jueves, abril 10, 2008

Onirical Dreams

El del medio se llamaba Pepito y su rana era azul, el de la izquierda era Sebastián y su rana se llamaba también Sebastián, el del frente era yo y no sujetaba ninguna rana. Las ranas abrían sus bocazas como preparándose para comer, ojala no fueran los niños ni yo el bocado pero algo me decía que sí. Escapé sin más de ese sueño y apagué el televisor, en un instante estaba atendiendo otros asuntos, de corte laboral, más programados. De todos modos no lograba sacar de mi mente el episodio de las ranas y en unos cuantos segundos yo no sabía contestar si el episodio era un sueño que tuve, un episodio de un programa de televisión que vi o algo más. Me desconcentraba continuamente y sujetaba los libros al revés leyéndolos, el jefe que pasó llevando un carrito de supermercados pensó en despedirme pero en seguida encontró la última oferta de pañales para adultos. Se fue de lo más contento confiando en mi silencio por el hecho de que yo soy su empleado y puede usarme para guardar secretos. Entonces yo partí con la caja con el secreto al pasillo 8, el de las sopaipillas, y puse la caja en la cima de una torre de latas de conservas, ya que nunca me habían dejado poner la estrella en el árbol de pascua de la casa de mi señora. El jefe pasó con los pañales abultándose dentro de sus pantalones y me dijo “¿a esto llamas tú guardarlo?”. Me preparé psicológicamente para que me lo mandara a guardar y allí vino la orden “¡a guardarlo, Manríquez!”. Lo guardé, no sé como lo guardé entremedio de dos cajas de zapatos y en seguida me alejé raudamente. Llegué nuevamente al pasillo 3 donde estaba el niño Pepito totalmente desconsolado. El pobre había seguido al pie de la letra mis instrucciones de no moverse del lugar en que lo había dejado. Una pila de latas de conserva había caído sobre él y sólo se le veía una mano, la cual saludé. El me chocó esos 5 y yo partí nuevamente en busca de su madre, a la que encontré metida junto con otras señoras en un tarro gigante de cebollas en escabeche. Observé atentamente a las señoras flotando en la espesa mezcla como si fueran para mí especímenes de otro planeta, y les hice morisquetas mientras ellas pedían desesperadamente auxilio. A la mamá de Pepito le dije “su hijo anda perdido”, y ella sólo vio moverse mis labios desde la otra dimensión. Pensé que ya no había salida para ellas, ni tampoco para mí. Lo que habían hecho conmigo por otro lado tampoco era imperdonable, sólo tenerme cubriendo 8 turnos consecutivos en ese supermercado espacial. A esas alturas yo deliraba y añoraba convertirme en lagarto, para ahuyentar a la multitud de mi carro de compras. Pero continuamente me lo robaban y yo debía comenzar toda mi compra de nuevo, al punto que el gerente dijo “¿no le gustaría trabajar acá?”, y como por la distracción que me causó su pregunta desconcentré mi carro y lo perdí, en la desesperación inmediatamente acepté. Me encontré con un trabajo bastante agradable de tiempo completo, que permanentemente se confundía con mi vida y yo empezaba a creer que en mi muerte escucharía las palabras “¡despedido!” emergiendo desde el más allá, demencial creencia la cual ya no sustento.