domingo, noviembre 16, 2008

518. poemas de amor de campo

de todas la mejor carta era la de unos guerreros con escudos vikingos que venían bajando hacia una ciudad, las cartas pasaban a toda velocidad y aunque las demás no estaban nada de mal, la ruleta se detenía en ésta y yo me sumergía en la escena que ella auspiciaba. Entendí pronto que los guerreros venían a divertirse luego de años en la expedición intergaláctica, habiendo dejado estacionado su volkswagen volador, año 30 (pero 30 antes de cristo), junto a unas nubes tétricas en el cielo nocturno. Los guerreros dejaban sus escudos en un suburbio de pastizales altos y se iban por una escalerita de piedra rumbo a los barrios centrales, con sus grandes barrigas y cabezas tapadas de pelos. Los seguí, yo era prácticamente uno de ellos por haberse detenido la ruleta en ese preciso lugar. Al llegar abajo concluí que prácticamente todo lo anterior había sido un montaje porque yo estaba en el patio de mi casa, a esa hora eran las 4 ó 5 de la mañana de una hora oculta, a la cual no se puede acceder dejando sólo que transcurra el tiempo. Pero igual yo me iba a divertir y avancé hasta el sector más tupido del jardín, y protegido por un enjambre de árboles di con un lugar aparentemente a salvo de los rayos de la luna. Procedí a realizar actos de los cuales no puedo avergonzarme porque no los recuerdo bien, pero sé que mi mente estaba desconectada y ocupada en lograr que mi cuerpo disfrutara la experiencia. Recobré la conciencia a unos metros de donde la dejé, en la parte del patio que marca la encrucijada de varios muros, que miran a su vez a las casas vecinas. Yo pensaba saltarlos unos y allanar las otras, pero los nuevos locatarios que compraron la casa en muchos millones, habían puesto enrejados excéntricos, continuadores de los muros hacia arriba, sólo para evitar que yo hiciese ese acto malsano. Subí a uno de los árboles viejos para a través de él pasar a la otra casa, y a través del rabillo del ojo sentí que había una persona, una mujer de sexo femenino, recorriendo el patio de esa misma casa. Dije me la voy a violar, pero cuando miré hacia la rama que pensaba pisar, ví varios cables como cuerdas de guitarra que atravesaban por ahí. Entendí que se trataba de entramados eléctricos, de los cuales no había que pisar más de uno a la vez. Salvándolos me apoyé en otra rama que posiblemente no soportaría mi peso y así fue. Caí a suelo sin poder dar el puntapié de impulso que me permitiera saltar y llegar a reunirme con mi amada.