miércoles, octubre 03, 2012

Solving each problem as it arises



Había llegado atrasado a mi vuelo. Me entretuve recuperando un equipaje perdido que por error había sido asignado a mí. Luego, demasiado ocupado en manipular mi pasaporte, no pude inspeccionar la extraña maleta. Simplemente la chequée y corrí al control de seguridad. Mis zapatos en la huincha tardaron en salir. Hervía de ansiedad y curiosidad, pero ya no sabría nada hasta Dublín.

Me subí al avión y despegamos. Las cosas se desarrollaron normalmente hasta que un rumor, y un mapache que corría entremedio de las piernas de los pasajeros, quebraron la calma. Cayeron las máscaras de oxígeno, pero no era una despresurización de la cabina. Simplemente el mapache corría de un lado a otro, como si el avión fuera un bosque. La mujer que venía al lado mío rápidamente tenía su mascarilla puesta.

La situación era tan incongruente que creí estar soñando. Ya la noche anterior había tenido pesadillas con el avión, pero el viaje era a Sao Paulo y yo iba con mi hermano. Yo no tenía lista mi maleta a tiempo y surgían una serie de complicaciones. Cuando todo se volvía demasiado predecible, yo entendía que era un sueño y sacudía la cabeza para despertar. Estaba en New York.

Le pregunté a mi compañera de asiento cómo podía seguir leyendo su libro si había un mapache en el avión. Me dijo que ella sabía que eso iba a pasar. La escudriñé un instante. Le pregunté si venía del futuro. Me contestó que no, pero casi. Acto seguido me miró de frente y dentro de su ojo izquierdo vi el océano, y un pez. Mi grito se ahogó en el interior de la máscara de oxígeno. Ella soltó una carcajada que resonó en medio del caos. A estas alturas, el avión caía en picada.

Nos estrellamos. Cuando desperté, no me extrañó estar en una playa. Los sobrevivientes recuperaban equipajes que eran arrastrados hacia la arena por las olas del mar. Atardecía. La mujer con el extraño ojo vino a mí. Mira lo que tengo, me dijo. Al principio, no reconocí la maleta que no había sido mía hasta ese día, poco antes de subirme al avión. Pertenecía a un tal Manuel Avila.

Yo no me había percatado que la maleta tenía candado de seguridad. La mujer me instó a que ensayara una combinación, y, por burlarme de ella, puse 666 y la maleta se abrió. En el interior no había nada sobrenatural, salvo un mapache disecado que parecía una alucinación. Nuevamente creí estar soñando, pero al contrario de mi sueño, no me sentía capaz de despertar. La mujer me miraba con impaciencia, como esperando que yo comprendiese algo. Por un instante creí entender una verdad muy antigua, algo que el ser humano había olvidado en su evolución. Pero no pude concretarlo, porque un helicóptero de rescate bajó causando gran estruendo.

La imponderable mujer se perdió en la selva.




PD del 3 de octubre : debo decir que, antes que llegara el mapache, yo estuve mirando pinturas de John Baldessari en mi computador.