miércoles, marzo 21, 2012

Justice

El cuartel de policía olía raro.

"Debe ser el olor de la justicia", pensé mientras atravesaba los paneles rumbo a la oficina del detective Matos. Estaba con suspensores y giraba en su silla con rueditas. Al verme, él y varios policías dejaron de hacer lo que estaban haciendo.

"Ah, es el vecino del muerto".

"Basta", dije yo. "Sé perfectamente lo que está pasando y quiénes son ustedes. ¿Qué quieren de mí?" Se miraron como ofendidos, aunque yo sabía que estaban actuando. Estaban representando pésimamente su papel. El detective Matos pareció recuperar una expresión afectada, propia de un buen actor. "Así que lo sabe todo, bueno", me dijo, "me alegro por usted". Luego me miró como esperando que yo dijera algo. "¿No me va a ayudar?", le dije al fin. "¿Qué gracia tendría si lo hiciera?" Me fui de allí, sintiendo sus miradas en la espalda.

En la calle hacía frío. No era la misma calle de la que yo había salido minutos atrás. Me subí las solapas de la chaqueta y enfilé rumbo al sur, hacia el centro. Qué clima era ese en pleno marzo, abril casi. En esa latitud debía de hacer calor todo el año, era una de las razones por las que me había venido para acá. Vendí mi casa en el norte para instalarme en el sur, cerca del mar. Parecía una historia repetida, contada mil veces por mil sujetos antes que yo.

Me instalé en un café desde donde se veía el palacio de justicia. Era un edificio grande antiguo con un reloj, símbolo de nuestra ciudad. En las postales que les vendían a los turistas en la avenida del mar, en algunas estaba. Para mí, ahora, ese edificio era la clave de todo, mi oportunidad de escapar. Cómo colarme en él, como un acusado más, y recibir mi condena por atentar contra mi propia vida. Culpable de suicidio. Bastaba que el juez, con cabeza de gallina, pegara el martillazo contra esa suerte de posavaso que tienen ahí, para que todo se acabara.

Todo se acabara, sí. Todo se iba a acabar, la desintegración sería total, no más juegos post-mortem. Esta vez sí desaparecería del tiempo, nada de constelaciones guardadas en el cajón. Tenía que prometerme que lo iba a abandonar todo, sin subterfugios. La muerte era una cosa linda, parte de la vida, al menos. Un misterio insondable, pero tan natural, que todos lo íbamos a tener que descifrar algún día. Yo estaba tan cerca, en el mismo borde, sólo tenía que dar un paso más. Pero ese paso era el más difícil de todos.

Tenía que elaborar un plan para demostrar que yo era el que se había volado los sesos, que el autor de ese cuadro dotado de existencia era yo. Ese plan tenía que ser tal que yo no fuera conciente de estarlo ejecutando. Engañarme a mí mismo, ya lo había hecho antes. Los policías se hacían los de la chacra, tenían que haberme arrestado desde el primer momento. Por qué me dejaban en esa esfera pequeña, ni chicha ni limoná. Eran como los dioses, de verdad en esta partida los policías eran como los dioses de pencas.

Más encima había comenzado a llover.