martes, marzo 25, 2008

Afterlife

Es casi imposible vivir desde los puentes, o desde debajo del puente, o desde una ventana de este mundo. Me acuerdo de la primera vez que fui a trabajar, yo era un pollito saliendo del velador, más encima mojado por una lluvia que caía del cielo, y me topé con una secretaria buena onda que me dio café. Habían adecuado bien esa oficina para servirse cositas y pastelitos, y la sonrisa de la secretaria era lo mejor. Paulita, se llamaba.

Esa semana trabajé sin descansar de 9 a 1 y de 2 a 6, creyendo que con eso me ganaba el cielo, como si yo quisiese ir al cielo por hacer bien mi trabajo. Salí a almorzar a partes solo tratando de que pareciera que lo hacía desde toda una vida, pero ya en la pinta o en el pelo se notaba que yo era un nugget. Me serví unas marraquetas con ají en un comedorcito que quedaba adentro de un boliche que vendía bebidas, y que tenía un aparador donde pululaban los yogures, las cecinas, las mortadelas lisas y los pateses. Y después me sirvieron un pescado con batido en vez de escamas. Fue tan bacán esa parte, me acuerdo que andaba con un chaleco que después se me quedó en un partido, en unas canchas por allá por larraín. Ese chaleco me acompañaba y yo pasaba a la costanera a cachar la onda del río, y a cachar la onda oficinista a esa hora que era la hora del almuerzo. Y me volvía a mi casa a pata y sentía que ésa era mi vida, que estaba viviendo un cambio y que ya nada volvería a ser como fue. Ahora pretendo hacer lo mismo, pretendo hacer un cambio para sentir nuevamente todas esas cosas. La verdad yo no viviría de otra forma.

Hoy en la ducha pensaba que yo no podía vivir concentrado en la vida y en las formas de la vida, tenía que concentrarme en el afterlife. Tenía que planificar mi muerte y lo que haría de ese instante en adelante, en lugar de dedicarme a planificar mi vida previa a ese instante.