jueves, marzo 06, 2008

se le sonríe la máscara

sigo sin entender una cosa. café, chocolates, una tele encendida y en el piso de escamas, la sombra de la antena de la tele recién mencionada. Poco a poco el lagarto se comenzó a mover, y nosotros con él, avanzábamos por una jungla renacentista, o sea irreal. Pájaros de fuego cruzaban el firmamento en dirección hacia alguna especie superior. Nosotros mirábamos y nos mirábamos como si no hubiese nada más que hacer, o mejor dicho sin saber qué hacer. Nos pusimos a mirar la tele y tomamos asiento lentamente sin quitar la vista del monitor. El día que hacía era bacán en la jungla y nos llegaba un vientecito, sin embargo no nos importaba porque mirábamos el receptor de televisión, las imágenes se sucedían abruptamente y entremedio había unos instantes de guerra de puntitos. Cuando paraba la guerra de puntitos aparecía la imagen de un loco terneado leyendo las noticias. El canal no era ninguno que yo hubiese podido reconocer, me refiero al logo y al formato del noticiaris. A mí me daba la impresión, por lo que alcanzaba a escuchar, que las noticias eran de marte, o sea realmente unas crónicas marcianas. La situación entera era completamente marciana, pero al mismo tiempo tan real y tan absorbente, que yo no podía hacer otra cosa que pensar que toda mi vida había sido siempre un marcianito a bordo de un lagarto espacial. Pasaron los minutos sentados en esos asientos bacanes, cómodos, y el paisaje a nuestro entorno comenzó a "retroceder" (esta palabra la transcribo bajo protesta, para mí la correcta era "cambiar") y no sé cómo, se comenzó a sentir que nos acercábamos a un río. La vegetación bajó, las palmeras comenzaron a parecerse a las de donkikón en el atardecer, perfectas, todas iguales y algo de relampagueantes. Me salí de los sillones del que se podría haber llamado nuestro living y me fui a una zona que yo pude reconocer como cocina, agarré un par de wevos de cáscara verde y los freí. Lo bueno de nuestra casa, dicho sea de paso, es que era todo al aire libre.
Pasó ese día sin mayores entuertos, durmiendo bajo la luz de las estrellas y era un cielo rojizo, si el de la tierra se pudiera llamar azulado. O sea el color latente nocturno era del negro pal rojo, no del negro pal azuloso. El lagarto al parecer avanzaba por las aguas como un cocodrilo que sabía nadar en la superficie, yo no dormí toda la noche sino que desperté muchas veces con la imagen del cielo y la caricia del viento, y esos instantes de vigilia fueron tan bacanes como dormir. Al alba decidí levantarme luego de un rato de estar mirando el cielo palidecer, me salí de mi saco de dormir y me lo puse en los hombros, sentía algo desafortunado y maravilloso amigos, sentía que durante el transcurso de la noche, al saco yo le había infundido vida, y ahora él era una especie de gusano rojo de tela conciente de sí. Esto, como ustedes se imaginarán, me preocupó muchísimo y me causó un sentimiento difícil de describir, pero nada me impidió abrir el refri y sacar de allí una cajita de leche blanca y unos pancitos redondos integrales. Al cerrar la puerta del refrigerador tuve una intuición repentina, y supe, pero no a la manera en que comúnmente sé las cosas, que yo había entrado al lagarto vía ese refrigerador. No era tan así, en realidad creo que la luz del refrigerador me recordó la tierra.
Mis compañeros de viaje estaban todos prontos a despertar, yo agradecía la locura de estar viviendo acompañado esa experiencia tan lunar, pero me imaginaba que todos iban a levantarse medios metamorfoseados con sus sacos de distintos colores (azul, verde, amarillo) y que íbamos a ser unas especies de superhéroes en una aventura televisiva anticuada. Bebí un sorbo de mi vasito de leche y me abstraje un momento mirando el cielo. Ví más pájaros volar en una formación que yo nunca había visto antes y que no podría describir, mis parámetros dimensionales son más charchas que eso y me hacen estar no tan seguro de lo que ví, el caso es que cruzaban el firmamento en dirección opuesta a la que seguíamos nosotros río arriba. Sentí que todo el planeta se alejaba del rumbo que seguía nuestro empecinado lagarto hogar y eso me hizo sentir algo salir de mi cuerpo. Al observar el sol emergiendo por sobre unos montes allá lejos, vi que los rayos eran perfectamente definidos, como en esos dibujos japoneses del sol, ustedes saben de qué estoy hablando. Entendí, pero no pude comprobarlo con los ojos, que esos rayos pintaban entero el cielo de dos colores alternativos, rojo y amarillo. Sólo un cambio de velocidad me permitía dejar de ver en torno al sol un resplandor naranjo, y cuando lo lograba sentía además una especie de burbuja de energía entre mis piernas, justo en la entrepierna. Esta burbuja tenía una onda como silenciosa o de algo que se hubiera podido contemplar eternamente, y entendí que era un secreto de mi cuerpo y que me confería una cualidad maravillosa que yo toda mi vida había dejado de lado o pasado por alto.
La planta de mis pies y parte del empeine y de los tobillos ya eran completamente escamosos, del mismo color que el lagarto tierra. Saqué más leche del refri y mis ojos vieron dentro de la cavidad del refrigerador un paisaje ubicado a una distancia inconmensurable. Dudé un segundo antes de alzar los ojos al cielo. Primero lo vi tamizado de colores aleatorios y luego, 1 segundo después, vi los planetas y constelaciones distantes. Parecían de juguete. Supe algo, supe que este universo había sido creado con fines de juego.
La energía y la energía sexual, pensé, no se diferencian en absoluto. Toda energía es sexual, destinada a la reproducción de las especies en este esquema de carnes, sangre, huesos, neuronas, etcétera, etcétera. Pensé que la falta de sexo estaba generando en mí y en mis compañeros una evolución, porque la energía no se podía quedar tranquila y estaba fluyendo dentro de nosotros mismos en lugar de hacia fuera de nosotros. Pensé en ese instante que me encontraba bajo los influjos de una droga tipo LSD que me hacía vivir toda esta experiencia tipo LSD. Disparé que la evolución de las especie no era un adaptarse al medio sino un adaptarse a la energía sexual, saber administrarla, pero minutos después surgía en mí la pregunta "y para qué todo esto". Qué esperábamos todos para ponernos a culiar, igual era peligroso seguir en ese bote donde todo adquiría vida como por encanto, como por un afán científico o algo. Los minutos de exposición a ese sol salvaje me habían bronceado la piel al punto que era yo ya un mulato. Luego mi piel fue leopardeada. Sentimos que el lagarto comenzaba a aminorar la velocidad.