miércoles, mayo 30, 2012

memorias de un ataúd

tampoco debiera quedar excluída de mis memorias la vez que me encontré con la Beba en Barcelona. Yo andaba con mi grupo de pastusi y veníamos en un bus tan penca, pero tan penca (desde Francia) que nos pidieron apagar el aire acondicionado para que no decayera el rendimiento del motor. Yo me barré de mi hotel, no tenía ganas de hacer ninguno de los panoramas que nos proponía la jornada, y no alcancé a caminar unos 50 metros en cualquier dirección...
Entre los múltiples panoramas estaba la visita de mi tío Daniel, que trajo una botella de buen vino y un picadillo para disfrutar mirando al mar, desde la terraza del famoso hotel.
En fin, me desafilié como pude también de ese compromiso y salí a andar los 50 metros que me separaban de mi encuentro casual. Del otro lado de la calle esa niña me reconoció y me llamó por mi nombre, Manu, sin que yo supiera de quién se trataba. En un principio se me figuró la Jéssica, luego su cara fue cambiando sutilmente como si yo sintonizara en un sueño a la persona deseada. Y esa persona era la Beba, su piel tan suave, demasiado suave.
Ninguno de los dos podía creer que el otro estuviera allí, en esa ciudad tan alejada de las circunstancias en que nos habíamos conocido la primera vez. Ella sabía que andaba una delegación del colegio allí en Barcelona, pero sólo sospechaba imaginariamente que yo podía formar parte de ella.
Nos dimos un abrazo, pero yo no la quise abrazar sin reservas como mi corazón me lo proponía. Para lo que ameritaba la situación, el mío fue un abrazo frío, aunque de todas maneras fue efusivo. Ella prácticamente estaba superada por el hecho de encontrarme.
Nos sentamos en una placita con su amiga y llegaron más amigos de ella. La Beba no se podía separar de mí, teníamos que estar en contacto físico, y si yo la desplazaba gentilmente abogando por nuestra comodidad y libertad de movimiento, ella volvía a mí con una excusa. Se dejó caer sobre mí y me apretó los bíceps, me decía que yo estaba más musculoso y con el pelo corto. Me quiso cortar las uñas y yo no se lo pude impedir.