Iba atravesando el patio del edificio de Eliodoro cuando pasé a patear una escopetita de alguna figura de acción que un niño había dejado olvidada ahí en la hierba. Pensé en seguir mi camino, no era asunto mío si esa escopetita se perdía o no -pero luego el niño interior me obligó a dar media vuelta, recoger la escopetita (que era de color gris) y situarla en un lugar visible, por ejemplo la banca. (Frente a esta banca y, en realidad, en el mero centro de todo el patio hay un ginkgo biloba impresionante.) Estaba en eso cuando de pronto siento que la escopetita me habla; ya no era la escopetita, se había convertido en una pequeña ramita de hierba seca que me decía que debía acoplarla con otra rama húmeda de otra hierba que un amigo (probablemente Re) me había ido a dejar esa misma tarde. La voz de la ex-escopetita, ahora ramita de hierba seca, parecía provenir del patio en su totalidad, como si el universo hablara; oírla era casi una sensación táctil, la sentía en mi piel, perméandolo todo como el sodio. Mágicamente una ramita de la hierba húmeda (que yo había guardado en la depensa, arriba en mi departamento) apareció en mi mano y entonces sostenía yo un ramo de hierba seca-hierba húmeda; ese ramo era la evidencia de algo ulterior, una clave mística, el resultado de una extraña conspiración.
Dublín, invierno del 2014
Dublín, invierno del 2014