viernes, octubre 06, 2006

Cortázar, yo, el Che, la UltraVioleta, tirando de la cuerda todos juntos.

Estoy mirando la foto del guerrero águila, que puede verse a la derecha. Claro que debería llamarse guerrero gallina, pero qué más da. Qué más da llamarse de una u otra manera, qué más da ser una u otra persona.

Estoy sentado aquí para desentrañar el misterio de Rayuela. Pero en verdad, estoy aquí sentado por varias razones. Voy a empezar a enumerar las primeras. Más adelante en la noche trataré de dedicarme a la Rayuela. Como ven, todavía hay cosas que están por verse.

Primero, porque el futuro es lo único que tenemos, y porque yo me quiero quedar sentado aquí escribiendo mientras que pase la noche. Que pase al lado mío, porque fíjense que yo estoy aquí sentado frente al infinito. Alrededor mío lo que hay es abismo, no son mesas ni sillas. Es abismo puro y simplecito. ¿Tendrá fondo? Allá él.

Segundo, porque al decir que estoy aquí, sentado, estoy ocupando la cláusula de las cláusulas. Después de decir una cosa así, no me extraña que baje la muerte y alumbre todo esto. Soy Manuel Marín. ¿Es ésta una quemante declaración?

En otras palabras, estoy volando solito. Soy como el pájaro que se quedó en la retaguardia. Pero no por flojo ni por feo. Lo que pasa es que es muy tímido, y le da pena canturrear frente a los otros. Desafina constantemente. Es una lástima que tan amable pajarillo no tenga voz para regalar al cielo. Y como corolario resulta que más encima tiene que configurar todo el espacio él solito. Tiene que decir: estoy aquí, aleteando. Si no lo hace, se desparraman los cielos, el sol cae como piedra sobre el horizonte y lo incendia (meteorito del crepúsculo), y nuestro singular pájaro se queda dormido. Se durmió el pajarito. Ya no lo levantamos con nada. Casi con nada. El mundo, hermanos, ha desaparecido.

Tercera razón, me hallo desesperado. Francamente, no se me ocurre nada más que hacer. Este es el último recurso para que no se desmorone mi castillo de naipes. Y es un agrado estar aquí sin otra preocupación que castigar al papel (siglo XX). Saben, el texto está pasando a segundo plano. Aquí hay algo más que la labor del escritor. Mirar por la ventana o al vacío es algo ya reiterativo. Escuchar la canción es otro tanto. ¿Qué pasa por la mente de este editor? No se preocupa de dar grandes textos a sus lectores. Está sentado aquí como arma de defensa contra el infinito.

Yo voy a preguntar: ¿de quién somos esclavos? Porque entre firmar pacto con el diablo, y firmarlo con unos duendecillos de aquí de la tierra, yo prefiero firmar pacto con el diablo. Me aburrí, voy a firmar pacto con el diablo. Por supuesto que estoy bromeando. Es sólo una manera tácita de decirlo.

Saben, nunca hay equilibrio. Cuando nos queremos ir, nos faltan ganas de quedarnos. Y cuando queremos quedarnos, nos faltan ganas de dejarnos ir. Yo tengo planeado equilibrar este asunto. Cuando esté gozando al máximo la vida, voy a tener ganas de puro matarme, como ahora. Y cuando me quiera puro morir, voy a plantarme con más fuerza que nunca en esta tierra, por vivir. Si es preciso me voy a enterrar, hasta las pelotas, en la arena. Hay que cambiarle el significado a la expresión “hasta las pelotas”.

Desde allí voy a poder contemplar el mar, y las olas, cómo me van cubriendo el espinazo. Voy a sentir que vengo de regalo con el mar. Que soy un producto marino, uno más. Y así, cuando esté con el agua hasta el cogote, voy a decir: calabaza, calabaza, cada uno pa' su casa. Y voy a volver a la matriz originaria, al mar que fue mi cuna. Ya ha sido mucho tiempo de hacerle la desconocida al mar. Tengo que volver a él como Dios manda. Como Poseidón manda.

Saben, es imposible que la teoría darwiniana sea válida. Todo tiene que haber ocurrido por mandato de Dios. Yo he escuchado que hay lo que se llaman los saltos evolutivos. El eslabón perdido es un mito. Lo que sucede es que una mona soñó que era mujer una vez. Desde entonces hemos vivido en este sueño que se llama humanidad. Yo también me voy a pegar mi salto evolutivo. Voy a soñar que soy un cóndor. Con esto me voy a saltar unos quince mil millones de años. Una cosita no menor.

Lo he dicho todo. Es hora de empezar a pensar nuevamente. Y dijimos que íbamos a pensar en Rayuela. Pero pensemos en Rayuela todos juntos. Hoy fui a ver un documental que se llama Cortázar. Pero Cortázar es, como se vio en la película, sólo un hombre más. Uno más que trató de hacer la revolución por sí solo. Yo sin ustedes no soy nada. No puedo completar un solo pensamiento sin pensar en el infinito que son ustedes. Mentira. El infinito no son ustedes realmente.

Cortázar quería esto: que el lector tuviera opciones al leer, ojalá y si es posible tantas como tuvo el escritor al escribir el libro. Chanfle. Difícil misión. Como ven, se rajó con una clave creativa. Yo pensaba que el documental entero iba a ser un curso sobre cómo escribir un libro de la calaña de Rayuela. No, Cortázar sigue siendo un misterio, al igual que los gatos. Pero entonces yo voy a tener que hacer memoria de lo que sentí cuando leía ese tremendo libraco.

Como a ustedes, a mí se me terminó partiendo en pedazos de tanto que me cambiaba de capítulo. Es que lo leía en la micro y así no se puede.

Pero veamos. Así se hablaba Oliveira a sí mismo. Pero veamos. ¿Cuál sigue siendo el misterio de Rayuela? Que Cortázar estaba en un particular estado mental cuando lo escribía. Y que nosotros estábamos en un estado mental así-por-ser cuando lo leíamos. Y eso podría resumirlo todo.

Escribir. En escribir se corre el peligro de que cuando uno lee, todo lo que se ha dicho parecen puras metáforas. Parece que no fuera sangre derramada. Error. Todo lo que se lee debe ser tomado en forma literal. De verdad un mono soñó con nosotros. De verdad yo me planto con mis dos pies aquí para que no desaparezca el mundo. De verdad estoy aquí. ¿O acaso podría ser de otra manera?