jueves, febrero 14, 2013

14 de febrero de 2013

Veintiuno de diciembre del dos mil nunca. Todo se resume en lo siguiente: los guerreros elijen la hora y el lugar de su muerte. Basta de comedias, basta de psilogismos, basta de quejarse, basta de sentirse acorralado, de hacer caso al resto, basta de todo. Estaré en esta tierra el tiempo que sea necesario, preparando la maleta para, esta vez sí, largarme para siempre. Venirme a Francia fue solo un simulacro de tirar todo por la borda y comenzar de nuevo.

Este sí que es un modo de vida.

Almuerzo con Juliette y Sabrina. Juliette me llama ayer en la tarde para invitarme y para preguntarme si estoy bien, me dice que me ha visto triste, yo le digo que no sé, que soy así, invento razones, le agradezco que se preocupe por mí. Le voy a llevar un regalo, una peli del flamenco, Camarón de la Isla, y la torta que sobró de mi cumpleaños y que yo no me voy a comer porque me cuido. Cuido la línea, cuido el preciado tesoro que es la existencia.

Ayer me estaba comprando un café en la máquina y escucho que me llaman ¡Manuel! Me doy vuelta y veo a un grupito de doctores en una pseudo-reunión. Está también Manuela, la chica malgache, a la que saludo de beso porque es mi amiga. Louisa, que está al lado de ella, me saluda cortésmente. Yo le respondo con cortesía exagerada. Luego me escabullo como puedo.

Bueno, a pensar en todas estas cosas, a entender el modo de ser guerrero y, sobre todo, el modo de morir guerrero.