martes, junio 10, 2008

Estamos

Hacen algunos meses que estoy investigando sobre los sueños de la tercera compuerta. La documentación escasea, pero existe. Hay una referencia de nicanor parra al sueño de su hermano lalo, en el cual un volantín sin guía guía los pasos del soñador hacia una torre; en el interior de la torre, una cama; dentro de la cama, el cuerpo del soñador dormido. En continuidad de los parques, de cortázar, el lector se tropieza consigo mismo en el interior del libro. En william wilson, el protagonista se encuentra con william wilson, su copia inexacta. Borges conversa con su doble, el cual está al tanto del asunto, en el otro. Las 3 últimas citas no contemplan el elemento onírico; tal vez la última sí lo hace de un modo estrafalario. Sólo parra, y por supuesto castaneda, abordan el milagro desde la perspectiva del sueño común y corriente.

También me he dedicado a desarrollar una especie de artesanía del paint. Anoche cansado, soñé que discutía con oberg, pero él estaba dormido o en la frontera del sueño. En el episodio hice gala de gran seguridad y de humildad doctrinales, y con ellas evadí los dictámenes de mi compañero; me sentía a gusto, muy a gusto con mi estado de ser. Al acercarme a mi cama la vi vacía y comprendí que ya estaba durmiendo. Pude ver mi cuerpo a flashazos, intermitentemente. Estuve a punto de tocarlo y una ráfaga de pudor y de pavor me disuadió. Finalmente desperté en el cuerpo y en la posición que había soñado-ver.

El desafío de la tercera compuerta consiste en recorrer una distancia real, a través del ardid único de ver el cuerpo de uno en un sueño; ponerlo en escena, dormido, como un elemento más; y enseguida despertar siendo ese cuerpo soñado. Despertar en la cama de la torre; ser el sujeto de continuidad de los parques; trasladarse a la conciencia de william; a la conciencia del otro borges. La posibilidad de hacer una cosa así depende del impulso que hace que el soñador vea el cuerpo. La ventisca que da origen al impulso de ver nace de retirarse de toda competencia. El afán de competir con nuestros semejantes nos aleja de esta alternativa de locura.

La distancia que se recorra puede ser transcontinental, o puede ser el trayecto hasta el árbol. Las implicaciones del viaje no son turísticas; son de corte abstracto. El elefante que haga caso de esta técnica se verá en un doble dilema. Por un lado tendrá la ocación de dudar de su trompa. Por otro, conocerá la opción de desplazarse con el viento. La belleza de este estado sólo puede experimentarse, pues nadie se imagina lo que es acostarse aquí, y despertar en la quebrada del ají. Fin.