...estábamos en el patio tomándonos unos helados con el juglar. En eso el juglar dijo un verso y yo dije "es una crítica". Más bien creo que lo pregunté, pero el juglar se había ido con sus amigos más allá. Yo no quise ir y me quedé jugando con el pasto.
Al poco rato el juglar se acercó y con su sonrisa siempre magnánima me informó que sus amigos tenían leche. "Recién llegada de la frontera", me dijo. Fuimos a la pieza de uno de ellos -en el trayecto por supuesto los saludé con un apretón de manos. Eran dos. Entramos a la pieza y el amigo que era el dueño de casa abrió el refrigerador. No quiero exagerar, pero un resplandor blancuzco invadió toda la habitación. "Cierra luego", lo retó el otro. "Nos van a venir a descubrir".
"Venir a descubrir", pensé yo (de verdad entrecomillé la idea en mi mente); debía ser un dialecto nuevo o una forma chora de hablar. Me perdí un poco mientras el dueño de casa explicaba que no era nada, que había instalado un foco de 900 watts en su refri para lograr ese efecto. Que no era la leche que estuviera tan buena. Estaba igual buena, pero en fin.
Nos tomamos la leche como si fuera la naranja mecánica. Por supuesto los primeros sorbos nos causaron miradas entre nosotros y risas. La leche de la risa toma unos diez minutos en hacer efecto, pero nosotros a los 5 nos creíamos reyes. Hablábamos como si fuéramos los más bacanes de toda la universidad, sabiendo que (una crítica) todos eran tan pencas como nosotros. La pretensión de ser bacán era sólo una manera unificada de ser, de mostrarse en el patio de economía, etc. Pasé parece varios minutos divagando sobre esto último en paralelo, mientras con la otra mitad de mi concentración conversaba. Pero de pronto la teorización sobre la bacanidad y el ser lo ocupó todo y me fui de la conversación. Volví con un "pero para qué quieres ese foco en el refri", algo que por supuesto no tenía nada que ver con lo que ellos estaban hablando.
El amigo dueño de casa explicó que, en su momento, había querido saber si la luz del refri seguía encendida cuando uno cerraba la puerta, algo que a todos, desde luego, nos interpeló cuando chicos; y que luego de mucho darle vueltas al asunto decidió que meter un foco de alta potencia podía ayudarle a resolver el misterio. En seguida volvieron a lo que ellos estaban hablando antes que yo interrumpiera, y yo volví a pensar en el foco y en el refri y en mí. Es obvio que la luz se apaga cuando la puerta se cierra, pero nadie lo ha visto con sus ojos. Con la puerta abierta, uno presiona sobre un botón que está en el eje de la puerta, no? y la luz se apaga; uno entiende que la puerta presionará ese mismo botón al cerrarse y que la luz se apagará. "Pero nadie lo ha visto con sus ojos", interrumpí nuevamente.
El juglar y sus amigos decidieron que ya no se podía seguir haciéndome caso; luego de mirarme un segundo siguieron hablando. A mí la leche me causa un efecto dramático, pienso que es más que en el resto de personas. No sé por que no soy capaz de seguir cualquier idea que no sea mía cuando estoy intoxicado con leche. No hay que tomar leche, eso sería lo mejor. Salí de la pieza sin decirle palabra a nadie, ellos parecieron comprender que era mejor dejarme porque nadie me siguió, o si me siguieron no fueron capaces de encontrarme. Subí en piloto automático las escaleras rumbo a la pieza de la española. Quería saber su nombre, era importante para lo que iba a pasar después. Me encontraba en un estado visionario.
Las arañas trepaban por sus telarañas al mismo tiempo que yo subía, siguiéndome o haciéndome compañía. Se venía algo bueno, sin duda.
Al poco rato el juglar se acercó y con su sonrisa siempre magnánima me informó que sus amigos tenían leche. "Recién llegada de la frontera", me dijo. Fuimos a la pieza de uno de ellos -en el trayecto por supuesto los saludé con un apretón de manos. Eran dos. Entramos a la pieza y el amigo que era el dueño de casa abrió el refrigerador. No quiero exagerar, pero un resplandor blancuzco invadió toda la habitación. "Cierra luego", lo retó el otro. "Nos van a venir a descubrir".
"Venir a descubrir", pensé yo (de verdad entrecomillé la idea en mi mente); debía ser un dialecto nuevo o una forma chora de hablar. Me perdí un poco mientras el dueño de casa explicaba que no era nada, que había instalado un foco de 900 watts en su refri para lograr ese efecto. Que no era la leche que estuviera tan buena. Estaba igual buena, pero en fin.
Nos tomamos la leche como si fuera la naranja mecánica. Por supuesto los primeros sorbos nos causaron miradas entre nosotros y risas. La leche de la risa toma unos diez minutos en hacer efecto, pero nosotros a los 5 nos creíamos reyes. Hablábamos como si fuéramos los más bacanes de toda la universidad, sabiendo que (una crítica) todos eran tan pencas como nosotros. La pretensión de ser bacán era sólo una manera unificada de ser, de mostrarse en el patio de economía, etc. Pasé parece varios minutos divagando sobre esto último en paralelo, mientras con la otra mitad de mi concentración conversaba. Pero de pronto la teorización sobre la bacanidad y el ser lo ocupó todo y me fui de la conversación. Volví con un "pero para qué quieres ese foco en el refri", algo que por supuesto no tenía nada que ver con lo que ellos estaban hablando.
El amigo dueño de casa explicó que, en su momento, había querido saber si la luz del refri seguía encendida cuando uno cerraba la puerta, algo que a todos, desde luego, nos interpeló cuando chicos; y que luego de mucho darle vueltas al asunto decidió que meter un foco de alta potencia podía ayudarle a resolver el misterio. En seguida volvieron a lo que ellos estaban hablando antes que yo interrumpiera, y yo volví a pensar en el foco y en el refri y en mí. Es obvio que la luz se apaga cuando la puerta se cierra, pero nadie lo ha visto con sus ojos. Con la puerta abierta, uno presiona sobre un botón que está en el eje de la puerta, no? y la luz se apaga; uno entiende que la puerta presionará ese mismo botón al cerrarse y que la luz se apagará. "Pero nadie lo ha visto con sus ojos", interrumpí nuevamente.
El juglar y sus amigos decidieron que ya no se podía seguir haciéndome caso; luego de mirarme un segundo siguieron hablando. A mí la leche me causa un efecto dramático, pienso que es más que en el resto de personas. No sé por que no soy capaz de seguir cualquier idea que no sea mía cuando estoy intoxicado con leche. No hay que tomar leche, eso sería lo mejor. Salí de la pieza sin decirle palabra a nadie, ellos parecieron comprender que era mejor dejarme porque nadie me siguió, o si me siguieron no fueron capaces de encontrarme. Subí en piloto automático las escaleras rumbo a la pieza de la española. Quería saber su nombre, era importante para lo que iba a pasar después. Me encontraba en un estado visionario.
Las arañas trepaban por sus telarañas al mismo tiempo que yo subía, siguiéndome o haciéndome compañía. Se venía algo bueno, sin duda.