No deberás olvidar esa vez que soñaste que te ibas de vacaciones a Licán Ray, o a un pueblo muy parecido a Licán Ray. Y cuando todos se habían ido de vuelta a sus respectivos trabajos, facultades, carteles, etcétera, tú te subías a un skate y bajabas por una pendiente suave, en un barrio que nunca antes habías visitado, una suerte de getho en donde vivía la población afroamericana de Licán Ray. Y sin que tú te bajaras del skate y ni siquiera aminoraras la velocidad sólo un poco, en una esquina, un grupo de compadres te hacían trenzas a lo Jakim Olayuwon (no sabías cómo se escribía) y después tú veías tu reflejo en una vidriera. Y te impresionabas de lo mucho que habías podido cambiar.
Todo era una maravilla en esa bajada y en los momentos que seguían a esa bajada. Los árboles, que adornaban la calle a ambos extremos te eran familiares. Casi se podía decir que eras amigo de esos árboles, lo eras desde hace muchas décadas, desde hace siglos, acaso. Tratabas de pasar por el espacio entremedio de dos vástagos, pero eso ya es mucho detalle.
Todo era una maravilla en esa bajada y en los momentos que seguían a esa bajada. Los árboles, que adornaban la calle a ambos extremos te eran familiares. Casi se podía decir que eras amigo de esos árboles, lo eras desde hace muchas décadas, desde hace siglos, acaso. Tratabas de pasar por el espacio entremedio de dos vástagos, pero eso ya es mucho detalle.