cuando me quedé solo caminé hasta un árbol medio inclinado que había en el centro del patio. No era difícil subir la suave pendiente de su tronco para llegar a un islote de tierra un poco más alta que había amontonada allí. Observé las tierras bajas y vi llegar un perro todo demacrado, medio muerto, que se tumbó a las faldas de mi islote. Luego llegaron dos perros más, un boxer y un bulldog, y un gato francamente desagradable. El gato era lo más parecido a un estropajo. No podía soportar la idea de que se trepara a mi islote. Creo que enloquecí y pedí ayuda. Los otros volvieron, y me encontraron en el paroxismo de aquella encrucijada, una palabra que yo no sabía bien cómo usar. Creo que se deshicieron del gato, pero no estoy muy seguro de nada a causa de mi embargo.