miércoles, septiembre 20, 2006

De sentimientos gigantes.

Es fácil recuperar la cordura. Es fácil perderla y recuperarla en una canción desconocida. Es fácil caerse a una ventisca, y cerrar los ojos. Por lo que valgo yo, es fácil abandonarse a un río de sentimientos, campanas, ruidos de pasos que vienen entrando.
Es preciso pernoctar con los ojos abiertos. Levantar el vuelo en la madrugada. Anochecerse en un resquicio del invierno, como el planeta. Suelo ser a veces como dicen que son los vientos. Suelo levantarme de noche y mirar por las ventanas. Suelo calcular el impacto del salto desde el segundo piso. Sentimientos, sentimientos gigantes.
Somos todos viajeros en este viaje extravagante. Somos cuchillos para rasgar la noche. La capa mínima. Somos alas relampagueantes. Somos el vuelo desconsolado del atardecer.
Nos reina una atmósfera selvática. Nos amamanta un viento del despoblado. Una pampa que se agita bajo las estrellas y los ojos de los tunantes, a caballo, al viento.
Al que me diga lo contrario, le pongo una puñalada en el corazón de la madre tierra. Al que me diga lo contrario, le enseño con un gesto el acontecer de las mañanas. Le giro la cabeza para que mire las sombras de las nubes y cómo éstas viajan raudas. Me pongo a cantar un lamento gitano en sus narices, en su propia casa. Voy y le muestro los dientes perlados y que no soy un humano.
Me saco el corazón y lo levanto en la palma de mi mano para que coma el murciélago que está colgado de mi techo. Nunca había visto a una mariposa nocturna tan grande (debe medir unos 5 centímetros), y está apoyada en mi ventana, en mi vida que pasa.