viernes, abril 25, 2008

Sudamerican Psycho


al fin me encuentro
con mi destino sudamericano

J. L. Borges


Juro no escribir nunca más un verso
Juro no resolver más ecuaciones

Nicanor Parra Sandoval




1

Hay que ver lo que es viajar. Meter los calcetines dentro de una bolsa blanca y después dentro de una maleta roja, que combina con las pulseras y con la luz de la pieza que hace dormir. Luego apagar la luz, cerrar la puerta y que todo vuelva a la normalidad mientras uno camina hacia la puerta. Ver la lavadora dentro del baño, la pieza de Carlitos apestando a olvido y entonces las cosas encima de la mesa, las cosas que eran clásicas compañeras y ahora que abandonaba el país –abandonar el país era la frase más chistosa– se quedarían para siempre y no las volvería a tocar nunca. Cerrar la puerta y escuchar el portazo clásico de todas las mañanas por última vez, bajar la escalera con la maleta complicada por las ruedas y tomarla con ambas manos y llegar a la acera donde hay árboles y viento. Detener un taxi y que el taxi aminore la velocidad y quede un poco pasado de donde está uno, uno tiene que caminar y abrir la puerta negra y meter adentro la maleta como si quisiera guardarla en un clóset y olvidarse de ella. Y meterse uno y sentarse y esperar dos segundos antes de hablar con el taxista, que haya suspenso. Suspenso antes de decir “al aeropuerto”, y no decir nada más durante el viaje, irse mirando por la ventana las calles movedizas y la gente interesante y repitiendo mentalmente las palabras “al aeropuerto, al aeropuerto”, y luego en una curva cualquiera “abandonar el país” y enmascarar una sonrisa, y contener la risa. Nada ha cambiado porque abandone el país, las calles siguen siendo las mismas y hasta los pensamientos siguen siendo los mismos, las miradas siguen siendo las mismas.

En el aeropuerto hay luces y calma y espacio y gente, pero sobre todo hay calma. Se acerca a un mesoncito de tantos y habla con una señorita en plan de conquista, conquista que no prospera. La señorita está bastante bien y es agradable manipular la maleta enfrente de ella aunque a ella no le preocupe. El peso de la maleta está indicado en letras rojas diminutas como la luz de la pieza, como las pulseras y eso se va olvidando. Las pulseras caen en un basurero lleno de vasos de plástico y la muñeca se siente libre, una caricia fantasma recorre la piel.

En el avión hay un ruido constante y pensamientos que no van a ningún sitio. En un punto, se ve la cordillera desde arriba. Hay una serie de adminículos como cucharas, cuchillos y tenedores de plástico blanco. En el avión se ríe de lo mínimo que es su espacio y de lo ridículo que es su plan. Encuentra –no se sabe cómo no la vio antes– la almohada envuelta en un forro de plástico y la utiliza para dormir. No sueña, sólo duerme superficialmente y las horas se vuelven difusas. El tiempo pierde la forma.

Aterriza en Creta y baja por las escaleras del avión, pisando con cuidado los peldaños metálicos. Se siente feliz y desorientado cuando llega al suelo y se pone a caminar en dirección a un edificio blanco. Creta, o el cielo de Creta le parecen hermosos.

Mientras tanto una ardilla jugueteaba con una cuchara de cristal.

2

Una chica le sonríe desde una mesa vecina. Luego parece ponerse a leer y parece no incomodarle su presencia. Detrás de ella hay una vista de Creta, de las casas y edificios de Creta. El viento sacude los quitasoles. La sombra de uno de los quitasoles cae sobre el piso de cerámicos rojos.

3

Es sólo un jardín interior. Flores, azucenas, claveles.