no debe faltar en mis memorias la vez en que conocí a Hulk. Existe, y lo tienen trabajando en unas minas, tipo minas tirith, bajo la tierra y pa' calla'o.
Esta historia comienza con Hulk en su forma humana, serio, ayudando a empujar unos carritos que van por unos rieles como en las típicas minas. La atmósfera es oscura. Detrás de Hulk en su forma humana viene dos gallos empujando otro carrito, y resulta que como hulk humano no tiene superfuerza estos otros dos gallitos lo alcanzan, y le pegan un empellón en la espalda a hulk. Yo observo todo esto y veo que en la espalda al hulk humano se le produce como una joroba de la rabia ocacional. Pero lo controla, el problema es que después tienen que repetir la operación y ahí sí que el doctor hulk humano no puede controlar la rabia producto de los numerosos empellones (que son como cuando te patean el asiento desde atrás en el bus) y de la pequeña protuberancia asomando en la espalda pasa a transformarse completo en hulk, el mono verde. O sea, queda la mansa crema.
Yo veo todo esto desde mi posición privilegiada pero cacho al tiro que el hulk transformado no quiere que se descubra su identidad, entonces se oculta. Y yo tengo la mala suerte de ver todo su proceso de ocultamiento y de averiguar por completo el secreto de hulk. Si hulk sabe que sé su secreto, me mata porque sé demasiado, entonces decido escapar.
Pero por un morbo desesperado re-decido seguirlo un poco más. Hulk abandona el sitio de su transformación y pasa por varias habitaciones. Aquí es choro como está construída la mina, porque cada habitación tiene puertas por varios lados que comunican con nuevas habitaciones que también tienen puertas por varios lados, entonces uno se puede perder fácilmente. En un momento hulk decide que ya es hora de dejar de ocultarse. Estamos en una zona en donde los fenómenos se pasean como Pedro por su casa; al parecer, en las instalaciones de la mina también se desarrollan estudios con extraterrestres.
Ahí yo decido que sí o sí tengo que escapar, porque hulk está relajado y puede actuar. Entonces atravieso una pista de bolos y me meto en unas escaleras. Bajo las escaleras que describen una espiral y cacho que las escaleras son pésimo lugar para arrancar porque no tienen salidas, hay muy pocos grados de libertad, lo único que se puede hacer es subir o bajar, entonces si llega hulk yo no tengo mucho cómo desorientarlo.
Al fin llego a una puerta que da a la calle. Estoy en una ciudad desconocida y ni siquiera sé la calle en la que está mi hotel, en donde me quedaba en ese momento con Lea y otros amigos nuevos que había conocido. Sé que estoy en Dublín, pero ya... eso no me sirve de nada.
Por suerte para un taxi y me lleva. Es de noche ya. No me pregunta a dónde vamos de inmediato, es un taxi relajado, pero en la conversación asoma naturalmente el tema. Le digo que no me va a creer, pero no sé mi lugar. No soy de allá. Le digo que queda cerca del agua (Dublín tiene muchas zonas en que hay agua y barquitos y puerto, además de carrete relacionado con la playa y todo eso, e incluso le llaman la Vienesa del Norte -la Venezia del Norte, jajaja) y él me dice que, claro, que en Dublín muchas partes quedan cerca del agua, pero que a él le tinca más una que todas las otras como el sector en que podría estar alojándome yo, un macho caucásico. Yo recuerdo que no tengo plata y que dejé mi tarjeta de crédito en el hotel, así que si llegamos a mi hotel voy a poder pagarle al taxista a través del simple proceso de decirle que espere mientras voy a buscar mi tarjeta de crédito y que le dejo algo en prenda; y si no llegamos a mi hotel, si la corazonada del taxista falla, estoy en la mierda. El hecho de que la segunda posibilidad sea tan probable me hace callar respecto de esta situación.
Avanzamos unos instantes en silencio. Estamos bien retirados del centro, o de la ciudad, si se quiere. Vamos por una ruta semi-rural, mirando Dublín a través de unos pastizales. El taxista parece que capta mi secreto y me destaca que la carrera que estamos haciendo cuesta unos 35 euros. Yo saco el gentleman que llevo dentro y le digo de inmediato que me acabo de dar cuenta que no tengo plata, que será mejor que me baje al tiro. Que me disculpe por la... y el taxista me completa la frase: mariconada que le quería hacer.
El taxista también es un gentleman y me deja ir, me deja en una especie de puerto, sin sacarme la chucha a pesar de que ya le debía unos cuantos euros por el mal rato que le había hecho pasar. Al salir a esta suerte de malecón y echar a andar sospecho que tal vez tenga unos euros en el bolsillo chiquitito de la mochila y sí: ahí están, un par de monedas de dos euros que siempre tengo para comprar café en la máquina de mi universidad, en Perpignan. Corriendo, des-ando mis pasos en busca del taxista y encuentro varios taxis pero no al taxista.
En eso veo en la vereda del frente a dos amigos de la delegación de deportistas irlandeses a la que yo envenené completita en los juegos que se celebraban en Santiago, por encargo de la asociación de fútbol chileno, y después me esfumé. Habían sobrevivido, pero uno de ellos tenía otro corte de pelo. Los señalé con el dedo cruzando la calle como diciendo ustedes, ustedes me van a ayudar a encontrar a Lea.
Y en ese momento veo venir a Lea por la misma calle, desde otra dirección. Me ve, viene con dos amigos más, y me pone cara de felicidad mezclada con cara de dónde te habías metido, cómo se te ocurre perderte. Y yo le presento a mis amigos y le digo que estoy feliz de verla (ella tiene los labios pintados, muy rojos) pero que hubiera preferido no encontrarla allí y haber utilizado a mis amigos irlandeses para dar con ella de un modo heroico, en lo que sin duda hubiera sido una aventura y una hazaña de lo más espectaculares.
