domingo, junio 15, 2014

La ética que atraviesa el horizonte y se pierde en una tormenta eléctrica

Era el otoño del 2008 y lo recuerdo como si fuera ayer, como si todo el otoño hubiera transcurrido en ese día que ahora acabamos de dejar atrás. Yo me hallaba en la terraza de Mokshananda (no recuerdo como se escribe) observando las menudencias del lago Ritoque. Dos metros más allá estaban Parasa (mi maestro zen) y la bella Marcelita hablando del cosmos. Mi asiento era el suelo de tablas al que un famoso carpintero (no el hijo de Dios, sino otro que conocía Mokshananda) había dado forma, y mi respaldo el muro de la casa. Parasa y la bella Marcelita estaban recostados sobre las bancas de la mesa del comedor, uno frente al otro, y se observaban por debajo del mantel. Era una mirada intensa la que compartían en ese día de otoño.

Parasa dijo que aquellos principios de los que acababa de hablar eran pertinentes no solo en la Tierra, sino en cualquier planeta en que nos encontráramos, y de ahí emanaba su poder (se refería a los sutras). Marcelita estaba de acuerdo y perdidamente enamorada de mi maestro. Parasa me había llevado hasta esa casa engañado, diciendo que ahí iba a estar la Jo, con quien yo no tenía ni la menor oportunidad en lo amoroso a pesar de desearla con fervor. Finalmente la Jo no llegó y yo tuve que quedarme de brazos cruzados, sentado sobre la terraza de la casa mirando el lago.

Años más tarde (pero siempre ayer) mi viejo me preguntaría si acaso no estaba yo de algún modo negando la realidad en esa época. Fui hippie, pero ahora odio a los hippies, acaso por la tremenda influencia que desde hace algún tiempo tiene en mi vida Eric Cartman. A mi viejo debí haberle contestado que hay una delgada línea entre vivir una mentira y autorizarse la máxima libertad. ¿Cómo saber si estamos viviendo una mentira o si tan sólo nos estamos autorizando a nosotros mismos a creer en una utopía? Los comunistas del siglo pasado se autorizaron a fundar Estados en la ideología de Marx. Creo que está bien experimentar con la propia vida pero no con las vidas de los demás. En otras palabras, mientras no intentes imponerle tu doctrina a otros, solo puedes estar haciéndote daño a ti mismo y contra eso no hay nada que decir. Creo.

El problema es que ninguno de nosotros es un electrón libre. Hay gente que depende de ti de la misma forma en que tú, acaso sin saberlo, dependes de otra gente. Entonces nada de lo que hagas con tu vida dejará de afectar en mayor o menor grado la vida de otros. No puedes volverte vegetariano sin arruinar todos y cada uno de los asados a los que asistas el 18 y 19 de septiembre, aunque digas que no te importa comer solo pan con ensalada. Todo está relacionado con todo.

¿Me estaba mintiendo a mí mismo cuando observaba el lago apoyado en esa pared de la casa? ¿Había dejado que Parasa me lavara el cerebro de la misma forma en que se lo estaba lavando a Marcelita? ¿Se la habrá culeado esa noche, o alguna noche posterior? Pero por sobre todo, ¿existen otros planetas en donde tenga sentido aplicar los criterios de conducta que aprendimos ese otoño?---¿los sutras?