sábado, octubre 07, 2006

FREEDOM

Yo era un trabajador incansable. Me levantaba sin otra razón que barrer la casa. Al final, todo se transformó en una metáfora de la libertad.
Prácticamente no tenía la posibilidad de pensar. Inmediatamente había que hacer algo. Barrer los rincones, establecer un pacto secreto con las arañas. Acomodar los cojines, para que todo pareciera una tienda de campaña. Yo no entendía la razón de tales cambios. Pero el Gran Visir no dejaba espacio a comentarios.
Trasplantar una planta. Hacer tallarines. Todas eran funciones que yo no dominaba en lo más mínimo. Pero me entregaba a ellas como una cenicienta. A veces, incluso, se vio amenazada mi virilidad. Episodios que no vale la pena recordar. Pero me conformo con una palabra de aliento. Hay que reírse de esas situaciones.
No descargaba mis sufrimientos ni en la lectura. A pesar que tenía en mi velador un ejemplar de las mil y una noches. Mi velador que era un costal de pulgas. A veces, sospecho que yo imaginaba gran parte de mi realidad. Pero, evidentemente, sólo a ratos podía hacer tal cosa. El resto del tiempo, la dureza de mi faena me caía como un saco de papas en el hombro. Tardes, noches y mañanas bajo el cielo, con una picota atravesando la estancia. O machacando piedras. Todos los trabajos malintencionados del campo. Recaían sobre mí. Yo era una especie de niño de mano a todo trapo.
Lo más interesante de todo es que, pasado cierto umbral, yo ya no experimentaba fatiga. Me comía un plato de porotos sin chistar. Devorar la comida era una cosa automática. Obviamente, tenía la sensación de ser alguien más. Desarrollaba, a la hora del almuerzo, la capacidad de observar a mi cuerpo. Como si no me perteneciera. Práctica que sigo llevando hasta el día de hoy. Es una de las pocas cosas que todavía me divierte.
El Gran Visir se aparecía pistola en mano. Obligaba a lavar unas ropas, estropajos prácticamente, en una batea de cuatro por cuatro. El agua se iba a los rincones, el agua escaseaba. Obviamente sin detergente de ningún tipo. Mientras el Gran Visir vigilaba las estrellas, yo cantaba. Mi espíritu se doblegó de tal forma, que salió de mi cuerpo. Yo ya no vivía mi vida. Era una especie de cantor popular. Perseguido por la dictadura. Mientras mi cuerpo sudaba, o se debatía en espasmos de dolor, yo cantaba a gritos.
Un día normal para mí era levantarme y hacer la cama. Luego salir disparado ante los gritos del Gran Visir, que venían de afuera. Había que levantar una yunta de bueyes. Había que vigilar el horizonte desde una torre de piedra. Había que matar a una mosca. Cero posibilidad de expresarme, o de penetrar en mi interior. De aquí para allá todo el rato. Yo que toda mi vida había sido un vago.

Epílogo: Ahora que sé la verdad, me detengo a escribir estas líneas. Antes, hace un par de minutos, me conformaba con andar a la deriva, pasando mi escoba. Mi escoba que es una hoja de palmera. Sigo siendo un esclavo de este mundo. Pero el Gran Visir ha desaparecido. Ya no está en la comarca. Ha debido borrarse del mapa, como el invierno. Empieza un nuevo ciclo para este servidor de la sombra. Todos estos años ha vivido en la esclavitud. Ya sabe que esta vida es más o menos eso. ¿Vida? Muerte. El espíritu nos sobrepasa. Prácticamente no tenemos acceso.