domingo, noviembre 19, 2006

Chocolate. Tú.

Eso me dijo mi sobrino chico. El pendejo tiene esa capacidad.
Me tiraron las zapatillas a la piscina, mis calcetines se hundieron irremediablemente. Después, me dijeron eso del chococlate y me hicieron jugar a una torre sin reglas. La anto se subió a mi espalda y me transfirió energía desde sus plantitas de pies hasta mi zona lumbar. Días después yo aproveché esa energía para entrar en otro mundo.
Estaba acostado escuchando crimen de cerati en los audífonos y no me los podía sacar, se metían de nuevo y yo quería dormir. A todo esto, en la oficina estaba que me desmayaba y le dije al Rogelio que pusiera ojo por si acaso me desmayaba encima del compputador. Bueno me deshice de los audífonos, tirándolos para que salieran por el cuello de mi polera. El problema era que yo estaba durmiendo así no más, en pelotita. ¿Cómo entonces me deshice de los audífonos?
Luego me puse a mirar un rectángulo único de luz en mi pared para invocar al sueño. Desfilaban sombras que no eran de este mundo. Eran como volutas de humo organizado en fractales ingeniosísimos. ¡Seres inorgánicos! Mi cuerpo se puso como una tabla, como cuando duermo en las bancas del hiperforestal. Ahí fue que dije "algo inconcebible va a pasar".
Luego me puse a mirar una escena que parecía de plasticina, las ramas de un árbol y un cielo azul. Hay que convencer a la razón, y luego se puede hacer cualquier cosa con el cuerpo.
Ayer visité los mundos dentro de mundos. Hay que buscar algo práctico para poner en práctica lo abstracto. Para el Che la libertad era ir a Cuba, para mí la libertad es estar en cuclillas en el techo de mi pieza, en sueños. Si yo estuviera vivo aprovecharía de prepararme para la muerte, lógico. El desapego es la característica del espíritu contraria a la importancia.
No hay que darle tanto fuelle a la mente. Es mejor saber las cosas sin pensarlas.
9. Saludos a todos.