martes, marzo 14, 2017

El sueño de la historia

Si tuviera que escribir este sueño tendría que dejar de trabajar completamente. Tendría que olvidarme de mi vida, perder toda verguenza y desvincularme completamente de Manuel Marin, el que soy durante las horas en que estoy despierto. Tendría que entrar en el abismo del que vino ese sueño; creo que lo voy a hacer:

Todo transcurría en el departamento de un tío que paulatinamente pasaba a ser mi departamento. Allí llegaban gentes extrañas, todas portadoras de un extraño y a la vez irresistible encanto. No había nadie en esa fiesta cuya persona no fuera sumamente interesante, y todas lo eran por razones diferentes. Había mucha comida pero así y todo una parte de los asistentes decidía escabullirse para ir a comer alitas de pollo o colitas de camarón (no recuerdo bien) a un boliche griego. Por una razón que olvidé (hay puertas en la conciencia que se cerraron para siempre) yo tenía que salir al frío y me los encontraba allí, planificando su estrategia para dirigirse al boliche. Estaban siendo motivados por una tal Georgina, que no podía ser admitida (por otra razón que olvidé o tal vez nunca supe) en el departamento de mi tío y entonces quería a toda costa ir a ese boliche griego. Los dejé hacer, volví al departamento porque se esperaba algo de mí. Mi participación en la fiesta era crucial, pero yo me lo tomaba con total tranquilidad y humildad y eso me hacía querido. Sonaba el timbre y un repartidor traía un regalo para mí de mi tía. Ese regalo podía ser cualquier cosa y yo nuevamente salía a la calle a mirarlo. Me sorprendía constatar que se trataba de una cajita con hilo y aguja de crochet para bordar. Había una inscripción: "los mejores hombres son los que saben bordar." Entendí que se trataba de una píldora de sabiduría fememina. Visualicé en mi interior un precioso pañuelo con un bordado hecho por mí a crochet. Luego di vuelta la cajita y parece que con ello la transformé. Ahora en su interior había una hermosa lapicera (pero podía ser que por el otro lado todavía estuvieran el hilo y la aguja).
En fin, volví a la fiesta y me ocurrió algo que ahora, revisando los hechos, entiendo que sucedió antes que yo saliera a examinar mi regalo. Una de las asistentes, una amiga a la que no veía hace mucho tiempo (y que más bien era amiga de mi hermano, pero con la cual tenía una extraña complicidad) me confesaba que luego de 25 años sin coger había vuelto a ser virgen. "¿Me quieres decir," la interpelé, "que no tienes sexo hace 25 años? ¿Y no te dan ganas?" La entendí, creo, pero sobre todo me maravilló la tranqulidad con que ponía el tema sobre la mesa. Luego se desencadenaba una discusión sobre el sexo que por fin hizo que me despertara.