tú sabes en dónde vas a caer si corres persiguiendo a ese conejo, te lo dice la canción de Jefferson Airplane que escuchas en este mismo instante (la radio se quedó encendida y tú te quedaste dormida), leíste el libro de C.S.Lewis, viste la película de Disney y la nueva que no era tan buena de Tim Burton, te haces llamar Alicia en tu página de facebook y aún así corres detrás de ese conejo sabiendo lo que te va a suceder.
Y no tienes miedo, sabes. Sabes que, pese a todo, sumergirte en ese pozo es lo que te ha traído la mejor felicidad, mejor que cuando conociste a ese activista ruso en Sri Lanka y te enamoraste de él, te fuiste a su habitación de hotel y pasaron juntos la noche, hablaron hasta el amanecer y después por el chat de gmail, los meses siguientes, siguieron hablando de amaneceres juntos en Roma o en alguna playa del Caribe; mejor que todo eso y que las mejores historias de tu adolescencia, cuando ese niño de mejillas rosadas te desvistió sin saber lo que hacía, lleno del ímpetu de su ignorancia suprema, y tú te sentiste tan despojada de tu dignidad y eso te hizo sentir bien; mejor que todo eso, mejor que la vida.
Por eso corres hacia ese pozo un tanto ida, conciente de que te engañas, de que ese conejo blanco portando un reloj con vida es sólo una excusa, un anzuelo que ya conoces y que morderías sin problemas por una enésima vez, o un anzuelo del cual ya podrías prescindir, y arrojarte tú sola en ese antiguo mar al que te atrae y te atrae disfrazado de conejo blanco de andar un tanto destartalado.
Llegas a ese claro del bosque y sabes que estás ahí. Te sientas en un tronco. El cielo contorneado por las copas de los árboles es de un color azul intenso, como en el momento más solitario de la noche. Tiempo, era todo lo que necesitabas. Ser y un poco de tiempo.
Y no tienes miedo, sabes. Sabes que, pese a todo, sumergirte en ese pozo es lo que te ha traído la mejor felicidad, mejor que cuando conociste a ese activista ruso en Sri Lanka y te enamoraste de él, te fuiste a su habitación de hotel y pasaron juntos la noche, hablaron hasta el amanecer y después por el chat de gmail, los meses siguientes, siguieron hablando de amaneceres juntos en Roma o en alguna playa del Caribe; mejor que todo eso y que las mejores historias de tu adolescencia, cuando ese niño de mejillas rosadas te desvistió sin saber lo que hacía, lleno del ímpetu de su ignorancia suprema, y tú te sentiste tan despojada de tu dignidad y eso te hizo sentir bien; mejor que todo eso, mejor que la vida.
Por eso corres hacia ese pozo un tanto ida, conciente de que te engañas, de que ese conejo blanco portando un reloj con vida es sólo una excusa, un anzuelo que ya conoces y que morderías sin problemas por una enésima vez, o un anzuelo del cual ya podrías prescindir, y arrojarte tú sola en ese antiguo mar al que te atrae y te atrae disfrazado de conejo blanco de andar un tanto destartalado.
Llegas a ese claro del bosque y sabes que estás ahí. Te sientas en un tronco. El cielo contorneado por las copas de los árboles es de un color azul intenso, como en el momento más solitario de la noche. Tiempo, era todo lo que necesitabas. Ser y un poco de tiempo.