sábado, mayo 26, 2012

inspirado en la realidad (de la playa)

nuestras moléculas se están renovando constantemente, por lo tanto no somos nunca definitivos. ¿Qué hace, entonces, que sigamos siendo siempre los mismos? ¿Por qué se mantiene esta estructura, por qué no cambia con cada nueva generación de moléculas? Pareciera ser que algo en nosotros, un impulso genuino, sostiene nuestra estructura e impulsa a nuestras moléculas a organizarse siempre de la misma forma, para seguir siendo nosotros. Las nuevas moléculas no debieran venir predispuestas a adoptar ninguna configuración en específico, ninguna otra que la que nosotros le ordenemos una vez ingresen a nuestro sistema. Entonces es un asunto de volición interior el ser como somos. Es sólo gracias a que nosotros mismos fomentamos una organización, la nuestra, que aquella organización se conserva en el tiempo. ¿Qué nos impide entonces fomentar una nueva organización, y cambiar? Si la volición de la que hablo es tan determinante a la hora de configurar nuestro ser, ¿no debiera poder dar origen a un ser totalmente nuevo, si la cambiamos desde dentro? ¿Qué clase de control es el que se necesita para modificar esta volición interna? ¿Es acaso un simple asunto de desear ser de una u otra manera? ¿O estamos, por el contrario, amarrados a desear ser siempre de una forma, y de allí que no cambiemos mayormente en el curso de nuestras vidas?

Se dice que el Dalai Lama es el Dalai Lama porque desde chico quiso ser el Dalai Lama. Barack Obama es el Presidente de los Estados Unidos porque lo intentó muy duramente y quiso serlo y hoy cuando se levanta lo hace deseando seguir siendo el Presidente de los Estados Unidos. Yo soy la persona que soy sólo a causa de que intento continuamente seguir siendo la persona que soy, Manuel de los Palotes.

Si queremos cambiar, basta que lo intentemos pues nuestras moléculas no tienen memoria, llegan a nosotros recorriendo un camino que bien puede remontarse al infinito o al principio de los tiempos. Cuando llegan a nuestro cuerpo, inmediatamente comienzan a procesar nuestro mandato. Nosotros no somos concientes de este proceso, pero lo cierto es que la continuidad de la vida no viene dada tanto desde fuera, desde las moléculas que nos conforman, como desde dentro. La unidad y la identidad son características agregadas por la conciencia a un flujo de partículas que nada tienen que ver con ella.

Se dice que la muerte es el fin de esta unidad y de esta identidad y de esta continuidad. Y que la muerte se siente como el rompimiento de racimos de experiencia que fueron formados por la conciencia individual. Cuando la conciencia individual se muere, muere la fuerza que ensamblaba estas experiencias. Las moléculas se desacoplan, lo que estuvo unido se separa.

La continuidad no viene tanto de las cosas mismas como del deseo personal, y debiera por lo tanto poder anularse o reducirse a una expresión mínima. Esta sería la clave del cambio como facultad humana, si es que la poseemos.