viernes, enero 13, 2012

novela sudamericana

Menos mal que no se hizo realidad nada de lo que predijo ese brujo. Seguí yendo a Buenos Aires semana por medio para ver cómo seguían los babies, me pegaba el pique en bicicleta desde la estación hasta el barrio de Flores ida y vuelta, dejaba la bicicleta amarrada en un poste y 15 días después la loca estaba ahí, sin un rasguño. El brujo loco no sabía nada, sólo se ahogaba en su demencia alimentada por los caños. Pero debo decir, no es que yo sea supersticioso, pero igual derramaba un círculo de sal alrededor de la cleta antes de abandonarla. Después me subía al tren pensando si alguno de los vecinos de asiento me había visto desempolvar ese ritual ridículo. Alguna vez me tocó viajar el trayecto completo Buenos Aires Lima pensando que el loco del frente sabía que yo era un desquiciado. A veces quise decir "es para proteger la bici" así de buenas a primeras, como para ocacionar un verdadero vacío comunicacional en el caso de que todo fuera paranoia mía. En estos trenes, a veces los asientos están al revés, y a uno le toca ir todo el viaje mirándole la cara a una persona que también te la está mirando a ti. La gente en estos casos prefiere hacerse la tonta, y mirar por la ventana aunque el cuello esté sufriendo por la contorsión absurda. Pero en fin, al cabo de unos minutos ya los compañeros de viaje están habituados a ser dos perfectos desconocidos, a los que sólo el destino unió en ese viaje de unas cuantas horas.

Cuatro horas Buenos Aires La Paz, 1 hora y media más para llegar a Lima. A veces en La Paz cambia la persona que se sienta delante tuyos. A veces, el asiento de adelante también mira hacia adelante y no hay nadie a quien mirar, nadie a quien hacer sentir incómodo y que te haga sentir incómodo a ti, sólo la música que llega a tus oídos por gracia de estos nuevos aparatos de realidad virtual. Cuando la gente se sube en La Paz y toma sus asientos, tú actúas como si fueras el dueño de casa y ésos unos recién llegados, que no tienen los mismos derechos que tú. Maldito instinto de territorialidad, me hace reflexionar sobre la biología y sobre cómo ésta no puede ser el fundamento último de la existencia, cómo la materia debe estar subyugada a la energía, como el cuerpo y las células y todas las interacciones biológicas deben ser sólo una solución originada espontáneamente por el espacio, para el problema de la energía y la conciencia corriendo de un lugar a otro, que deben ser el juego básico del cosmos.

De La Paz sólo conocía la estación y sólo la vista que otorga la ventana del asiento en el que siempre me siento como un maníaco obsesivo, 34 ventana. Fue así desde el principio; con todo, un día decidí bajarme en La Paz y perder el tren, ya conseguiría un hotel y un pasaje para el día siguiente. Era lo bueno de tener un horario flexible, y me arrojé a las calles de La Paz como un mosquito al pavimento. Fue una tarde gloriosa, examinando las glorietas de las plazas del barrio bohemio, como yo lo llamé, nunca capturé ni un nombre de calle ni ninguna reprentación objetiva del paisaje. Sólo sabía que estaba en La Paz y que el hotel se llamaba Berta, y que había un edificio rojo en la esquina en la que tenía que doblar. Salí dos veces de ese hotel, una para buscar un restaurant en donde cenar ese día en la noche, la siguiente para tomar el tren que me llevaría a Lima, como estaba previsto desde el día anterior, casi grabado en las estrellas y en las curvas de los planetas.

Eran días de una espantosa soledad, cuando pienso en ellos sin embargo siento cierta nostalgia, cierta nostalgia de la soledad que no amé cuando la viví de forma tan intensa. Pero había algo en aquél deambular por las calles, en ese ir y venir desde y hacia una y otra capital sudamericana, algo en el cielo que asomaba entremedio de todas las nubes, algo en el aire que se respiraba, algo en el tinte de todos aquellos pensamientos, algo, en definitiva, algo sin calificaciones ni hermosuras, algo que me resulta deseable hoy. Es sólo la nostalgia, me digo, igual la sentiría si hubiera estado pescando en un jarrón, o baliando con una negra con un peinado de frutas en el carnaval de Río. Nunca fui a Río.

El trayecto Lima La Paz Buenos Aires La Paz Lima me parece hoy el testimonio de un continente, y está grabado directo en mis años de juventud tardía.