yo perdí la virginidad a los 27 años, calcula. A la edad en que morían estrellas de rock, o sea que mi vida fue muy diferente de la de Jim Morrison, yo taladraba por vez primera. Antes estuve, digamos, haciendo otras cosas, descubriendo nuevos mundos, nuevas facetas de mí mismo. Pero la conocí años atrás, cuando era estudiante de pregrado en Tunisia. Yo soy un gallo que viaja, el problema con el hombre común y corriente es que siempre te hablará del mundo, nunca se imaginará que estamos en un rincón, y no en el centro, del universo. Me invitaban a comer y yo me sentaba en el sillón, la niña de unos 8 años se acercaba y trataba de interactuar conmigo. Obviamente lo hacíamos en francés, ella estaba confusa, yo tenía el pelo largo y nada de barba. Es un niño, decía ella cuando yo la acariciaba. Le dibujaba con lápiz scripto un tatuaje en el brazo, un corazón con adentro la palabra mom. Ella se lo mostraba a su papá, éste era un gallo joven, simpático, bueno para la risa y le gustaba. Yo le decía al papá que había tratado que dijera dad, pero que el lápiz me había fallado. La pequeña niña quería preguntarme algo y acercó su frente a la mía. No se atrevía, murmuraba, y su padre me tuvo que traducir: ella quería saber si yo hablaba el árabe tunisiano. Yo había llegado recién, con cueva sabía hablar francés y le tuve que decir que no.
Pero años más tarde, su padre me volvió a contactar porque la pequeña, y acá yo ya tenía 27 años y estaba de vuelta en Chile por unos meses, estaba de visita en Sudamérica y me quería ver. Se acordaba de mí después de todos esos años. El padre me dijo que la pequeña hablaba bien español, que lo había aprendido en el liceo y practicado en España durante años. Y yo hacía un asado con mis amigos de toda la vida, en un patio en Santiago de Chile, y me tenía que hacer el chistoso porque la pequeña, que había aceptado mi invitación, esperaba eso de mí. Seba Peralta, mi amigo bueno para la talla, llamaba a la Compañía porque no estaba funcionando la televisión por cable, y preguntaba al teléfono (todos lo escuchábamos) si era un problema de la planta o si tenía que pegarle por el lado a la tele. Risas de parte de todos nosotros. Yo le sugería que preguntara qué hacer en caso de pantalla plana, pero no sacaba tantas risas. Luego en el patio, el Camello y varios otros se pusieron a hacer piruetas, y yo una vez más quise imitarlos para ganarme el corazón de la pequeña, pero sólo hice el ademán de ir y no fui, dando a entender que, en realidad, no tenía nada que demostrar, y ese gesto a la pequeña, que se columpiaba en un columpio, le gustó.
Por fin nos quedamos solos en el patio, yo estaba sin polera y me daba el sol. Estaba en buena forma física, la pequeña me dijo que estaba bien broncearse porque veníamos del invierno del hemisferio norte. Pero ella estaba negrísima, y tirada de costado en este columpio de dos cuerpos, y yo fui y me senté al lado de ella, y apoyé mi brazo en su cadera. La miré y le pregunté cuántos años tenía. Veinte, me dijo ella. Entonces está bien si te doy un beso, le dije yo. Ella no dijo nada, sólo le temblaron los labios. No era muy experimentada, pensé. Pero ya no iba a apartar la cara así que la besé. El primer beso siempre es medio asquerosito, ¿no? Y quise dejar de besarla pero la seguí besando un poco más. Ella dijo que era su culpa, que había abierto mucho la boca y que probara de nuevo. Esta vez sí, y comencé a acariciarle la nuca. Me concentré y pude transmitirle mi pasión. En ese momento yo pensaba lo siguiente: y se besan apasionadamente. Estaba escribiendo en mi mente el guión de la escena. Nos besamos largo rato, y fue el mejor beso de todos, y después ella me declaraba su amor, y lo hacía de tan buena forma que yo terminaba por sonreír. Pero de mi boca no salía palabra. Salían gemidos de colegiala.
En fin, yo le retrucaba que nunca iba a poder articular un discurso como el suyo, y que ustedes las mujeres sabían hacerlo tan bien... Pero ella ya no me estaba escuchando, estaba pendiente de mi parte media, y se deslizaba bajo mi cuerpo para llegar ahí. Y fue ella la que me culeó a mí.
:)
Pero años más tarde, su padre me volvió a contactar porque la pequeña, y acá yo ya tenía 27 años y estaba de vuelta en Chile por unos meses, estaba de visita en Sudamérica y me quería ver. Se acordaba de mí después de todos esos años. El padre me dijo que la pequeña hablaba bien español, que lo había aprendido en el liceo y practicado en España durante años. Y yo hacía un asado con mis amigos de toda la vida, en un patio en Santiago de Chile, y me tenía que hacer el chistoso porque la pequeña, que había aceptado mi invitación, esperaba eso de mí. Seba Peralta, mi amigo bueno para la talla, llamaba a la Compañía porque no estaba funcionando la televisión por cable, y preguntaba al teléfono (todos lo escuchábamos) si era un problema de la planta o si tenía que pegarle por el lado a la tele. Risas de parte de todos nosotros. Yo le sugería que preguntara qué hacer en caso de pantalla plana, pero no sacaba tantas risas. Luego en el patio, el Camello y varios otros se pusieron a hacer piruetas, y yo una vez más quise imitarlos para ganarme el corazón de la pequeña, pero sólo hice el ademán de ir y no fui, dando a entender que, en realidad, no tenía nada que demostrar, y ese gesto a la pequeña, que se columpiaba en un columpio, le gustó.
Por fin nos quedamos solos en el patio, yo estaba sin polera y me daba el sol. Estaba en buena forma física, la pequeña me dijo que estaba bien broncearse porque veníamos del invierno del hemisferio norte. Pero ella estaba negrísima, y tirada de costado en este columpio de dos cuerpos, y yo fui y me senté al lado de ella, y apoyé mi brazo en su cadera. La miré y le pregunté cuántos años tenía. Veinte, me dijo ella. Entonces está bien si te doy un beso, le dije yo. Ella no dijo nada, sólo le temblaron los labios. No era muy experimentada, pensé. Pero ya no iba a apartar la cara así que la besé. El primer beso siempre es medio asquerosito, ¿no? Y quise dejar de besarla pero la seguí besando un poco más. Ella dijo que era su culpa, que había abierto mucho la boca y que probara de nuevo. Esta vez sí, y comencé a acariciarle la nuca. Me concentré y pude transmitirle mi pasión. En ese momento yo pensaba lo siguiente: y se besan apasionadamente. Estaba escribiendo en mi mente el guión de la escena. Nos besamos largo rato, y fue el mejor beso de todos, y después ella me declaraba su amor, y lo hacía de tan buena forma que yo terminaba por sonreír. Pero de mi boca no salía palabra. Salían gemidos de colegiala.
En fin, yo le retrucaba que nunca iba a poder articular un discurso como el suyo, y que ustedes las mujeres sabían hacerlo tan bien... Pero ella ya no me estaba escuchando, estaba pendiente de mi parte media, y se deslizaba bajo mi cuerpo para llegar ahí. Y fue ella la que me culeó a mí.
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