miércoles, junio 06, 2012

zinc

ahí estaba otra vez mirando la pantalla del televisor. Por la ventana entraba un ruido de sierrra, estaban acerrando un serro allí cerca. Del baño le llegaba la conversación de las damas del aseo, intrépidas mujeres cuya lengua no se detiene jamás. Abrían la llave y dejaban rebotar el agua en el fondo de un balde. Alguien llegaba y las saludaba, probablemente sería Bernard Gossens. Probablemente se le vería pasar con su maletín, pero no. Otra vez el ruido de la sierra, cada vez más implacable, tajadas perfectas.

Eso que se le figuraba la pantalla del televisor era en realidad la pantalla de un ordenador. La dama del aseo número uno llegaba arrastrando su carro. El trabajaba allí, en un laboratorio de informática. La dama del aseo número 1 saludaba a una persona, saludaba a Christoff Nègre. Christoff Nègre la saludaba de vuelta. Eso o algo muy parecido pasaba todos los días y este día no sería diferente. Carrasperas, el sonido del viento, baldes que se movían allá lejos, ruidos transportados por el eco del pasillo. Manojos de llaves siendo agitados en busca de la llave que pudiera abrir la puerta.

Un instante de calma, de silencio, sólo el ruido de las teclas. Era impresionante el silencio que reinaba todas las mañanas allí. Una palabra de una dama de limpieza a la otra, vuelta a manipular las llaves, el sonido de una llave insertándose en una cerradura. El sonido de una llave insertándose en una cerradura. Todo lo hacían las damas de limpieza con una cierta prisa, o sin pensar demasiado. La conciencia hace realmente de nosotros unos cobardes y las damas de limpieza querían evitar eso. A toda costa.

Eran buenas personas, al menos eso estaba claro.