Pero igual estamos acá en esta casa, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato.
A mí me está apretando lejos, al otro lado de esa loma que se ve por allá, donde hay tigres, en esa casucha fea que hecha humo en forma de señales a los indios que viven más arriba; me está apretando en la zona de la muerte, adonde enterraron a ese caballo que apareció sin cabeza, pero que venía caminando; allá me está apretando el zapato con todas las fuerzas.
Si me saco los zapatos es porque las cosas no han andado bien, salvo por 12 segundos en los últimos 3 días; esos segundos duran más; esos segundos están repartidos en los últimos 3 días de manera… al azar; en esos segundos he visto que mi vida ha valido la pena, luego desaparecen sin dejar rastro y las cosas no han andado bien.
Tanta indiferencia me ha pasado la cuenta.
La gente recuerda las cosas hasta que se le olvidan, pero ni yo ni la mary vamos a poder olvidar nunca ese instante en que nos dimos el abrazo de Maipú versión 2 (referencias históricas chilenas, nada de qué alarmarse, tranquilos, fans internacionales). Yo cuando me paré no estaba seguro si iba a darle el abrazo, pero tenía la intención y yo creo que ella se dio cuenta o lo detectó de alguna manera en mi torpeza. Abrió los brazos y esa es señal inequívoca de que se viene un abrazo; pero yo me imagino ahora cómo habría sido dejarla con los brazos abiertos, dar media vuelta y salir. Seguramente ella habría hecho buuu, porque había más gente en la pieza. Ella habría comenzado a estirarse.