debo decirlo, aunque suene ridículo y repugnante: yo escucho acordes de piano que no vienen de ningún piano en la tierra.
Ayer escuché uno y era el diablo; no era el diablo tocándolo, era el diablo disfrazado de ese acorde; no le hice la lucha, lo dejé acercarse. El diablo primero era mi mamá, luego era mi papá, luego era yo o alguna otra versión de mí. No sé, nos miramos a la cara prácticamente, pero fue atroz. Casi se me salen los nervios. Después, hice el truco de girar los ojos, pero sólo los ojos, se explica así: cuando uno quiere librarse de alguien, no saca nada con gritarle, uno no tiene que enfurecerse; no tiene que forzar demasiado los músculos. Todo lo contrario, hay que aprender a relajarse del ombligo para arriba. Así, cuando uno quiere librarse de otra persona, a lo único que atina es a mover los ojos, los ojos hacen todo el trabajo.
Mover los ojos es mover todo el cuerpo de alguna manera. Así que ya saben.
Ciertas decisiones muy poderosas hacen mover los ojos.