sábado, octubre 29, 2011

Temuco

íbamos hablando de bares cuando vimos la anaconda.
Un compañero mío de la universidad al que acababa de conocer este año (la historia es más larga, y es mala) había vivido en Temuco. Yo también (yo puedo decir que soy de Temuco) pero no sé por qué trataba de demostrarlo como si se tratara de una mentira. Ahora que lo pienso, ya ni sé si viví en Temuco alguna vez. Pero objetivamente sí, hay papeles y fotos que lo respaldan (debe haber, yo no tengo nada).
En fin.
Este amigo nuevo es bueno para el carrete por lo tanto conocía muchos lugares para ir a huevear allá en Temuco. Me empezó a nombrar. Yo no salgo mucho, y era chico cuando vivía en Temuco, la mayoría de los lugares los conocía sólo de nombre, y no podía decir si eran buenos o no realmente; podía decir la opinión general, de la cual sí estaba al tanto (Carlitos Oberg me daba la pauta, de esto hace años ya, qué recuerdos añejos). Entonces iba como siguiéndole la corriente a este loco. Al parecer él sí iba disfrutando la conversa. Sin duda lo había pasado bien en esas salidas nocturnas. Se le iluminaban los ojos, se llenaba de vida y entusiasmo. Íbamos caminando por la jungla, debo aclarar. Yo igual iba disfrutando de la conversa, no se malentienda.
En fin.
No éramos los únicos en esta expedición, más atrás venía más gente. No sé bien los detalles, no recuerdo mucho, yo iba eenvuelto en toda esta parafernalia psicodélica que ataca en la jungla. Soga del alma, carne de los dioses, la planta que hace que los ojos se maravillen, para qué les voy a seguir contando.
En fin.
De repente con mi amigo vemos una serpiente enrollada a unos cuantos metros> al pie de un árbol, verde como la maleza, enrollada y sentada sobre sí misma como un gran neumático con cabeza verde. Esa fue la imagen que me provocó al principio.
Debo decir que esta historia no termina bien.
La verdad es que estábamos tan cerca de la bestia, y tan concientes los dos de que una  a n a c o n d a  puede desplegarse poco menos que a la velocidad del rayo -en fin, entendimos que íbamos a morir. Lo primero que uno piensa en estos casos es "me llegó la hora". No había manera de escapar de la mordida de la yegua (por llamarla de alguna forma) pero igual los dos corrimos. Los demás, que venían lejos, también advirtieron el peligro, pero la anaconda los ignoró y se fue directamente sobre nosotros.
Me parecía increíble que la última conversación que había tenido en esta tierra era sobre nombres de bares.
Evidentemente no morí, puesto que estoy relatando esta experiencia. Pero, si algo aprendí de este viaje a la jungla, fue que seguramente me hallaré hablando insensateces, cosas estúpidas y mundanas y no dando grandes discursos, cuando finalmente me llegue la hora de verdad.
Y no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Mi última conversación sobre esta tierra será muy estúpida.
Y lo acepté parece.