"Supe que estás escribiendo un libro," consignó el doctor Díaz. Estábamos en su consulta: me estaba midiendo los reflejos a punta de pequeños martillazos en el tendón que se encuentra justo debajito de la rodilla.
Yo no le había contado a nadie de mi libro: me avergonzaba un poco mucho.
"¿Quién le dijo?"
"Un pajarito," confesó el doctor al tiempo que pegaba otro martillazo. "¿Y qué tal va? ¿De qué se trata?"
Mi rodilla se tensó como respuesta al estímulo y mi pierna se enderezó. Luego el proceso inverso tuvo lugar y mi pie volvió a colgar cerca del suelo.
"Va.... Se trata..." respondí.
Mi libro no se trataba de nada, no había momentos clave que resaltar: simplemente era una exposición de mi vida, tal y como se iba desarrollando en la realidad.
"El asunto," dijo el doctor abriendo un cajón y depositando el martillo en su interior, "es que tú no eres el protagonista de ninguna historia, sino un personaje secundario en el sueño de alguien más."
Sus palabras me causaron estupor: su tono era tan severo, que no cupo duda que hablaba con conocimiento de causa. Pero de dónde sacaba esa información.
"Cómo sabe eso usted," le pregunté.
"Es más," continuó él, "esa otra persona ni siquiera tiene un espectro de vida como el de nosotros. Existe desde hace millones de años, y morirá dentro de millones más."
Otra vez el tono del doctor fue capaz de convencerme totalmente. Sentí escalofríos.