martes, febrero 06, 2007

Guerra de la percepción

Escapar de la muerte, llevando algún secreto.

Resulta que estábamos en Osorno congelado, buscando pasajes para volver a Santiago a trabajar. Yo por lo menos, a trabajar. Situación que siempre se repite, variando los climas: otras veces fue en la playa con 30 grados de calor.

Habíamos rescatado una esfera de un agujero en el lago congelado donde se dejaba ver el agua. El trabajo en equipo lo hizo todo, puesto que yo me lancé de guata y Marco me controlaba por los pies, y luego Marco se lanzó para que lo controlara ese otro amigo imaginario, y finalmente pudimos llegar a la esfera sólo para comprobar que unos niños ya la habían rescatado. Vimos en la repetición la escena de los niños lanzándose sin ningún tapujo al lago congelado y rompiendo el quebradizo hielo, finalmente pudieron sobrevivir y hacerse con el misterioso objeto.

Estos días me matan (me fascinan). Estos años de espera me vuelven loco (me alucinan). He pensado que los viajes submarinos no tienen ningún significado en sí mismos, y que el significado les viene de haber arriesgado la vida en ellos. Y es verdad, ya no me asombra despertar en un sueño y volar por la pieza como una mariposilla viendo colecciones de objetos increíbles guardados en mi mente más pequeña, en mi mente de niño. Ver mis colecciones de avioncitos que ni siquiera fueron míos pero que vi en alguna casa y guardé con lujo de detalles en mi corazón.

Preguntamos y nos dijeron que fuéramos a ciertos lugares, unas casas como tugurios que casi se caían, atendidos por personas siniestras detrás de mesones infinitos, todo envejecido por la atmósfera mortal, y ahí no había pasajes, tuvimos que recorrer otra calle con nombre de prócer, perdidísimos en un Osorno maldito, quizás de otra época, y finalmente 2 señoritas amabilísimas me vendieron un pasaje para esa misma noche. Pensé que debería haber hecho como las niñas, que sin duda habían comprado su pasaje no más llegar a Osorno pensando en el regreso.

Ayer en el bus desperté sabiendo algo, un conocimiento se despertó de pronto. Pensé que en uno de aquellos vuelos, vería demasiado y dejaría los huesos. Antes supe que la muerte entraba por la percepción, y que las cosas se iban transformando ante nuestros ojos hasta que ya no había vuelta atrás, o quizás ninguna razón para regresar a este mundo. Los brujos en sus relatos describen visiones de profunda melancolía y dicen que eso es la inmensidad, de la que uno jamás vuelve. A menos que se produzca el hecho más inaudito: la sobrevivencia.

Sobrevivimos o perecemos.

Una vez que teníamos lo que queríamos, el pasaje para volver a Santiago, nuestras intenciones se volvieron más místicas. Una bruja en un sucucho nos mostró sus habilidades con un condimento especial, parecido al merquén, pero poderosísimo. Nubló el ambiente y lo llenó de poder. A la hora de salirnos de allí, una de nuestras amigas decidió que quería llevar un poco de ese plancton. La hechicera era astuta, y engañarla imposible, pero de todos modos con mi amigo nos aventuramos a la terrible empresa. En la sala contigua estaba la hechicera practicando sus técnicas, y nosotros revisábamos el contenido de 3 proverbiales frascos. En el tercero estaba lo que buscábamos, la misteriosa esencia roja. Vacié un puñado en mi palma y lo apreté, listo para escapar.

En la vida de un guerrero, hay años completos en los que no ocurre nada extraordinario. El espíritu no le presenta visiones que él no pueda soportar. En esos años, el guerrero disfruta inmensamente su particular destino. Esperando lo único que puede esperar: la muerte. Porque el guerrero no juega con imposibles. Y lo que le consume el alma es pensar en cómo va a reaccionar él frente a la muerte. ¿Sobrevivirá? Todo se trata de ese momento único, en que el guerrero medirá sus fuerzas. A ver si es capaz de no enloquecer, de mantenerse cuerdo aun viendo gusanos místicos.

Empezamos a huir por senderos ocultos, por pequeños hundimientos en la paja que marcaban un camino, con la hechicera pisándonos evidentemente los talones.

En una parte de esa eterna huida, 2 indios me salieron al encuentro para maniatarme. Golpeé el suelo gritando la palabra guerrero para que se asustaran. En otra parte, una bestia increíble, ni pantera ni tigre ni lobo ni buey, sino más que todos ellos y eterna, me acechó. No había forma de guardarla, sabía abrir los pestillos del auto y era implacable e inmisericordiosa. Al final, desperté, y en este mundo tengo distracciones que me salvan concienzudamente. ¿Tendré razón aquí para volver?

Al cabo de unos minutos de persecución, pudimos volver adonde estaba la hechicera, temiéndole menos. Nos contestaron que la operación del rojo narcótico, al cabo de unos minutos o años, terminaba dando una extraña confianza a quienes lo portaban. El temor como que se disipa.

Más de la fragancia era necesaria para salvar a nuestro queridísimo amigo rinoceronte, que se asfixiaba y se quemaba con ácido en la habitación vecina.