Esta historia comienza con Hulk en su forma humana, serio, ayudando a empujar unos carritos que van por unos rieles como en las típicas minas. La atmósfera es oscura. Detrás de Hulk en su forma humana viene dos gallos empujando otro carrito, y resulta que como hulk humano no tiene superfuerza estos otros dos gallitos lo alcanzan, y le pegan un empellón en la espalda a hulk. Yo observo todo esto y veo que en la espalda al hulk humano se le produce como una joroba de la rabia ocacional. Pero lo controla, el problema es que después tienen que repetir la operación y ahí sí que el doctor hulk humano no puede controlar la rabia producto de los numerosos empellones (que son como cuando te patean el asiento desde atrás en el bus) y de la pequeña protuberancia asomando en la espalda pasa a transformarse completo en hulk, el mono verde. O sea, queda la mansa crema.
Yo veo todo esto desde mi posición privilegiada pero cacho al tiro que el hulk transformado no quiere que se descubra su identidad, entonces se oculta. Y yo tengo la mala suerte de ver todo su proceso de ocultamiento y de averiguar por completo el secreto de hulk. Si hulk sabe que sé su secreto, me mata porque sé demasiado, entonces decido escapar.
Pero por un morbo desesperado re-decido seguirlo un poco más. Hulk abandona el sitio de su transformación y pasa por varias habitaciones. Aquí es choro como está construída la mina, porque cada habitación tiene puertas por varios lados que comunican con nuevas habitaciones que también tienen puertas por varios lados, entonces uno se puede perder fácilmente. En un momento hulk decide que ya es hora de dejar de ocultarse. Estamos en una zona en donde los fenómenos se pasean como Pedro por su casa; al parecer, en las instalaciones de la mina también se desarrollan estudios con extraterrestres.
Ahí yo decido que sí o sí tengo que escapar, porque hulk está relajado y puede actuar. Entonces atravieso una pista de bolos y me meto en unas escaleras. Bajo las escaleras que describen una espiral y cacho que las escaleras son pésimo lugar para arrancar porque no tienen salidas, hay muy pocos grados de libertad, lo único que se puede hacer es subir o bajar, entonces si llega hulk yo no tengo mucho cómo desorientarlo.
Al fin llego a una puerta que da a la calle. Estoy en una ciudad desconocida y ni siquiera sé la calle en la que está mi hotel, en donde me quedaba en ese momento con Lea y otros amigos nuevos que había conocido. Sé que estoy en Dublín, pero ya... eso no me sirve de nada.
Por suerte para un taxi y me lleva. Es de noche ya. No me pregunta a dónde vamos de inmediato, es un taxi relajado, pero en la conversación asoma naturalmente el tema. Le digo que no me va a creer, pero no sé mi lugar. No soy de allá. Le digo que queda cerca del agua (Dublín tiene muchas zonas en que hay agua y barquitos y puerto, además de carrete relacionado con la playa y todo eso, e incluso le llaman la Vienesa del Norte -la Venezia del Norte, jajaja) y él me dice que, claro, que en Dublín muchas partes quedan cerca del agua, pero que a él le tinca más una que todas las otras como el sector en que podría estar alojándome yo, un macho caucásico. Yo recuerdo que no tengo plata y que dejé mi tarjeta de crédito en el hotel, así que si llegamos a mi hotel voy a poder pagarle al taxista a través del simple proceso de decirle que espere mientras voy a buscar mi tarjeta de crédito y que le dejo algo en prenda; y si no llegamos a mi hotel, si la corazonada del taxista falla, estoy en la mierda. El hecho de que la segunda posibilidad sea tan probable me hace callar respecto de esta situación.
Avanzamos unos instantes en silencio. Estamos bien retirados del centro, o de la ciudad, si se quiere. Vamos por una ruta semi-rural, mirando Dublín a través de unos pastizales. El taxista parece que capta mi secreto y me destaca que la carrera que estamos haciendo cuesta unos 35 euros. Yo saco el gentleman que llevo dentro y le digo de inmediato que me acabo de dar cuenta que no tengo plata, que será mejor que me baje al tiro. Que me disculpe por la... y el taxista me completa la frase: mariconada que le quería hacer.
El taxista también es un gentleman y me deja ir, me deja en una especie de puerto, sin sacarme la chucha a pesar de que ya le debía unos cuantos euros por el mal rato que le había hecho pasar. Al salir a esta suerte de malecón y echar a andar sospecho que tal vez tenga unos euros en el bolsillo chiquitito de la mochila y sí: ahí están, un par de monedas de dos euros que siempre tengo para comprar café en la máquina de mi universidad, en Perpignan. Corriendo, des-ando mis pasos en busca del taxista y encuentro varios taxis pero no al taxista.
En eso veo en la vereda del frente a dos amigos de la delegación de deportistas irlandeses a la que yo envenené completita en los juegos que se celebraban en Santiago, por encargo de la asociación de fútbol chileno, y después me esfumé. Habían sobrevivido, pero uno de ellos tenía otro corte de pelo. Los señalé con el dedo cruzando la calle como diciendo ustedes, ustedes me van a ayudar a encontrar a Lea.
Y en ese momento veo venir a Lea por la misma calle, desde otra dirección. Me ve, viene con dos amigos más, y me pone cara de felicidad mezclada con cara de dónde te habías metido, cómo se te ocurre perderte. Y yo le presento a mis amigos y le digo que estoy feliz de verla (ella tiene los labios pintados, muy rojos) pero que hubiera preferido no encontrarla allí y haber utilizado a mis amigos irlandeses para dar con ella de un modo heroico, en lo que sin duda hubiera sido una aventura y una hazaña de lo más espectaculares.