la locura va en aumento, desgraciadament-. La otra vez iba camino al trabajo y me llamaron desde un auto; la segnorita que bajaba su ventana querîa saber si por aquî se daban clases de espagnol. No respondî que sî pero tampoco que no, dar clases de espagnol me parecîa una buena excusa para ganar some money. Le dije que yo podîa hacer clases, pero que no tenîa programa y tendrîa que prepararlas. En un momento le dije "haremos lo siguiente:", pero no recuerdo quê le dije despuês. Yo miraba la carretera indistintamente y se veîa vacîa; por un instante tuve la sensaciôn de que mi cabeza descansaba en el pavimento. Mientras tanto yo hablaba para distraer a la segnorita. Sus rasgos eran bastante gordos pero se veîa ganosa; eso me ponîa en alerta.
Cerramos algûn trato y fuimos hasta la casa de uno de mis amigos. Allî yo descansê sobre la cama boca abajo. La tensiôn sexual era manifiesta y la gordita se tomô una pastilla de êxtasis o de alguna otra cosa que la dejô completamente ready; parecîa que era adicta a esa sustancia. Un segundo despuês estaba transformada en una mâquina sexual y se tira encima mîo, de guata. Reitero que yo estaba boca abajo. Al contacto de sus pechos con mis omôplatos sentî una cosquilla formidable ahî, que casi me hacîa perder el sentido. Sentî que me succionaban el alma; con mi mano tanteê en busca de esos senos, para comprobarlos: no sê exactamente quê querîa comprobar.
Profundicemos. En el aviôn, mi mamâ habîa tejido una wiracocha, o no me acuerdo cômo se llamaba: era una serpiente de gênero rellena que daba muchas vueltas. Al llegar a destino (era algûn lugar en Espagna) yo iba a mi reuniôn y allî estaban Fernando Paulsen y otros mâs. Hablamos de lo que tenîamos que hablar, todos sentados en un cîrculo en el suelo. Me acuerdo que en un par de momentos tuve que ponerme firme, pero no me acuerdo por quê; en todo caso la reuniôn fue positiva. Para despejar el terreno habîamos trabajado todos juntos, y ahora yo me daba cuenta que tenîa una piedra enterrada muy profundamente en mi palma, en donde nace mi dedo megnique; me la saquê y quedô la huella, como un molde en la piel. Ademâs, yo me habîa cortado accidentalmente en el dorso de la mano, tambiên en la base del mismo dedo, y mi dedo estaba ahora a punto de separarse del resto de la mano y me asustê muchîsimo. Paulsen declamaba que a êl tambiên le estaba pasando lo mismo. Mostrô su mano y era horrible, y horriblemente complejo; prefiero no intentar describirlo.
Mâs lejos, aun mâs lejos. Lo que voy a contar ahora parece casi una pelîcula, pero sucediô. Con mi amigo Quentin volvîamos a la cabagna en donde estâbamos vacacionando un grupo de amigos pero ya se habîan ido todos; cuando entramos, sin embargo, encontramos al Socio. La ûnica explicaciôn posible para nosotros, tal vez por efecto de las extragnas circuntancias que acabâbamos de vivir (eso lo contarê en otro capîtulo), era que ese Socio venîa del futuro; no se lo dijimos a êl, pero lo seguimos hasta una cabagna vecina en donde encontramos a su novia, la Vane. En fin, luego llegaron Carlitos y Renato, tambiên del futuro, a liquidarnos a mî y a Quentin, por causas que aûn no habîan ocurrido. Con Quentin recordamos o supimos que aquello era el eterno retorno (la famosa alegorîa de Nietzsche), y que nuestros amigos sôlo cumplîan un mandato predefinido; algo para mantener coherencia con las repeticiones pasadas. Quentin supo que siempre caerîa en esa misma trampa a menos que recordara algo en la prôxima repeticiôn, algo fuera de lugar, y se puso a repetir un trabalenguas. Era obvio que ese trabalenguas ya lo habîa repetido infinitas veces, es decir en todas las repeticiones anteriores, pero el Quentin de todas formas tenîa la esperanza de cambiar su destino. En fin, nos fuimos caminando por la pampa rumbo al cadalzo, amanecîa, ellos eran 3 (Carlitos, Renato y el Socio) y nosotros 2; recuerdo la cara de furia del Quentin repitiendo el trabalenguas maldito: Pablito clavô un clavito, etcêtera.
Es imposible despertar, he llegado demasiado lejos. Tengo razones para creer que este mundo no es el mundo en el que me acostê a dormir; la ventana estâ entreabierta, suena demasiado fuerte la mûsica de Devendra Banhart que escucho cuando camino a la pega. Falta un pedazo de muro que conecta la ventana con el resto de la casa. Tengo ante mis ojos un manuscrito precioso, lleno de frases onîricas que se perderân para siempre si no las escribo; el acto de buscar las letras en el teclado me hace perder de vista el manuscrito, por mâs que gasto toda mi energîa en todo ello. Si el teclado tuviera una tecla por cada palabra del lenguaje y no por cada letra, la cosa serîa distinta.
La Alita se ofrece para transcribir mis historias y yo sôlo tengo que contârselas, pero se desmotiva cuando le digo cômo parte todo: "esto es sôlo un suegno".