon me ayuda. Cuando abro uno de los bolsillos de mi mochila principal, me doy cuenta que hay algo putrefacto allí dentro. Un táper con comida que puse ahí hace muchos años, y todos esos años estuvo pudriéndose. Decido cerrar el tãper y cerrar el bolsillo. El resto es fácil y se hace desprolijamente. No estoy muy satisfecho pero debo partir. DEBEMOS partir.
En una última inspección de la cocina descubro que el nuevo arrendatario ya está viviendo allí. Es una inglesa. Está también su novio. Le explico a la inglesa en inglés que yo soy el antiguo arrendatario y ya me estoy yendo. No estoy seguro si me entiende. Al salir del apartamento descubro junto a la puerta unas bolsas de basura que seguramente Gon sacó, y junto a ellas mi mat de yoga. Demasiado tarde para empacarlo. Vamos, vamos. La llave del apartamento está en mi bolsillo, no supe a quién dejársela (¿a la inglesa, tal vez?) y ahora se siente como una garantía divina.
Estamos en la calle, cerca de la boca del metro, comprando bebidas en un quiosco. Tenemos tiempo, vamos bien. Vamos a llegar a la hora al aeropuerto. Stefanía se pintó los ojos con mucha sombra, se ve rara y hermosa. Gon casi no habla. Yo pensaba que él se había traído mi segunda mochila, la roja, pero cuando lo miro de arriba abajo, me doy cuenta que no la tiene. ¿Y mi mochila roja, Gon? Su respuesta es algo en las líneas de, ¿Qué mochila?
Prometo que volveré a buscarla rápido. Stefanía no está muy contenta. Sé que me miran cuando atravieso la calle. Por alguna razón no puedo correr, esto es, por supuesto, una pesadilla. Qué obvio parece entonces. Trato de ayudarme con las manos, correr en cuatro patas si eso puede ayudarme. Como un animal.
Pero es en vano. La muerte no se presenta hasta la hora en que se presenta, no tiene sentido tratar de acelerarla.
En algún momento siento que sería una buena idea cortar esa escena, y aparecer de inmediato en el departamento, al momento de recuperar la mochila. Como si se tratara de una película. Pero hacer eso destruye el conjuro e inmediatamente despierto.
La muerte se presenta cuando se presenta y no antes. A mí todavía no me toca.
Me comprometo a hacerlo todo rápido, en menos de dos minutos. Gon me ayuda. Cuando abro uno de los bolsillos de mi mochila principal, me doy cuenta que hay algo putrefacto allí dentro. Un táper con comida que puse ahí hace muchos años, y todos esos años estuvo pudriéndose. Decido cerrar el tãper y cerrar el bolsillo. El resto es fácil y se hace desprolijamente. No estoy muy satisfecho pero debo partir. DEBEMOS partir.
En una última inspección de la cocina descubro que el nuevo arrendatario ya está viviendo allí. Es una inglesa. Está también su novio. Le explico a la inglesa en inglés que yo soy el antiguo arrendatario y ya me estoy yendo. No estoy seguro si me entiende. Al salir del apartamento descubro junto a la puerta unas bolsas de basura que seguramente Gon sacó, y junto a ellas mi mat de yoga. Demasiado tarde para empacarlo. Vamos, vamos. La llave del apartamento está en mi bolsillo, no supe a quién dejársela (¿a la inglesa, tal vez?) y ahora se siente como una garantía divina.
Estamos en la calle, cerca de la boca del metro, comprando bebidas en un quiosco. Tenemos tiempo, vamos bien. Vamos a llegar a la hora al aeropuerto. Stefanía se pintó los ojos con mucha sombra, se ve rara y hermosa. Gon casi no habla. Yo pensaba que él se había traído mi segunda mochila, la roja, pero cuando lo miro de arriba abajo, me doy cuenta que no la tiene. ¿Y mi mochila roja, Gon? Su respuesta es algo en las líneas de, ¿Qué mochila?
Prometo que volveré a buscarla rápido. Stefanía no está muy contenta. Sé que me miran cuando atravieso la calle. Por alguna razón no puedo correr, esto es, por supuesto, una pesadilla. Qué obvio parece entonces. Trato de ayudarme con las manos, correr en cuatro patas si eso puede ayudarme. Como un animal.
Pero es en vano. La muerte no se presenta hasta la hora en que se presenta, no tiene sentido tratar de acelerarla.
En algún momento siento que sería una buena idea cortar esa escena, y aparecer de inmediato en el departamento, al momento de recuperar la mochila. Como si se tratara de una película. Pero hacer eso destruye el conjuro e inmediatamente despierto.
La muerte se presenta cuando se presenta y no antes. A mí todavía no me toca.