Sería poco menos que estúpido no incluir en mis memorias el episodio en que tanto la Feña como Audrey padecían el mal del tordo. Cada cierto tiempo les venía la huevada, podía ser una vez al año, podía ser cada dos años; o podía ser tres veces al año ... ¿me explico? Esa tarde de la que me estoy acordando justo les vino el ataque a las dos, y estaban en mi casa. La Feña sabía que se venía (podía sentirlo) y se preparó para afrontarlo. Compró varias láminas de salmón chileno, las untó con un jugo especial y se las fue comiendo una tras otra. Audrey hizo lo mismo. El salmón contenía un compuesto (¿ácido graso?) que ayudaba a los músculos a soportar los terribles espasmos que caracterizan al mal del tordo. Luego el ataque empezó.
Audrey lo llevaba mejor que la Feña, a pesar de que tenía menos experiencia. La Feña le dijo que podía vomitar si quería, puesto que ella misma iba a vomitar en ese momento por el dolor. Audrey no quería vomitar, y aclaró que sólo lo haría en caso que lo sintiera y no por solidaridad con la Feña; ésta se fue de guajardo en un rincón del living comedor. Luego Audrey sacó un estetoscopio de no sé dónde y me pidió que la examinara. Yo no soy ningún doctor, y creí que Audrey me estaba seduciendo, puesto que ella misma ponía la cabeza del estetoscopio en el interior de su malla, en la zona genital. Yo tenía calzado el estetoscopio en las sienes. Algo azorado (quizás erecto) me acerqué a la Feña por detrás y comencé a masajearle los hombros, a besarle la cabeza tímidamente. No estaba seguro de lo que estaba haciendo; sentí que me aprovechaba de su estado. La Feña no me detuvo. A todo esto Audrey seguía jugando con el estetoscopio conectado a mis sienes, se masturbaba. En un momento la Feña dijo, "Mátenme ya."
Yo traté de consolarla, le dije que ella era capaz de aguantarlo, y le recordé que ya había pasado muchas veces por ese trance, resultando victoriosa. Ella me dijo que nunca había sido tan malo como ahora. El mal del tordo se caracteriza por un dolor físico sin límites.
Audrey lo llevaba mejor que la Feña, a pesar de que tenía menos experiencia. La Feña le dijo que podía vomitar si quería, puesto que ella misma iba a vomitar en ese momento por el dolor. Audrey no quería vomitar, y aclaró que sólo lo haría en caso que lo sintiera y no por solidaridad con la Feña; ésta se fue de guajardo en un rincón del living comedor. Luego Audrey sacó un estetoscopio de no sé dónde y me pidió que la examinara. Yo no soy ningún doctor, y creí que Audrey me estaba seduciendo, puesto que ella misma ponía la cabeza del estetoscopio en el interior de su malla, en la zona genital. Yo tenía calzado el estetoscopio en las sienes. Algo azorado (quizás erecto) me acerqué a la Feña por detrás y comencé a masajearle los hombros, a besarle la cabeza tímidamente. No estaba seguro de lo que estaba haciendo; sentí que me aprovechaba de su estado. La Feña no me detuvo. A todo esto Audrey seguía jugando con el estetoscopio conectado a mis sienes, se masturbaba. En un momento la Feña dijo, "Mátenme ya."
Yo traté de consolarla, le dije que ella era capaz de aguantarlo, y le recordé que ya había pasado muchas veces por ese trance, resultando victoriosa. Ella me dijo que nunca había sido tan malo como ahora. El mal del tordo se caracteriza por un dolor físico sin límites.