domingo, junio 07, 2015

la venganza de las arañas

soñé que Natacha me hacía los puntos. Fue una experiencia agradable, pero yo hubiera preferido que fuera Natasha con sh la que me los hiciera. O Natasha con y griega y un punto arriba de la y griega. A esas alturas del sueño yo compraba todo. Me levanté al baño y vi una araña del porte de un buque, como el penal que le habían hecho a Pogba. Si la mataba, su amiga me vendría a buscar en medio de la noche. Eso me había dicho María horas atrás. Estábamos en su casa comentando el miedo a las arañas. El miedo a los bichos en general. María confesó que su tía le había dicho esa mentira terrible cuando ella era una niña. En sus ojos se notaba que todavía lo creía, que la niña en ella no había muerto. A pesar que esa niña ahora botaba el humo del porro mientras nos contaba esa anécdota a mí y a Jarlón. Jarlón era el que más la disfrutaba. Yo sentía que era parte de un secreto profundo y no ahondaba más. Jarlón, horas después, le preguntaría a María qué era lo que ella había dicho a principios de la soiré, a propósito de una araña. Y María le repetiría que cuando tú matas a una araña, su amiga te viene a buscar.

Natacha me enviaba muchos mensajes de texto. Me decía que me iba a venir a ver, que nos juntáramos a estudiar. Por teléfono me decía que nos teníamos que juntar a hacer un trabajo. Para la asignatura de historia, y estábamos en el mismo grupo. La profesora nos había dicho que teníamos que trabajar juntos. Y horas más tarde, o segundos, Natacha me enviaba un texto diciendo que no iba a poder ser, parece, por el tiempo. El tiempo estaba muy malo. Yo estaba en la casa de mi tío, acababa de comer carne (rompiendo mi vegetarianismo de varios años). Era el departamento de mi tío más bien, en donde los amplios ventanales dejaban ver un Santiago sumido en un diluvio.

Sabrina nos había invitado a tomar onces (esto en la vida real) con pan de yuca a su casa. Yo llegaba temprano, pero todos los demás llegaban mucho más tarde. Y cuando ellos llegaban, yo ya me tenía que ir a lo de María. Me tenía que juntar con el Alvaro a las 6 y media para irnos a la casa de María en Elne. Y anoche, en el sueño, me pasaba algo muy parecido. Nos íbamos a ver una película al cine en este Santiago sumido en el diluvio. Santiago era una ciudad extraña y familiar al mismo tiempo. En el cine, a mitad de la película yo me percataba que iba a perder mi avión. Y tenía que salirme de la sala, ir a despedirme de Sabrina y las chicas que estaban sentadas más adelante. Y salía a un Santiago hostil, desconocido. Trataba de ubicarme, entender el plano del metro. Tenía que llegar al aeropuerto.