viernes, septiembre 30, 2011

la reina de la isla

ahora que ya terminé esa estatuilla de barro y la puse dentro del horno me siento el hombre más perfecto, judas, el agujero negro que devora el cosmos, la reina de la isla. Nadie puede reprocharme nada porque cuando la estatuilla se cueza será de oro, y lo que es peor (para todos ustedes), se podrá dar inicio al ritual.
Sólo yo estoy conciente de lo que está pasando.
En estos momentos de hidalguía puedo decir que la felicidad proviene de no pensar demasiado en si lo que uno está haciendo está bien, o está mal. La felicidad viene de no someter la propia acción a un escrutinio mental. Pero la verdad, este tipo de verdades, nobles por así decirlo, no me competen en lo absoluto. Ellas no son mi medio de lucha.
Mi medio de lucha es la artesanía y la estatua adentro del horno es y será la prueba fehaciente del poder de mi espalda.
Los perros han comenzado a ladrar hace dos días.
Prepárense para una lluvia de meteoritos en dos horas más. Vayan amarrándose los pantalones con rieles.


En efecto, si me preguntan con quién estoy de acuerdo, yo diría que con los dos. Lo único que me parece malo es su renuencia a ponerse de acuerdo, créanme, si Matamoros y el Sombra se pusieran de acuerdo, podrían hacer cosas inimaginables.
Qué conciliador, dirán algunos. Pues sí, soy conciliador, qué hay de malo en ello; hasta cuándo las buenas opiniones son las conflictivas, las que polarizan, por qué una opinión va a ser buena sólo si es egoísta y triunfal.
Ser conciliador es una cosa buena, yo lo tomo como un cumplido cuando me dicen "pero qué conciliador".
Y también: hasta cuándo de andar opinando tanto sobre todo.
Yo nunca doy mi opinión a menos que me la pidan. Pero cuando me la piden, la doy y no dejo títere con cabeza conchetumadre.