…y eso que todavía no he hablado de los gatos con cabeza de gallina, resulta que yo había recuperado un perro súper bravo y lo llevaba de vuelta para la casa del que debía ser su amo. Era difícil recorrer ese camino lleno de peñazcos que se desarmaban cuando uno pisaba en ellos; pequeños desprendimientos de tierra que iban a alimentar el acantilado; el perro se las arreglaba bien para seguir mi paso.
No sé cómo llegamos a terreno nivelado y más boscoso, a la casa de este guardaparques que se suponía era el dueño del perro. El perro ya no me hacía caso y tuve que tomar una sábana para atraerlo, el perro mordió la sábana de un extremo y yo del otro lo fui tironeando hasta hacerlo entrar en la pequeña cabaña. Sí, la puerta estaba abierta y vi al guardaparques acostado de espaldas volver a incorporarse para quedar sentado en su lecho.
Me las arreglé para meter el perro para dentro y me fui. El guardaparques habló desde adentro; el perro era suyo, sí, pero por alguna razón no lo quería adentro de su casa. Dijo que yo debería de haber esperado a que él se levantara para devolverle el perro propiamente. Vi que al otro lado de la pequeña cerca estaba el camino y había un animal muy raro, especie de felino con cabeza de ave. A su lado apareció otro especimen similar, pero comenzaron a batirse. La pelea no tardó en llegar del lado de la cerca en que me encontraba yo.
El camino que se adentraba en la espesura estaba libre y yo quise huir a través de él, pero algo me sujetaba por el brazo. Eran las ramas de un árbol que se habían enredado formando una prisión; entendí en ese momento que algo raro estaba pasando.