Yo no tengo miedo de caminar por los
campos de otro planeta (vayan entendiendo el “ritmo” de
esta narración), porque vengo de Sudamérica. En Bolivia pueden
ocurrir las cosas más extrañas. Por ejemplo, puede ocurrir estar en
dos lugares al mismo tiempo. Yo no quiero asustarlos, pero la selva
allá está loca. Loca de remate. Uno de esos dos lugares puede ser
en este mundo; el otro, tal vez. El concepto de realidad es distinto
desde que el avión aterriza en Santiago o desde que el barco atraca
en Valparaíso. El concepto de realidad es otro en esas tierras.
Igual como el concepto de la realidad es distinto en India y en
Europa. Muchas cosas pasan en la casa, pero muchas más pasan en la
playa.
Para el sudamericano, puesto que la
selva allá despide algo que se mete por las narices, el individuo no
es como un objeto que pisa este terruño. El individuo es el universo
y una multitud de mundos habitan en él (en él o en ella). A través
de tensar el ojo como quien tensa una cuerda, el individuo
sudamericano puede atravesar una serie de planetas y llegar a donde
nadie nunca ha ido. Yo no tengo miedo de ir a un planeta en donde
ningún ser humano ha puesto el pie jamás. A mí, me protege una
entidad que vive en la selva y que atraviesa selvas y selvas a lo
largo de todo cuanto se pueda llamar el universo.
Esa es nuestra verdadera identidad como
sudamericanos. El mestizo español americano ha desarrollado una
crisis de identidad y ha manifestado que esa crisis es su
identidad. Hemos vendido esta imagen a diestra y siniestra y los
europeos nos creen eso, nos creen problemática histórica de los
últimos 5 siglos. No es así. Nuestra verdadera esencia viene de
antes que el colonizador pusiera un pie en las costas del mar Caribe.
Es esta certeza de que hoy, esta misma noche, viajaremos a donde la
estrella que palpita allá en el cielo traza y alberga sus senderos
más recónditos. Es la certeza de que somos una multitud de células que
flotan en una tempestad, y que esa tempestad adopta a cada instante
la apariencia de un mundo. Esa es nuestra verdad. No lo digo sin que
un escalofrío recorra mi espalda.