viernes, enero 18, 2013

La pérdida del opio

lo que le pasaba a mi hermano era que había hecho amistad con mucha gente loca de todas partes del mundo, y con todos se había fumado un porro (como mínimo). Esas relaciones eran más de lo que yo podía esperar de todas mis relaciones en cuanto a la profundidad, al sentimiento de complicidad, a estar juntos en algo. Ese algo era el consumo de sustancias expansoras de la mente, por llamarlas de algún modo controversial.

Ya desde acá ustedes podrían completar la historia, pero seguiré un poco más, a ver si los detalles por alguna vez aportan algo diferente. Con mi hermano y otro amigo íbamos a la estación de trenes. Era una ciudad que yo no conocía (es raro no saber decir en que ciudad se está, ahora que lo pienso. Pero yo estoy seguro que en ese momento no sabía en qué ciudad me encontraba.) Era probablemente el mes de marzo, el otoño del hemisferio norte. En el camino a la estación, que íbamos cubriendo a pie por anchas calles solitarias, mi hermano nos reveló que íbamos en busca de un paquete. Uno de sus amigos le había mandado algo, desde algún rincón remoto del mundo. Para mi hermano era natural que esto ocurriera y no le sorprendía en absoluto lo que mi otro amigo y yo considerábamos por lo menos algo bastante cool. En la estación recogimos (creo que nadie nos hizo entrega del "asunto") una bolsa con opio. El aspecto era similar al de la marihuana, pero era opio. El hecho de no haber probado aún esta sustancia me hizo vibrar de entusiasmo y expectación. Por supuesto no exterioricé estos polémicos sentimientos, salvo por el hecho que apreté la bolsa contra mi cuerpo cuando me la pasaron para que la viera. Yo sería el portador, así lo había decidido. Comprendí de inmediato todo el peligro que significaba atravesar la ciudad con esa bolsa de regreso a nuestra casa (¿dónde nos estábamos quedando?)

El relato podría terminar aquí. Sólo añadiré algunas finales consideraciones. El peligro de caer en prisión, en el caso de ser sorprendidos por la policía portando esa sustancia ilegal, no era tan grave como el hecho de perderla. A toda costa yo quería probarla (prácticamente puedo decir que necesitaba probarla, era todo lo que deseaba en el mundo.) En el caso de ser agredidos por civiles y nuestro precioso botín robado, el problema, de nuevo, no era la eventual paliza o el compromiso de nuestros órganos vitales, sino la pérdida del opio.