jueves, enero 04, 2007

Balance 2006

Toda esa semana actué pensando en que mis actos tenían que estar a la altura de un acto maravilloso: mirarme las manos en mis sueños. Sabía que para romper la inercia que me llevaba en sueños, yo tenía que por lo menos practicar una seria discrepancia con el mundo de todos los días. Redacté textos absurdos y me di al objetivo absurdo de crear y publicar una novela que resultara interesante, sin preocuparme de los medios ni del cómo. Yo “era” escritor.

Al culminar esta etapa me sentí abrumado por la infinita diferencia que noté que existía entre lo conocido y lo desconocido. Me maravillé al constatar que el obsesivo manejo de lo conocido había vuelto loco al hombre común. Y sentí que yo ya era capaz de dar vuelta la cara hacia las perspectivas infinitas de lo que todavía no existía. Me asombró la descripción de lo desconocido como la superficie infinita que se extiende imaginariamente más allá de los límites de la mesa. En el escritorio al que me sentaba me imaginaba la capa transparente prolongándose continuamente más allá de la tabla sobre la cual estaban depositadas mis cosas, mis lápices, mis escritos.

Simultáneamente a eso vi que todas las personas, incluido yo mismo, estaban actuando en un espacio muy reducido de sus posibilidades: lo conocido. Fue un gran alivio el darme cuenta que podía arriesgar esa parte conocida de mí en cada acto, sin comprometer mi existencia total, puesto que tenía un contrato secreto con una entidad que ni siquiera existía: lo desconocido. En la mesa y en las conversaciones y en las caminatas repartí mi atención desproporcionadamente: un 10% para lo conocido, y un 90% para lo desconocido, sea lo que fuere. Mi intención era mantener mi integridad en este mundo típico y al mismo tiempo tender hacia la inmensidad.

Descubrí que luego de un período de cambios turbulentos viene una etapa en que uno asume la responsabilidad. Si bien la energía de lo desconocido me había seducido y me había hecho cometer actos de “locura”, yo necesitaba una nueva estrella, y la encontré en el acto de aceptar una decisión que yo había tomado en lo más íntimo. Entender esta decisión, a través del acto de sacarla continuamente a la luz, me hizo reemprender más seriamente mis propósitos abstractos. La decisión había sido mirarme las manos en mis sueños.

Hoy sé que una moneda tiene dos caras. Sé que sólo es posible mirar una cara a la vez. También sé que no es poco lo que está en juego, y que yo soy el responsable de este sueño y de su inevitable final.