miércoles, marzo 21, 2012

Cumbia

Como los policías estaban allí día y noche y ya sabían quién era yo, no me quedaba otra que saludarlos cada vez que salía en la mañana y llegaba en la tarde. El gordo calvo parecía el más cercano a mí, y por lo menos me miraba mientras los otros seguían anotando en sus libretas o tomando huellas. Yo ya había perdido todo interés en el asunto, y mejor dicho me molestaba la actividad constante en el piso. Habían llevado una radio y ponían música pachangera todo el santo día. Yo subía mi propia música para no tener que escuchar la de ellos, a pesar que, no se crean, a mí me gusta la cumbia, sólo que no puedo soportarla a ciertas horas del día y bajo ciertos estados de ánimo (así como bajo los efectos de ciertas drogas).

Un día decidí romper la rutina y pregunté en qué estaba el asunto. "Ah, al fin se interesa". "Sí", dije yo, "es que quiero saber cuánto tiempo más van a seguir acá". La hostilidad no era mi fuerte. El policía gordo y calvo sólo se sonrió. "Estamos determinando la ruta de los cometas", dijo uno cualquiera sin apartar los ojos de su tablet. "¿Cometas?".

Me acerqué y penetré, una vez más, la escena del crimen. El cuadro en la pared, o, para dejar de lado las metáforas, aquel desparramo de sesos y pedazos de cráneo pegados al muro, había adquirido profundidad. Ahora era 3D.

"Imposible". "Sí", me dijo uno de los policías, "pero ahí está. Hemos traído a científicos de todas las universidades para que puedan estudiarlo". "¿Eso es real?".

No tenía sentido. No tenía ningún sentido. La energía de ese hombre, un suicida, aun después de muerto, seguía transformando las cosas. Fue la única explicación que se me ocurrió. Sentí una mano posarse en mi hombro.

"¿Usted lo conocía?", dijo la voz del policía gordo. "Parece", dije yo, sin dejar de mirar el agujero, con forma de un universo, que se había abierto en la pared y que arrastraba hacia su interior muchos de mis prejuicios.