jueves, agosto 17, 2006

JUAN RULFO

Mira. mira hacia allá. Allí está la media luna de punta a cabo.


Nos sentamos y San Peter, como yo le digo, sacó unos pancitos del bolsillo y me los estiró. Yo, que quedé lejos los tomé. Acércate me dijo San Peter. Yo reptando sobre mis nalgas fui más cerca de él. Me miró un segundito mientras amansaba su pan. El de él era pan con miga y el mío tenía una rebanada de queso azul. Era un queso celeste de un nimal que San Peter no me quería decir cuál era. No importó de qué era el pan, porque me lo comí más de una vez.

En mis sueños había visto cosa semejante. Un atardecer que no paraba nunca. Y las montañas.

Me dejé caer de espaldas con las piernas cruzadas. Me atravesó una deliciosa sensación. Entonces me puse a pensar cosas difíciles, problemas imposibles. Y pensaba en ciertas posibilidades que más vale no recordar ahora. Mientras tanto, el viento arrullaba y yo me daba cuenta que cada vez soplaba con más fuerza, sólo cuando yo detenía mi pensar.

Me vino a la memoria un arbusto maravilloso. Lo había visto hace muchísimo tiempo. Y saben qué, de pronto me dio por mirar a la izquierda. Allí estaba el arbusto. Azotándose por causa del viento; era tal cual yo lo recordaba. Abrí los ojos y vi los montes, sinuosos, rodeándonos a miles de kilómetros de distancia.

Por supuesto que vamos a hacer algo en este lugar. Crees que te traje al culo del mundo para nada.