jueves, marzo 22, 2012

Luego de un par de sesiones, Patricia había aceptado venir conmigo a ver el cuadro. No le impresionó demasiado (ya les digo que estaba loca) pero sí comentó lo bacán que estaba y lo calificó como algo único. ``¿Ves el movimiento?'' ``Claro'', me dijo.

Esa noche no tuvimos sexo pero me escuchó como nunca. Me escuchó mucho más que en sus putas sesiones de 40 euros la hora. Parecía que se estaba enamorando de mí. ¡Gracias al cielo!

Le hablé de mi vida, de cómo había pasado varios años sin casa, arrendando cuartos diminutos o yéndome a Asia a trabajar por el verano. Todo eso lo encontró interesante y me recriminó que no se lo hubiera contado en las sesiones. Yo le dije que pensaba que las sesiones eran para hacerme quedar mal, no bien.

Hablamos hasta las tantas de la madrugada y después yo le ofrecí llamarle un taxi. Ella dijo que se quedaría. Yo le dije que podía quedarse y le arreglé la cama. Cambié las sábanas, luego agarré una almohada y una colcha y me fui al sofá. Antes de irme le pregunté si estaba bien, me dijo que sí y le dije que cualquier cosa que necesitara que me despertara. Me acosté mirando hacia las cortinas, por donde entraba una luz pálida, dibujando un trapecio en el techo. Cuando pasaba un auto, el trapecio se desfiguraba. Se me estaba dando con Patricia, o al menos eso yo creía.

Al otro día desperté y ella ya se había ido, pero no lo bastante temprano como para que no la vieran los policías, que ya parecía que vivían allí al lado. Al salir yo, el gordo pelado (Matos, si ya saben como se llama) me levantó las cejas. Por suerte no hizo ningún comentario. Yo le sonreí incómodamente y con eso él pensó que me la había culeado.

La idea atravesó por mi mente. Culearme a una mina como Patricia, qué maravilloso era, qué lejos me ponía del común de los mortales. Podía significar dos cosas, una que lo tenía grande, dos, que mi personalidad era tan interesante, que las mujeres bonitas no me podían resistir. Imbuído en esa clase de pensamientos tomé el bus, y me fui a trabajar.

El trabajo consiste en encontrar una nueva forma de procesar los datos de una red eléctrica, de manera de acelerar los cálculos. Tiene que ver con informática y con algoritmos, algo para lo cual yo soy bueno, y con eso mi mente queda en paz. Aunque a veces tengo que pensar demasiado y me da la sensación de que se me está cayendo el pelo o que me salen canas. Además, tengo que estar sentado 7 horas frente a un computador, y a veces yo declaro que mi trabajo es ir a sentarme 7 horas frente a un computador, ignorando todo lo mental que allí sucede. Al almuerzo, una llamada de Patricia. Obviamente le contesto enseguida.

-¿Aló?
-Aló, ¿Segismundo?

(así me llamo, dicho sea de paso. Segismundo, para servirle. Encantado.)

-Sí. Hola, Patricia.

Me invitaba a almorzar a un restorán de comida sana. Llegué con una flor, y aunque me atreví a llegar con la flor, no me atreví a pasársela en la mano y la dejé encima de la mesa. ``Gracias'', me dijo ella. Andaba exquisita vestida, con un vestido verde, algo raro en el pelo y lentes de sol, grandes a la moda. En qué momento se había hecho todo eso. Me senté y pedí algo muy sano y creo que la impresioné. El resto del almuerzo me las di de galán, eso fue todo lo que hice. Entre el plato y el postre me estiré en la silla y la dejé que hiciera comentarios de mí, los cuales yo encontraba graciosos y me reía de un modo infantil.

Ahh, Patricia. Si tan sólo me dieras la pasada. Pero me estaba pasando lo que me pasaba con muchas mujeres, que al final las empezaba a ver más como amigas, y me daba no sé qué chantarles el paté. Ese era un tema que debíamos tratar en las sesiones, sin duda.

``Y cuándo retomamos las sesiones'', le dije. ``Nunca'', me dijo ella. Estaba bromeando, y se le notó en los ojos cuando en ese mismo instante me miró por encima de sus lentes de sol, debajo de ese sombrero que se acababa de poner y cerrando los labios en torno a su bombilla. Patricia.

``Noo'', dijo, y pareció que iba a decir algo más, pero no. Mejor hizo una pausa dramática, vació su jugo entrando los cachetes y yo mirándola, la bombilla al final haría el ruido de cuando se acaba el jugo y la bombilla sorbe el aire, entre el aire y la espuma. Patricia era como una cabra chica, depositaba su vaso encima de la mesa, tragaba un poco, se giraba hacia mí y retomaba su frase (la pausa había sido ridículamente larga. De hecho, a mí ya se me había olvidado que estábamos haciendo una pausa.) ``Yo pensé que no necesitábamos más sesiones'', decía jugando.

¿No necesitábamos? ¿Ella también hacía uso de las sesiones? ¿Era una cosa mutua, los dos salíamos beneficiados? No sabía que así era el rollo, mira. Con todo, estaba pensando demasiado. Tres preguntas para una sola frase que ella ni siquiera había planeado. ``No asoles tu mente con por qués'', parecí decirme. Continué hablando, discutiendo de cualquier forma, tratando siempre de convencerla de algo que ella no quisiera, única forma de darle a entender que la amaba, que me interesaba en ella, que vendería a mi madre, etcétera. De eso se trataba el amor para mí, de ninguna otra cosa, de vender a mi madre por un puñado de caricias.

Estar cortejando a Patricia sí que me ponía de un humor especial, no importaba que no me la hubiera llevado a la cama ni nada.